17

Mientras se acercaba el amanecer, Xhex terminó los deberes propios de su primera noche de vuelta en su antigua vida. El paso de las horas había sido agradable, la descarga de adrenalina que implicaba manejar a un montón de gente, en un espacio cerrado y con el ingrediente de la circulación del alcohol y otras sustancias. También era bueno volver a ser Alex Hess, jefa de seguridad, es decir, recuperar su propia personalidad, aunque el nombre fuera ficticio.

Y era realmente fantástico no tener a la Hermandad tras el cogote.

Lo que no parecía tan genial era la apatía que sentía por todo, como si una apisonadora acabara de pasar por encima de su existencia.

Nunca había oído que las hembras desarrollaran el mismo vínculo que los machos por sus compañeras. Pero, como en tantas otras cosas, eso no significaba que ella no pudiera ser la excepción. Y la conclusión era que sin John a su lado todo le parecía una mierda.

Después de echar un rápido vistazo al reloj, Xhex pensó que aún quedaba una hora de oscuridad. Joder, qué pena no haber venido en su moto para apagar la luz y marchar entre las sombras a una velocidad increíble. Pero la moto estaba bien guardada en su garaje.

Se preguntó si habría una regla en contra de que las shellans montaran en moto.

Probablemente no… Siempre y cuando montaran de lado, con armadura y un casco reforzado, es probable que les dejaran dar unas cuantas vueltas alrededor de la fuente, delante de la casa.

Al salir de la oficina, cerró la puerta mentalmente para no tener que preocuparse por llaves y similares zarandajas…

—Hola, Trez —dijo Xhex, al ver que su jefe salía en ese momento de los vestuarios de las chicas—. Precisamente iba a buscarte.

El Moro se estaba metiendo su camisa impecablemente blanca por debajo del pantalón negro y parecía un poco más relajado de lo habitual. Un segundo después, una de las chicas salió por la misma puerta y estaba tan radiante que parecía que acabaran de hacerle un satisfactorio y completo chequeo.

Lo que, probablemente, no estaba lejos de la verdad.

La vampira vio la expresión de desconcierto de la chica y el gesto de disimulo de Trez y se dijo que su buen amigo y jefe debería tener cuidado. No se deben mezclar los negocios y el placer, porque siempre pueden surgir complicaciones.

—Te veo mañana —dijo la mujer con una sonrisa—. Tengo prisa, he quedado con unos amigos.

Cuando la muchacha hubo salido por la puerta trasera, Xhex miró a Trez.

—Deberías recurrir a otras fuentes.

—Es práctico, y tengo cuidado.

—Pero no es seguro. Además, podrías terminar haciéndole daño.

—Nunca uso a ninguna dos veces seguidas. —Trez le pasó un brazo por encima de los hombros—. Pero ya hemos hablado mucho de mí. ¿Qué tal te encuentras? ¿Ya sales?

—Sí.

Los dos caminaron hacia la puerta por la que acababa de salir la mujer. Dios…, era como en los viejos tiempos, como si no hubiese pasado nada desde la última vez que cerraron el club juntos. Y, sin embargo, no podía olvidar a Lash, ni a John, ni la ceremonia de apareamiento…

—No te voy a insultar ofreciéndome a acompañarte —murmuró Trez.

—Veo que te gustan tus pelotas donde están y como están.

—Sí. Me siento muy bien físicamente, no quiero problemas. —El macho abrió la puerta para que ella saliera primero y el viento helado los golpeó en la cara con un vigor sorprendente y reconfortante—. ¿Qué quieres que le diga si me pregunta?

—Que estoy bien.

—Menos mal que no tengo problemas para mentir. —Al ver que Xhex abría la boca para protestar, el Moro entornó los ojos—. No desperdicies tus palabras conmigo, no soy tonto y tengo ojos en la cara. Ve a casa a dormir. Tal vez mañana veas mejor las cosas.

A modo de respuesta, Xhex le dio un abrazo y salió a la oscuridad.

En lugar de desintegrarse, se fue andando por la calle del Comercio. Todo el mundo estaba cerrando a esa hora: los clubes escupían a sus últimos clientes, todos con un aspecto tirando a lamentable; los salones de masaje estaban apagando sus carteles luminosos; el restaurante de tex-mex ya había echado el cierre.

Las calles se volvían más sórdidas según avanzaba. Todo era cada vez más sucio y triste. Finalmente alcanzó un suburbio lleno de edificios abandonados. Con la crisis económica, los negocios fracasaban cada vez más rápido y cada vez había menos arrendatarios…

Xhex se detuvo de pronto. Olfateó el aire. Miró a la izquierda.

El inconfundible olor de un vampiro macho salía de uno de aquellos callejones desiertos.

Antes de que la Hermandad se cagara de miedo y no supiera qué hacer con ella, Xhex habría ido a ver qué pasaba, por si se necesitaba su ayuda. Pero en ese momento siguió andando, con la cabeza bien alta. Peor para ellos si no querían su ayuda. Bueno, probablemente eso no era exacto. En realidad parecían estar conformes hasta que John expresó sus dudas. Fue entonces cuando dejaron de sentirse cómodos con ella a su lado…

Un par de calles más adelante, una figura enorme se atravesó en su camino.

Xhex se detuvo. Respiró hondo. Sintió ardor en los ojos.

La brisa le trajo el inconfundible olor a macho enamorado de John, fragancia que no solo se llevó consigo el hedor natural de la ciudad, sino también el dolor y la infelicidad que la estaban atormentando.

Xhex comenzó a caminar hacia él. Rápido, cada vez más rápido.

Hasta que corrió.

Se encontraron a medio camino, pues también él empezó a correr en cuanto vio que ella lo hacía.

Los dos cuerpos se estrellaron con una fuerza feliz y gloriosa.

Imposible saber quién fue el primero que buscó la boca del otro, o quién abrazó con más fuerza, o quién se encontraba más desesperado.

Porque en todo eso los dos estaban en igualdad de condiciones.

En medio del beso, ella gruñó:

—Mi cabaña.

Él asintió y de inmediato ella desapareció. Y enseguida él… Y los dos tomaron forma junto a la cabaña del río.

Pero no esperaron a estar dentro.

Follaron allí mismo, de pie, contra la puerta, en medio del frío cortante, que ni notaron.

Todo fue rápido, frenético, apasionado: la forma en que ella se bajó los pantalones, la manera en que él se desabrochó la bragueta. Luego ella abrió las piernas y se acomodó sobre las caderas de John y él metió el miembro hasta lo más profundo de la adorada vagina.

John empezó a bombear con tanta fuerza que la cabeza de Xhex se golpeaba contra la puerta como si estuviera tratando de derribarla de tan excéntrica manera. Y después la mordió a un lado del cuello, pero no para alimentarse sino para mantenerla quieta. John se sentía pleno dentro de ella, ensanchándola hasta el límite de su capacidad. Y eso era justamente lo que Xhex necesitaba. En ese momento, esa noche, ella necesitaba que John se portara como un salvaje.

Y eso fue exactamente lo que obtuvo.

Cuando el macho se corrió, apretó las caderas contra las de ella, mientras su pene estallaba como un volcán allá dentro y provocaba, a su vez, el orgasmo de Xhex.

Poco después estaban en la cabaña. En el suelo. Ella con las piernas abiertas y John con la boca sobre su sexo.

Con las manos hundidas en sus muslos y la polla todavía erecta asomándole por la bragueta abierta, John comenzó a excitarla con la lengua, lamiéndola, penetrándola, saboreando aquel néctar.

El placer era insoportable, una especie de agonía que le hacía echar la cabeza hacia atrás y contorsionarse sobre el suelo mientras sus manos apaleaban frenéticamente el linóleo.

El orgasmo estalló con tanta fuerza que ella gritó diez, cien veces el nombre de John y vio infinidad de luces. Sin embargo, él no bajó el ritmo. Mientras el asalto continuaba, Xhex, embriagada de salvaje placer sexual, llegó a pensar que su amante acabaría matándola de un mordisco… Pero le daba igual. Gozaba tan intensamente que no podía preocuparse por nada.

Cuando John finalmente se detuvo y levantó la cabeza, se encontraban en el fondo de la cabaña. Habían rodado casi hasta el salón.

La escena era asombrosa. John tenía la cara roja, la boca hinchada y brillante y los colmillos tan alargados que no podía cerrar la boca. Y ella estaba tan agotada que respiraba con dificultad y sentía que el sexo le palpitaba tanto como el corazón.

John todavía estaba excitado.

Lástima que ella solo tuviera fuerzas para parpadear, porque él se merecía otra cosa muy distinta…

John pareció leer sus pensamientos, porque enseguida se levantó, se agarró el miembro y comenzó a frotárselo.

Con un gemido, Xhex arqueó la espalda y sacudió las caderas.

—Córrete sobre mí —suplicó, con los dientes apretados.

John siguió masturbándose y se oía un sonido cada vez más lúbrico a medida que bombeaba. Sus enormes muslos se abrieron un poco más para mantener el equilibrio, mientras los músculos del brazo igualaban en dureza al excitado pene. Y luego John quiso decir algo pero no pudo: se puso rígido, sufrió convulsiones, gimió y de su miembro salieron chorros ardientes.

La mera idea de verse cubierta de semen fue casi suficiente para hacer que se corriera de nuevo. Y así ocurrió. Xhex sintió que se lanzaba una vez más al abismo…

‡ ‡ ‡

—Habrá que ofrecerle otros doscientos por estar con él.

Xcor se hizo a un lado durante la negociación con las rameras, asegurándose de ocultarse bajo las sombras, en especial ahora que Throe había llegado al difícil tema de quién iba a acostarse con él. No había razón para recordarles su apariencia y dar pie a que el precio subiera todavía más.

Solo dos de las tres chicas habían aparecido por ahora en aquella casa abandonada de la calle del Comercio. Al parecer, la tercera ya estaba en camino, y como iba a ser la última en llegar, finalmente las otras le dejaron la peor parte: él.

Como lo cortés no quita lo valiente, de todas formas sus amigas estaban abogando por ella y pedían más dinero en su nombre. Después de todo, las buenas putas, como los buenos soldados, tienden a cuidarse el pellejo unas a otras.

De repente, Zypher se acercó a la mujer que dirigía la negociación, claramente dispuesto a usar el atractivo físico en favor de sus intereses económicos. Cuando el vampiro pasó un dedo por la clavícula de la mujer, ella pareció entrar en trance. Y no se trataba de ningún juego mental. Las hembras de las dos razas se derretían por Zypher.

El vampiro se inclinó para hablarle al oído y luego le lamió el cuello. Tras él, Throe adoptó la actitud de siempre: silencioso, vigilante y paciente. En espera de su turno.

Siempre tan caballero.

—Está bien —dijo la mujer entre jadeos—. Solo cincuenta más…

En ese momento, la puerta se abrió de par en par.

Xcor y sus soldados se llevaron instintivamente la mano a las armas, prestos a matar. Pero solo se trataba de la ramera que faltaba y que saludó alegremente.

—Hola, chicas.

Al verla allí, de pie en el umbral, con una chaqueta ancha encima de su ropa de puta y con el escaso equilibrio de un borracho, era evidente que la mujer no estaba en buenas condiciones… En el rostro exhibía la típica despreocupación de los drogados.

Perfecto. Así sería más fácil tratar con ella.

Zypher aplaudió.

—¿Comenzamos?

La que estaba junto a él soltó una risita.

—Me encanta tu acento.

—Vas a tener mi acento y todo lo demás.

De inmediato saltó la otra negociadora.

—¡Espera, yo también quiero! ¡A mí también me encanta!

—Tú te vas a encargar de mi amigo, que es quien os va a pagar a todas ahora mismo.

Throe dio un paso adelante con el dinero y, mientras lo repartía entre las palmas extendidas, las putas parecían más interesadas en los machos que en el dinero.

Un descuido profesional que Xcor no creía que se diera muy a menudo.

Se formaron las parejas y Throe y Zypher se llevaron a sus presas a rincones separados, mientras que él se quedó con la puta que estaba borracha y drogada.

—Entonces, ¿vamos a hacerlo? —La mujer hablaba con voz pastosa y sonrisa forzada.

—Ven aquí.

Xcor le tendió la mano desde la oscuridad.

—Ah, eso me gusta —dijo la mujer mientras se acercaba y exageraba el movimiento de las caderas—. Suenas como…, qué sé yo.

Cuando ella puso su mano sobre la de Xcor, este dio un tirón…, pero ella lo rechazó.

—Ay…, no…, espera…

La mujer volvió la cara hacia un lado, se restregó la nariz y luego se la apretó, como si no pudiera soportar el olor de la pareja que le había caído en suerte. Lógico. Se necesitaba más que agua para quitarse de encima la peste a sangre de restrictor. Naturalmente, Throe y Zypher habían ido un momento hasta la casa para cambiarse y asearse. Pero Xcor se había quedado para seguir peleando.

Eran unos malditos tiquismiquis. Los dos. Pero sus mujeres no estaban tratando de escaparse.

Cuando Xcor dio un tirón más fuerte, la ramera se resignó.

—Está bien, pero nada de besos.

—No tenía intención de darte ninguno.

—Mejor que todo quede claro.

Empezaron a sonar los gemidos en la cabaña. Xcor se quedó mirando a la mujer. Tenía el pelo suelto sobre los hombros, un cabello grasiento, estropeado. Llevaba mucho maquillaje y se le habían corrido el rímel y el pintalabios. Olía a sudor y a…

Xcor frunció el ceño al captar un aroma inesperado.

—Espera —dijo ella—, ¿por qué me miras así?

El vampiro pestilente dejó que hablara, mientras estiraba una mano y le levantaba el pelo para dejarle el cuello a la vista… En un lado no había nada más que piel, pero en el otro aparecían dos pinchazos, justo en la yugular.

Esa mujer ya había sido usada esa noche por alguien de la raza. Y eso explicaba varias cosas, empezando por el olor que él estaba percibiendo.

Xcor la empujó y se alejó.

—No puedo creer que seas tan quisquilloso —dijo la mujer—. Solo porque no te voy a besar… No te voy a devolver el dinero, ¿sabes? Un trato es un trato.

Alguien estaba experimentando un orgasmo y los gemidos de placer eran tan sugestivos que por un momento la casa pareció el más refinado burdel.

—Claro, puedes quedarte con el dinero —murmuró Xcor.

—¿Sabes lo que te digo? Vete a la mierda, ten tu dinero. —La mujer le arrojó los billetes—. Hueles a demonios y eres más feo que un pecado.

Los billetes rebotaron contra su pecho, y él movió levemente la cabeza.

—Como quieras.

—Púdrete.

La facilidad con la que pasó de la felicidad al mal humor mostraba que esos cambios de humor eran bastante frecuentes en ella. Otra razón para mantener bajo control las relaciones con las hembras…

Cuando Xcor se agachó para recoger el dinero, la mujer levantó el pie y trató de darle una patada en la cabeza.

Gran error. Con todo su entrenamiento como guerrero y años de experiencia en el combate, el cuerpo de Xcor se defendió sin que la mente tuviera que darle ninguna orden: agarró a la puta de un tobillo, dio un tirón y la tumbó en el suelo. Y antes de que pasaran dos segundos, la dobló sobre el vientre y le pasó el brazo por debajo del cuello… Y ya estaba listo para rompérselo.

En ese momento la mujer abandonó su actitud agresiva y comenzó a gemir y a implorar.

Xcor se contuvo de inmediato, se separó de ella y la ayudó a recostarse contra la pared. La mujer hiperventilaba. El pecho le subía y le bajaba con tanta fuerza que parecía que en cualquier momento podían explotar aquellos pechos probablemente de silicona.

Xcor pensó en cómo habría manejado la situación el Sanguinario. Ese macho jamás habría tolerado lo de los besos, habría tomado lo que deseaba bajo sus propias condiciones y sin importarle cuánto daño le hiciera. Ni si llegaba a matarla.

—Mírame —le ordenó Xcor.

Cuando los ojos grandes y aturdidos de la puta se clavaron en los suyos, Xcor borró sus recuerdos recientes y la dejó en una especie de trance. La respiración de la mujer se regularizó de inmediato, su cuerpo se relajó y las manos dejaron de moverse frenéticamente.

Luego Xcor recogió el dinero y se lo puso a la mujer sobre las piernas. Se lo merecía, aunque solo fuera por las magulladuras con las que iba a amanecer por la mañana.

El vampiro dejó escapar un gruñido, se recostó contra la pared junto a ella, estiró las piernas y las cruzó a la altura de los tobillos. Tenía que ir a recoger su bolsa de trofeos y su guadaña al rascacielos, pero por el momento estaba demasiado exhausto para moverse.

Tampoco se alimentaría esa noche. Ni siquiera aprovechando el trance de su víctima.

Si tomaba de la vena de la mujer que tenía al lado podía llegar a matarla. Desde luego, tenía mucha hambre, pero no sabía cuánta sangre le habían sacado ya a la pobre. Por lo que había comprendido finalmente que el estado de confusión de la mujer no se debía a las drogas, sino a una bajada de la presión sanguínea.

Al otro lado de la habitación, Xcor observó a sus soldados, que seguían follando, y tenía que admitir que el ritmo de los cuatro cuerpos parecía muy erótico. Y empezó a excitarse, pese a su debilidad. Por un momento se dijo que donde follan dos follan tres y donde lo hacen cuatro puede haber cinco. Pero luego desistió de la idea. Estaba demasiado sucio, demasiado amargado.

Apoyó la cabeza contra la pared, cerró los ojos y siguió escuchando.

Si se quedaba dormido y sus soldados le preguntaban si se había alimentado, él simplemente usaría la excusa de que la mujer ya había estado con otro vampiro.

Además, ya habría tiempo para hundir sus colmillos en otra fuente cualquiera.

En realidad, Xcor detestaba tomar sangre directamente de las venas. A diferencia del Sanguinario, no obtenía ningún placer al imponerse por la fuerza a mujeres y hembras…, y Dios sabía que ninguna se había acercado nunca voluntariamente a él.

Oyó el inconfundible sonido de otro orgasmo, probablemente de Throe y su ramera, y se imaginó con una cara diferente, una cara guapa que atrajera a las hembras en lugar de espantarlas.

Tal vez debería arrancarse su propia columna vertebral.

En fin, lo bueno de las fantasías es que nadie se enteraba de ellas. Y nadie tenía por qué conocer tus debilidades.