19
—Está muerta.
Al oír aquella voz masculina, Lassiter miró hacia atrás, por encima del hombro. Tohr se encontraba en el otro extremo de la habitación, en la puerta, agarrado al marco para mantener el equilibrio.
Lassiter dejó a un lado la chaqueta que estaba guardando. La rutina de hacer la maleta no obedecía a que pudiera llevarse nada cuando se fuera, sino a que le parecía adecuado dejar sus cosas bien ordenadas y guardadas antes de que lo llamaran al orden. Cuando fuera absorbido otra vez por el Limbo, los criados tendrían menos complicaciones.
El hermano entró y cerró la puerta.
—Ella está muerta. —Fue saltando sobre la pierna sana hasta una silla—. Ahí lo tienes, ya he dicho lo que querías que dijera.
Lassiter se sentó sobre la cama y se quedó mirando a Tohr.
—¿Y crees que eso es suficiente?
—¿Qué diablos quieres de mí?
El ángel no pudo contener una carcajada.
—Por favor, no quiero nada. ¿Qué voy a querer? Si yo estuviera a cargo de todo esto, tú la habrías tenido de vuelta hace meses y yo ya me habría largado de aquí.
Tohr se agitó en el asiento.
—¿Seguro?
—Por favor, hermano. Yo no quiero joderte. En primer lugar, tienes el pecho demasiado plano y a mí me gustan las tetas. Y, además, eres un buen tío y te mereces algo mejor que esto.
Ahora Tohr parecía totalmente perplejo.
—No merezco nada.
—Maldita sea… —Lassiter se puso de pie y regresó al cajón de la cómoda que tenía abierto, donde comenzó a trajinar frenéticamente. Quería tener las manos ocupadas para concentrarse mejor. Pero ese truco no estaba funcionando muy bien. Tal vez simplemente debería golpearse la cabeza contra la pared.
Tohr señaló la maleta.
—¿Vas a algún lado?
—Sí.
—¿Estás renunciando a ayudarme?
—Ya te lo dije. Yo no soy quien hace las reglas. Me van a sacar de aquí y eso va a suceder muy pronto. Quiero estar listo.
—¿Adónde te van a llevar?
—A donde estaba. —Lassiter se estremeció, casi como se estremece una jovencita asustada. No resultaba una reacción muy varonil, pero pasarse la eternidad en aquel aislamiento era peor que el infierno para alguien como él—. Y no es un viaje que me haga mucha ilusión.
—¿Vas a ir al lugar… donde está Wellsie?
—Ya te he dicho que el Limbo es distinto para cada persona.
Tohr se agarró la cabeza con las manos.
—Entiéndelo: sencillamente no me puedo desligar de ella, me es imposible. Esa mujer era mi vida. ¿Cómo demonios podría…?
—Podrías empezar por no tratar de castrarte con tu propio puño cuando te excitas al ver a otra hembra.
Cuando vio que el hermano no decía nada, Lassiter tuvo la sensación de que estaba llorando. Y eso lo complicaba todo aún más. Maldición.
Lassiter sacudió la cabeza.
—No soy el ángel adecuado para esta tarea, de veras.
—Yo nunca la traicioné. —Tohr sorbió por la nariz ruidosamente—. Otros machos…, aun los que están apareados, miran a otras hembras de vez en cuando. Tal vez flirtean un poco por ahí. O echan una cana al aire. Pero yo no. Ella no era perfecta, pero era más que suficiente para que yo viviera satisfecho. Demonios, cuando Wrath necesitó a alguien que cuidara de Beth, antes de que se aparearan, ¿a quién recurrió? Me envió a mí. Él sabía que yo nunca me propasaría con ella, no solo por respeto a él sino porque no iba a tener ningún interés. Realmente no hubo ni una sola ocasión en que pensara en nadie más.
—Pero hoy lo hiciste.
—No me lo recuerdes.
Bueno, al menos lo reconocía.
—Pues esa es la razón por la cual estoy a punto de emprender un viaje sin retorno. Y tu shellan se va a quedar donde está.
Tohr se frotó el centro del pecho como si le doliera.
—¿Estás seguro de que no estoy muerto y no me encuentro ya en ese dichoso Limbo? Porque te aseguro que me siento tal y como tú lo describes. Sufriendo, pero sin estar en el Infierno.
—No lo sé. Tal vez algunas personas no son conscientes de que están en él, pero mis instrucciones eran tan claras como el agua y me ordenaban que consiguiera que tú te desprendieras de ella, para que ella pudiera seguir su camino.
Tohr dejó caer las manos desolado, como si ya no supiera qué más hacer.
—Nunca pensé que podría haber algo peor que la muerte de Wellsie. No podía imaginarme ninguna otra cosa que doliera más. —Se dio una palmada cargada de rabia en la frente—. El destino es sádico, ingeniosamente sádico. Ahora resulta que tengo que follar con otras hembras para que la hembra a la que amo entre en el Ocaso. Qué fabulosa ecuación. Sencillamente fantástica.
Y eso no era ni la mitad del asunto, pensó Lassiter. Pero no había necesidad de mencionarlo ahora.
—Necesito saber una cosa —dijo el hermano—. Como ángel, ¿crees que hay personas que están malditas desde el principio? ¿Que algunas vidas están condenadas al fracaso desde que llegan al mundo?
—Creo que… —Mierda, Lassiter nunca entraba en esas profundidades. Esa no era su naturaleza—. Yo…, yo creo que la vida trabaja con un conjunto de posibilidades que esparce al azar por encima de las cabezas de todo ser viviente. Y la suerte es injusta por definición.
—Entonces, ¿qué pasa con tu Creador? ¿Él no juega ningún papel en eso?
—Mi Creador… —murmuró Lassiter—. No lo sé. Yo ignoro muchas cosas y tampoco tengo demasiada fe.
—¿Un ángel ateo?
Lassiter se rio.
—Tal vez por eso vivo metido en constantes líos.
—No. Eso es porque puedes ser un verdadero pelmazo.
Los dos se rieron y luego guardaron un silencio que acabó interrumpiendo Tohr.
—Entonces, ¿qué es lo que debo hacer? De verdad, ¿qué demonios quiere ahora el destino de mí?
—Lo habitual: sangre, sudor y lágrimas.
—Pues qué bien —dijo Tohr con amargura. Al ver que Lassiter no respondía, el hermano sacudió la cabeza—. Escucha, tienes que quedarte. Tienes que ayudarme.
—Lo he intentado, pero he fracasado.
—Me esforzaré más. Por favor.
Tras unos interminables momentos de duda, Lassiter asintió con la cabeza.
—Está bien, lo haré.
Tohr suspiró aliviado. El ángel pensó que eso quería decir que seguía metido en el lío. O el Limbo o el lío, menudo dilema.
El hermano decidió hacerle una confesión.
—¿Sabes una cosa? No me caíste bien cuando te conocí. Pensé que eras un idiota.
—El sentimiento era mutuo. No es que te creyera idiota, que no lo sé, sino que me caíste como el culo. Y no era nada personal. Como te he dicho, a mí no me gusta la gente, no creo realmente en nada.
—¿Y aun así te vas a quedar a ayudarme?
—No lo sé… Supongo que es puro egoísmo, quiero lo mismo que quiere tu shellan, o sea, liberarme. —Lassiter se encogió de hombros—. Además…, no sé, tú no eres tan malo.
‡ ‡ ‡
Tohr regresó a su habitación un poco más tarde. Cuando llegó a la puerta, encontró la muleta apoyada contra el marco. N’adie se la había devuelto. Se la había dejado olvidada en el Otro Lado. La recogió y entró…, y por un instante pensó que se iba a encontrar a N’adie desnuda sobre su cama, lista para follar. Lo cual era completamente ridículo, en muchos sentidos.
Después de sentarse en el sillón, se quedó mirando el vestido que Lassiter había manipulado con tanta brusquedad. El satén estaba arrugado y formaba una especie de olas que paradójicamente creaban un magnífico espectáculo sobre la cama.
—Mi amada está muerta —dijo Tohr en voz alta.
Cuando el sonido de las palabras se desvaneció, algo quedó de repente, estúpidamente, muy claro: Wellesandra, hija de sangre de Relix, nunca más volvería a llenar ese corpiño. Nunca más volvería a meterse esa falda por la cabeza ni a forcejear con el corsé, y nunca más tendría que mover el cuello para liberar los cabellos que se quedaban atrapados en los encajes de la espalda. No volvería a buscar unos zapatos del mismo color, ni se irritaría por estornudar justo después de empolvarse, ni se preocuparía por no manchar el vestido.
Porque estaba… muerta.
Vaya ironía. Llevaba todo ese tiempo doliéndose por su muerte y, sin embargo, parecía haber pasado por alto lo más obvio: que no iba a regresar. Jamás.
Entonces Tohr se levantó y agarró el vestido. Pero la falda se negó a obedecer y se le escurrió de las manos para regresar al suelo. Era como si la prenda estuviera haciendo lo que quería y tomando el control de la situación.
Tal como siempre había hecho su Wellsie.
Cuando por fin logró controlarlo, Tohr lo llevó al armario, abrió las puertas dobles y colgó el glorioso vestido.
Qué coño, si lo dejaba allí lo iba a ver cada vez que abriera el armario, así que lo pasó al otro extremo, de manera que quedara en la oscuridad, detrás de los dos trajes que nunca utilizaba y las corbatas que le había comprado Fritz.
Y a continuación cerró el armario con fuerza.
De regreso en la cama, se recostó y cerró los ojos.
Seguir adelante con su vida no tenía por qué implicar encuentros sexuales, se dijo para sus adentros. Aceptar la muerte, desprenderse de ella para salvarla, eso era algo que podía hacer sin necesidad de tener a una hembra desnuda en su lecho. Después de todo, ¿qué podía hacer? ¿Dirigirse a los callejones para encontrar a una puta y follársela? Esa era una función meramente corporal, como respirar. Así que resultaba difícil ver cómo podía ayudar. No entendía al maldito ángel, o quizá no quería entenderlo.
Recostado, inmóvil, Tohr trató de pensar en palomas que eran liberadas de sus jaulas, en aguas que se desbordaban de una presa, en el viento soplando entre los árboles…
Qué gilipollez, en lugar de meditar conectaba su cabeza con el maldito Discovery Channel.
Pero luego, cuando comenzó a adormilarse, las imágenes cambiaron y Tohr vio un lugar cubierto de un agua azul verdosa, que no corría. Un agua serena, templada. Y rodeada de una atmósfera húmeda…
Sin darse cuenta se durmió, y la imagen se convirtió en un sueño que comenzó con un brazo muy blanco, un precioso brazo blanco flotando en el agua, el agua azul verdosa que no corría. Un agua serena y templada…
Era su Wellsie en la piscina. Su hermosa Wellsie, con los senos erguidos mientras flotaba, su abdomen, las caderas, el sexo acariciado por el agua.
En el sueño, Tohr se vio entrando en la piscina, bajando los escalones, y luego notó cómo el agua comenzaba a mojar su ropa…
Pero de repente se detuvo y se miró el pecho.
Aún llevaba colgadas sus dagas. Y las pistolas enfundadas en la sobaquera. Y el cinturón lleno de munición en las caderas.
¿Qué demonios estaba haciendo? Si las armas se mojaban, quedarían inservibles…
Esa no era Wellsie. Maldición, esa no era su shellan…
Con un grito, Tohr se incorporó de un salto para liberarse del sueño. Y cuando se tocó los muslos pensando que iba a encontrar los pantalones de cuero mojados, se dio cuenta de que nada de eso había sido real.
Sin embargo, otra vez estaba excitado. Y un pensamiento al que se negaba a dar credibilidad surgió de pronto con fuerza y se quedó dando vueltas por su cabeza. Bajó la mirada hacia su sexo y maldijo. La longitud de su polla era un tormento.
Pensó en la cantidad de veces que la había usado por placer y diversión…, y para procrear.
Ahora solo quería que permaneciera flácida, sin vigor.
Se echó de nuevo sobre las almohadas y al reconocer cuánto de verdad había en las palabras del ángel, sintió un dolor casi físico. Verdaderamente, él no había permitido que su Wellsie se fuera al Ocaso.
El problema… era él.