12
Cuando Xhex entró en el Iron Mask se sintió como si viajara en el tiempo. Durante años había trabajado en clubes como ese, rodeada de gente desesperada como esa, con los ojos bien abiertos por si estallaba un problema…, como aquel pequeño conato de pelea que estaba teniendo lugar allí.
Directamente frente a ella, dos tíos se estaban poniendo en guardia. Un par de toros góticos que escarbaban la tierra con sus botas New Rock. A su lado, una chica con el pelo negro y blanco, el escote lleno de escarcha y una pinta indescriptible, llena de correas de cuero negro con hebillas, parecía bastante satisfecha con lo que iba a ocurrir.
Xhex sintió deseos de abofetearla y echarla a patadas.
Sin embargo, el verdadero problema no era esa estúpida, sino los dos imbéciles que estaban a punto de liarse a puñetazos. Y la preocupación no era tanto por lo que pudieran hacerse ellos mismos, sino por lo que pudiera pasar con las otras doscientas personas que se estaban comportando bien. Un par de cuerpos volando en diferentes direcciones podían causar estragos entre los presentes, incluso una avalancha o una reyerta general. ¿Quién quería algo así?
Xhex estaba a punto de intervenir cuando recordó que ese ya no era su trabajo. Ya no era responsable de lo que hicieran esos idiotas con sus celos, su consumo de drogas, sus hazañas sexuales…
Y, de todas maneras, ahí estaba Trez Latimer para encargarse del asunto.
Los humanos veían al Moro como uno más entre ellos, solo que más grande y más agresivo. Sin embargo, Xhex sabía la verdad. Ese Moro era mucho más peligroso de lo que cualquier Homo sapiens podría haber imaginado. Si lo deseaba, podría cortarles el cuello a todos en un segundo, tirar los cuerpos a una hoguera, dejarlos asarse durante un par de horas y cenárselos con una mazorca de maíz y una bolsa de patatas fritas.
Los Moros tenían una forma única de deshacerse de sus enemigos.
En cuanto apareció la figura de Trez, la dinámica de la pelea cambió al instante. Un solo vistazo al aparecido y la putita de las correas pareció olvidar los nombres de los dos tíos que estaban a punto de matarse por ella. Entretanto, los borrachines parecieron recuperar un poco el control y dieron un paso atrás para evaluar la nueva situación.
Buena idea, pues estaban a solo un segundo de que otro tomase decisiones por ellos.
Los ojos de Trez se cruzaron con los de Xhex durante una fracción de segundo y luego el Moro se concentró en sus tres clientes. Cuando la putita trató de acercarse furtivamente a él, entornando los ojos y meneando los senos, Xhex estuvo a punto de soltar una carcajada.
Trez no parecía estar para bromas.
Por encima del estruendo de la música, Xhex solo alcanzó a oír unas pocas palabras, pero podía recordar el discurso bastante bien: «No seáis tan estúpidos. Salid de aquí. Este es el primer y último aviso antes de que os declaremos personas non gratas».
Al final, Trez prácticamente tuvo que quitarse de encima a la arpía que, en su estupidez, se le había pegado al brazo.
Al zafarse el gigante de la pobre idiota con un «no puedes estar hablando en serio», la vampira dio un paso adelante y su viejo conocido la saludó con voz profunda y seductora.
—Hola.
—Hola. —Xhex sonrió—. ¿Otra vez tienes problemas con las féminas?
—Siempre. —Trez miró a su alrededor—. ¿Dónde está tu hombre?
—No está aquí.
—Ah. —Pausa—. ¿Cómo estás?
—No sé, Trez. No sé por qué estoy aquí. Solo…
En ese momento, Trez extendió el brazo y lo puso sobre los hombros de Xhex, al tiempo que la acercaba hacia él. Dios, seguía oliendo como siempre: una combinación de Gucci pour Homme y algo que era exclusivamente suyo.
—Vamos, niña. Vamos a mi oficina.
—No me llames «niña».
—Está bien. ¿Qué te parece «tesorito»?
Xhex le pasó el brazo por la cintura y apoyó la cabeza contra sus pectorales, al tiempo que comenzaban a caminar juntos.
—¿Te gusta tener las pelotas donde las tienes o prefieres que te las cambie de sitio?
—Están bien donde están. Pero me gusta pincharte. Cabreada te vuelves irresistible.
—Bueno, pues entonces no me enfadaré.…
—Entonces, ¿nos quedamos con «tesorito»? ¿O voy a tener que ponerme más duro contigo? Porque soy capaz de llamarte «bomboncito de nata» si es necesario.
En la parte trasera del club, junto a los vestidores donde las «bailarinas» se cambiaban de ropa, la puerta de la oficina de Trez parecía la de un gran congelador de carne. En su interior había un sofá de cuero negro, un gran escritorio de metal y un armario forrado de plomo que, además, estaba atornillado al suelo. Eso era todo. Bueno, además de miles de órdenes de compra, recibos, mensajes telefónicos, ordenadores…
A Xhex le pareció que hacía un millón de años que había salido de allí.
—Supongo que iAm no ha pasado por aquí todavía. —Xhex señaló con la cabeza el desorden del escritorio. El gemelo de Trez nunca habría tolerado ese caos.
—iAm está en Sal’s, cocinando hasta medianoche.
—Entonces sigue con el mismo horario.
—Si funciona, ¿para qué cambiar?
Tomaron asiento, él en su silla en forma de trono y ella en el sofá. Xhex sentía una opresión en el pecho.
—Cuéntame. —La miró con seriedad.
La mujer apoyó la cabeza en su mano y tomó aire antes de entrar en explicaciones.
—¿Qué pensarías si te dijera que quiero volver a mi antiguo trabajo?
Xhex vio que su gigantesco amigo se ponía tenso.
—Creí que estabas peleando al lado de los hermanos.
—Lo mismo pensaba yo.
—¿Qué pasa? ¿Wrath no se siente muy cómodo al tener a una hembra en el campo de batalla?
—No, es John. —Al ver que Trez soltaba una maldición, Xhex suspiró con fuerza—. Y como soy su shellan, predomina lo que él dice.
—¿De verdad te miró a los ojos y te dijo que…?
—No, hizo mucho más que eso. —Cuando Xhex oyó un gruñido amenazador que atravesaba el aire, movió la mano para calmarlo—. No, no hubo nada ni remotamente violento. Pero la discusión, o, mejor dicho, las discusiones, no fueron precisamente divertidas.
Trez se recostó en la silla. Tamborileó con los dedos sobre los papeles que tenía frente a él y se quedó mirándola.
—Claro que puedes volver, ya me conoces. No estoy atado por ninguna noción vampírica de lo que es o no apropiado… Además, nuestra sociedad es matriarcal, así que nunca he entendido la misoginia de las Viejas Leyes. Sin embargo, me preocupáis John y tú.
—Ya lo solucionaremos. —¿Cómo lo harían? No tenía ni idea. Aunque no iba a confesarle que temía que eso fuera imposible—. Pero lo cierto es que no puedo sentarme en esa casa a no hacer nada y ahora prefiero no ver a ninguno de ellos durante un tiempo. Mierda, Trez, debí darme cuenta de que todo eso del apareamiento no era buena idea. No estoy hecha para eso.
—A mí me parece que tú no eres el problema. Aunque entiendo la posición de John. Si algo le pasara a iAm yo me volvería loco. Así que no es buena idea que él y yo peleemos hombro con hombro.
—Y sin embargo lo hacéis.
—Sí, pero es una estupidez. Y nosotros no nos dedicamos a combatir todas las noches. Tenemos empleos de oficina que nos mantienen ocupados y solo nos encargamos de lo que nos incumbe directamente. —Trez abrió un cajón del escritorio y le arrojó a Xhex un juego de llaves—. Hay una oficina desocupada al final del corredor. Si ese detective de homicidios vuelve a aparecer para preguntar por Chrissy y su novio muerto, ya veremos cómo lo manejamos. Entretanto, te pondré de nuevo en nómina. Es un buen momento para volver, me viene muy bien que me ayudes a organizar a los gorilas. Pero, y hablo en serio, esto no implica una obligación a largo ni a medio plazo. Te puedes ir cuando quieras.
—Gracias, Trez.
Los dos se quedaron mirándose por encima del escritorio.
—Todo irá bien —dijo el Moro.
—¿Estás seguro?
—Seguro.
‡ ‡ ‡
Algo así como manzana y media más allá del Iron Mask, Xcor se hallaba junto a la puerta de un salón de tatuajes. Las luces rojas, amarillas y azules del cartel de neón ya lo estaban poniendo nervioso.
Throe y Zypher habían entrado al establecimiento hacía ya cerca de diez minutos.
Pero no para hacerse un tatuaje.
Ciertamente, Xcor habría preferido que sus soldados estuvieran en cualquier otra parte, en una misión. Pero, por desgracia, la necesidad de beber sangre no se podía negociar y todavía tenían que encontrar una fuente permanente de suministro. Las hembras humanas servirían por el momento, pero con ese producto la energía nunca duraba lo mismo y eso significaba que la búsqueda de víctimas era casi tan frecuente como la de comida.
En efecto, llevaban solo una semana en la ciudad y ya podía sentir en su organismo cierto estado letárgico. En el Viejo Continente disponían de hembras vampiras a las cuales pagaban por sus servicios. Pero aquí por el momento no contaban con ese lujo y Xcor temía que así tendrían que seguir durante un tiempo.
Desde luego, si se convertía en rey, ese problema quedaría solucionado.
Mientras esperaba, se movía nervioso, volcando el peso del cuerpo alternativamente en una y otra pierna. Con cada movimiento el abrigo de cuero crujía un poco. En la espalda, enfundada y escondida pero lista para usar, la guadaña aguardaba con la misma impaciencia.
Xcor podía jurar que a veces la guadaña le hablaba. Por ejemplo, cuando pasaba algún humano por la boca del callejón en el que se encontraba; tal vez era un solitario que caminaba con rapidez, o una mujer que andaba lentamente mientras trataba de encender un cigarrillo contra el viento, o un pequeño grupo de juerguistas. A unos y otros, sus ojos los seguían como si fueran una presa, fijándose en la forma en que se movían los cuerpos, dónde podían estar ocultando algún arma y cuántos saltos necesitaría para atravesarse en su camino.
Y durante todo ese tiempo la guadaña le susurraba palabras de encendido ánimo, alentándolo a entrar en acción.
En los tiempos del Sanguinario había menos humanos, que además eran menos fuertes, lo cual significaba que eran buenos como presa de práctica y como fuente de alimentación (por cierto, así fue como esa raza de ratas sin cola terminó creando tantos mitos sobre los vampiros). Sin embargo, ahora los roedores habían tomado el palacio de la Tierra y se habían convertido en una amenaza de verdad.
Era una lástima que no pudiera conquistarse Caldwell como era debido. Arrebatarle la ciudad no solo al gran Rey Ciego y a la Hermandad, sino también a los humanos.
Su guadaña estaba lista, de eso no podía tener dudas. Allí descansaba, palpitante en su espalda, rogándole que la usara con una voz que era más sexy que cualquier cosa que sus oídos hubiesen escuchado nunca en boca de una hembra.
Throe salió del salón de tatuajes y se dirigió al callejón. De inmediato, ante la inminencia del festín, los colmillos de Xcor se alargaron y su polla se puso dura, no porque estuviera interesado en el sexo, sino porque así era como funcionaba su cuerpo.
—Zypher está terminando de hablar con ellas —dijo el lugarteniente.
—Bien.
Al ver que una puerta de metal se abría al fondo, los dos machos metieron las manos en los abrigos de cuero y agarraron las armas.
Falsa alarma: era Zypher…, acompañado de un trío de damas, todas ellas tan atractivas como un cubo de basura al lado de un perro muerto.
Indigentes, busconas, a saber. Lo importante era que todas tenían el requisito principal: un cuello.
Mientras avanzaban hacia ellos, Zypher reía, pero con cuidado de no enseñar sus colmillos. Con su peculiar acento extranjero, Zypher hizo las presentaciones.
—Estas son Carla, Beth y Linda…
—Lindsay —gritó la que estaba en el extremo.
—Lindsay —se corrigió Zypher, al tiempo que estiraba un brazo y la acercaba más a él—. Chicas, ya conocéis a mi amigo, y este es mi jefe.
El soldado no se molestó en dar nombres, ¿para qué? A pesar de la presentación tan poco formal, ellas parecían muy contentas… y excitadas. Carla, Beth y Lin-lo-que-fuera sonrieron a Throe y sus ojos brillaban…, hasta que vieron a Xcor.
Aunque estaba casi en la oscuridad de las sombras, una luz de seguridad se había activado cuando se abrió la puerta y fue evidente que a las chicas no les gustó lo que vieron. Dos de ellas clavaron los ojos en el suelo y la otra se puso a juguetear con la chaqueta de cuero de Zypher.
El rechazo automático era una reacción normal. De hecho, ninguna hembra lo había mirado alguna vez con atracción o aprobación.
Por fortuna, a él eso no le importaba nada.
Antes de que el silencio se volviera más incómodo, Zypher habló.
—En todo caso, estas adorables señoritas van camino al trabajo…
—En el Iron Mask —dijo Lin-lo-que-fuera.
—Pero han accedido a encontrarse con nosotros aquí a las tres de la mañana.
—Cuando salgamos del trabajo —apuntó otra.
Mientras que el trío, más tranquilo, comenzaba una ronda de molestas risitas traviesas, Xcor pensó que estaba tan interesado en ellas como ellas en él. Desde luego, sus ambiciones apuntaban mucho más alto que las de alguien como Zypher. El sexo, al igual que beber sangre, era una función biológica un tanto molesta. Era demasiado inteligente para interesarse por los romances.
Si alguien estaba decidido a seguir ese camino, la castración era lo más fácil, menos doloroso e igual de permanente.
Zypher sonrió a las mujeres.
—Entonces, ¿tenemos una cita?
La que estaba prácticamente montada sobre él le susurró algo que lo obligó a bajar la cabeza. Al ver que el soldado fruncía el ceño no era difícil imaginar de qué se trataba, y la mujer no pareció demasiado molesta con la respuesta. Más bien lo contrario, pues ronroneó como un gato.
Claro, eso es lo que hacen las gatas de los callejones, pensó Xcor, siempre despectivo.
—Entonces definitivamente es una cita —dijo el vampiro de peculiar acento, y miró de reojo a Throe—. Acabo de prometer que nos encargaremos de las tres lo mejor que podamos.
—Que no quepa la menor duda.
—Bien. Perfecto. —Zypher dio un golpecito en el trasero a una y luego a otra. A la tercera, la mujer que estaba tratando de meterse debajo de su abrigo, la besó con ardor.
Más risitas. Más miradas coquetas. Reacciones propias de prostitutas que acababan de conseguir un buen cliente, y también de chicas que creen que van a disfrutar.
Al marcharse, cada una de las mujeres miró a Xcor. Su expresión sugería que con él no se divertirían tanto, que lo consideraban como una enfermedad a la que pronto tendrían que exponerse. Xcor se preguntó quién sería la perdedora cuando todas regresaran, porque estaba tan seguro de que iba a follar con una de ellas como de que el día era largo y las noches siempre eran muy cortas.
No se la tiraría por gusto, sino por necesidad. Maldita biología.
—Qué buenos ejemplos de virtud —dijo Xcor con sarcasmo cuando se quedó solo con sus soldados.
Zypher se encogió de hombros.
—Son lo que son. Y nos servirán igual de bien que cualquier otra.
—Estoy tratando de conseguir hembras apropiadas para nosotros —apuntó Throe—. Solo que no es fácil.
—Tal vez debas esforzarte más. —Xcor levantó la mirada al cielo—. Ahora, vamos a trabajar. El tiempo vuela.