14
Contemplando la orilla del río Hudson, a unos quince minutos al norte del centro de Caldwell, John Matthew se sentía como si estuviera a miles de kilómetros de distancia de todo el mundo.
Tras él, en medio de la brisa, se veía una pequeña cabaña de cazadores a la que nadie iría si la pudiera ver de cerca. Porque, aunque diminuta, se trataba de una verdadera fortaleza, con paredes reforzadas con acero, un techo impenetrable, ventanas a prueba de balas… y suficiente munición en el garaje como para hacer que la mitad de la población de la ciudad viera a Dios de cerca.
John se había imaginado que Xhex iría a su cabaña y estaba tan convencido de ello que ni siquiera se había molestado en hacer averiguaciones por si finalmente hubiera decidió refugiarse en otro sitio.
Y así fue, porque no estaba allí…
Unas luces que aparecieron a mano derecha lo hicieron volverse. Por el sendero se acercaba un coche lentamente hacia la cabaña.
John frunció el ceño al escuchar con más claridad el sonido del motor. Era un rugido profundo pero discreto.
No se trataba de un Hyundai ni de un Honda. El ruido de aquel motor era demasiado suave.
Fuera lo que fuera, pasó de largo y siguió hasta el extremo de la playa, donde habían construido una casa enorme y lujosa. Minutos después, se empezaron a encender luces en el interior de la mansión, que alegraron los balcones curvos y los ventanales de tres pisos.
La casa, tan iluminada de repente, parecía una nave espacial a punto de despegar.
Sin embargo, eso no era de su incumbencia. Además, era hora de marcharse.
Soltó una maldición, dispersó sus moléculas y se dirigió al mismísimo centro de Caldwell, a esa zona de bares, clubes de striptease y salones de tatuajes que se encontraba cerca de la calle del Comercio.
El Iron Mask había sido el segundo club de Rehvenge, un bar para bailar, tener encuentros sexuales y consumir drogas, dedicado sobre todo a los góticos, que no tenían cabida en su primer establecimiento, ZeroSum, de ambiente más cosmopolita.
Había cola para entrar, como siempre, pero los dos gorilas de la puerta, Rob el Grande y Tom el Silencioso, lo reconocieron y lo dejaron pasar por delante de todo el mundo.
Cortinas de terciopelo, sofás bajitos, luces negras…, mujeres vestidas con ropa de cuero negro, maquillaje blanco y extensiones en el pelo que les llegaban hasta la cintura…, hombres apiñados en grupos, que ideaban estrategias para acostarse con más de una… Música deprimente, con letras que te hacían pensar seriamente en tirarte desde un puente.
Bueno, a lo mejor exageraba. Tal vez tan penosa impresión se debía a su estado de ánimo.
Xhex se encontraba allí.
John percibía la presencia de su sangre, que corría por las venas de Xhex. Por ello se dirigió hacia la multitud, siempre siguiendo la llamada de su propia sangre.
Al llegar a la puerta que conducía a la zona reservada para el personal, Trez salió de entre las sombras.
—¿Qué tal? —El Moro le tendió la mano.
Los dos se estrecharon la mano, chocaron los hombros y luego se dieron una palmada en la espalda.
—¿Has venido a hablar con ella? —Al ver que John asentía, el Moro le abrió la puerta—. Le di la oficina que está junto a los vestidores. En el fondo… Ahora mismo está revisando los informes del personal que va a estar a su cargo…
El Moro se quedó callado de repente, pero ya había dicho lo suficiente.
Por Dios Santo…, qué bocazas.
—Bueno, en fin, que está allí. —El gigantón se dijo que hacía tiempo que no se veía en un apuro semejante.
John se dirigió hacia el fondo del pasillo. Cuando llegó ante la puerta cerrada no vio ninguna placa con el nombre de Xhex, y se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que la hubiera.
Y entonces golpeó en la puerta, consciente de que ella debía saber que él estaba allí.
La mujer respondió, él abrió y…
Xhex se encontraba en un rincón, agachada, recogiendo algo del suelo. Al levantar la vista con irritación se quedó paralizada. John se dio cuenta de que, en realidad, ella no había sido avisada de su presencia.
Genial. Estaba tan absorta en su nuevo viejo empleo que ya se había olvidado de él.
—Ah…, hola.
Tras el breve saludo bajó la mirada y siguió con lo que estaba haciendo… Tiraba de un alargador que estaba atrapado debajo del archivador y cuyo extremo, tras el tirón definitivo, salió volando con el enchufe. Pero antes de que este le diera un buen golpe a Xhex, John saltó y lo agarró, golpeándose con la mesa en las costillas por la brusquedad del movimiento. Dolorido, entregó el dichoso cable a la exguerrera.
—Gracias. Maldita sea, estaba atrapado ahí detrás y no alcanzaba a cogerlo.
—Entonces, ¿ahora vas a trabajar aquí? —John movía las manos con rapidez.
—Sí. Así es. No creo que la otra opción sea realista. —Sus ojos se endurecieron—. Y si tratas de decirme que no puedo…
—Por Dios, Xhex, nosotros no somos así. —John se movía de un lado al otro del escritorio que los separaba—. Esto no es lo que somos.
—En realidad yo creo que sí. Después de todo, estamos aquí, ¿o no? Pues por algo será.
—No quiero impedirte que sigas combatiendo…
—Pero lo has hecho. No vamos a fingir que no ha sucedido. —Xhex se sentó en la silla del escritorio—. Ahora que estamos apareados, los hermanos, incluso tu rey, siguen tus indicaciones…
—Pero…
—No, espera, no he terminado. —Xhex cerró los ojos, con aire de encontrarse exhausta—. Déjame decirte lo que pienso. Ya sé que ellos me respetan, pero respetan más los privilegios que tiene un macho apareado sobre su shellan. Y eso no es una particularidad de la Hermandad, es parte de la esencia misma de la sociedad vampira y sin duda se explica porque los machos apareados son animales peligrosos. Eso es algo que tú no puedes cambiar. Y como yo no puedo vivir de esa manera… Aquí estoy.
—Puedo hablar con ellos, puedo hacer que…
—Pero es que ellos no son el problema de fondo.
John sintió irrefrenables ganas de golpear la pared.
—Yo puedo cambiar.
De repente, Xhex dejó caer los hombros y sus ojos, aquellos ojos grises como el metal, se tomaron muy serios.
—No creo que puedas hacerlo, John. Y yo tampoco puedo cambiar. No me voy a sentar a esperar a que regreses a casa todos los días al amanecer.
—No te estoy pidiendo que hagas eso.
—Mejor, porque no pienso volver a la mansión. —John notó que toda la sangre de la cabeza se le iba a los pies. Xhex se aclaró la garganta y siguió—. ¿Sabes una cosa? Todo ese asunto del enamoramiento y el vínculo… Ya sé que no puedes hacer nada para evitarlo… Estaba furiosa cuando me fui, sí, pero ya he tenido tiempo de pensarlo y… Mierda, sé que si pudieras cambiar de sentimientos, si pudieras ser distinto, lo harías. Pero la realidad es que podríamos pasar otro horrible par de meses estrellándonos todos los días contra los prejuicios y al final terminaríamos odiándonos. Y yo no quiero eso. Y tú tampoco.
—Así que quieres que terminemos —dijo él con señas—. ¿Eso es lo que quieres?
—¡No!… No lo sé… Quiero decir que… Mierda. —La hembra levantó las manos—. ¿Qué quieres que haga? Me siento tan frustrada contigo, conmigo, con todo… Ni siquiera sé si lo que digo tiene algún sentido.
John frunció el ceño, pues más o menos se encontraba frente al mismo callejón sin salida. ¿Dónde estaba la tercera vía? Pero no se resignaba.
—Tú y yo estamos más allá de todo esto… Nuestra relación no puede romperse por una ocupación…
—Eso es lo que quisiera creer. —La mujer hablaba con honda tristeza—. De verdad.
De pronto, por un repentino impulso, John rodeó el escritorio y se plantó a un lado de la silla y la giró hasta que Xhex quedó cara a cara con él. Luego le tendió las manos.
No trataba de agarrarla y llevársela, simplemente le ofrecía la paz. Ella era libre de elegir.
Tras unos dramáticos instantes, Xhex puso sus manos sobre las de John y, cuando este tiró hacia arriba, ella no opuso resistencia. Después la rodeó con sus brazos y la acercó a él, estrechándola.
Mirándola directamente a los ojos, el macho le rozó los labios una sola vez. Al ver que ella no lo golpeaba, ni daba patadas, ni lo mordía, volvió a bajar la cabeza y puso su boca sobre la de su mujer, haciendo presión con los labios.
Ella cedió a la presión y de inmediato John fundió su cuerpo con el de ella y la besó apasionadamente. Una de sus manos terminó sobre el trasero de Xhex mientras la otra sostenía con fuerza la nuca. Un gemido de la hembra confirmó al macho que iba por el buen camino.
Aunque no tenía una solución inmediata y concreta para sus problemas, él sabía que ese tipo de conexión entre ambos no se había perdido. Era su tabla de salvación en un mundo que repentinamente se había llenado de incertidumbres.
John interrumpió el beso, devolvió a Xhex a donde estaba, se dirigió a la puerta y desde allí le habló por señas.
—Envíame un mensaje cuando quieras verme de nuevo. Voy a darte la distancia y el tiempo que necesitas, pero debes saber una cosa: te esperaré eternamente.
‡ ‡ ‡
Menos mal que estaba sentada, se dijo Xhex cuando John cerró la puerta tras él.
Joder, podía tener bloqueada la mente con respecto a su macho, pero el cuerpo era otra cosa. Puf. El deseo la tenía aún al borde del orgasmo espontáneo. Para qué negar la evidencia. Todavía lo deseaba. Y el muy cabrón también se lo había demostrado. Desde luego estaban hechos el uno para el otro, al menos en lo físico.
¡Malditas complicaciones de la vida!
¿Qué hacer entonces?
Una posibilidad sería… enviar un mensaje a John para que regresara enseguida y luego encerrarse juntos en su nueva oficina y estrenarla haciendo cosas poco santas.
Xhex alargó la mano para sacar el móvil. Y lo sacó, pero al final terminó enviando un mensaje muy distinto.
«Encontraremos una salida. Prometido».
Tras mandar el SMS dejó el móvil sobre el escritorio, y se dijo que dependía de los dos labrarse su propio futuro, alejarse de las costas escarpadas y embravecidas cerca de las cuales se hallaban ahora y dar con una forma de vida en aguas mucho más calmadas que satisficiera las necesidades de ambos.
Por un tiempo creyó que la solución era luchar hombro con hombro con él y con la Hermandad. Y John había creído lo mismo.
Tal vez la solución fuera realmente esa. O quizá no.
Miró a su alrededor y se preguntó cuánto tiempo estaría en esa oficina…
De repente se escuchó un golpe en la puerta que interrumpió sus pensamientos.
—Pase —gritó Xhex.
Rob el Grande y Tom el Silencioso entraron. Como siempre, tenían todo el aspecto de ir a darte un golpecito en la cabeza por haberte portado mal. No habían cambiado nada.
A pesar de lo absorta que estaba pensando en John, la mujer pensó que era bueno poder distraerse con algo. Aquel trabajo se le daba bien. Había pasado muchas noches trabajando para que el club funcionara sin ningún problema. Eso era algo que sabía hacer.
—¿Qué pasa, chicos?
Naturalmente, Rob el Grande fue el que tomó la palabra.
—Hay un nuevo jugador en la ciudad.
—¿En qué clase de negocio?
El gorila se dio unos golpecitos a un lado de la nariz.
Drogas. Genial, pero realmente no era ninguna sorpresa. Rehv había sido el gran capo de la ciudad durante una década y ahora que había desaparecido de la escena, naturalmente había muchos oportunistas que querían llenar ese vacío… El dinero era un gran motivador.
Estupendo. El submundo de Caldwell ya era todo un esperpento salido del infierno y verdaderamente no necesitaba más inestabilidad.
—¿Quién es?
—Nadie lo sabe. Al parecer salió de la nada y acaba de comprarle a Benloise medio millón en polvo, que pagó en efectivo.
Xhex frunció el ceño. No es que dudara de las fuentes de sus gorilas, pero estaban hablando de mucha mercancía.
—Eso no significa que lo vayan a vender en Caldwell.
—Nos enteramos por un gilipollas que estaba armando líos en el servicio de hombres.
Rob el Grande arrojó sobre el escritorio una bolsita de celofán. Contenía el cuarto de onza normal en estos casos, excepto por un pequeño detalle. Llevaba un sello estampado en tinta roja.
Mierda…
—No tengo ni idea de qué significa ese signo.
Por supuesto que Rob el Grande no podía saber qué era eso. Se trataba de una letra de la Lengua Antigua, que Rob no podía conocer. Por lo general, todos los documentos oficiales llevaban ese sello, y representaba la muerte.
La pregunta era… ¿Quién estaba tratando de ocupar el lugar de Rehv…, que casualmente pertenecía a la raza vampira?
Xhex resopló.
—¿Qué ha pasado con el tío que os lo contó? ¿Lo dejasteis ir?
—Te está esperando en mi oficina.
La vampira se levantó y rodeó el escritorio. Mientras lanzaba un rápido y cariñoso puñetazo a Rob el Grande en el brazo, le dedicó unas amables palabras.
—Siempre me has agradado mucho.