COMO NO PODÍA SER de otro modo en un país donde siempre pasan las mismas cosas que en Estados Unidos, aunque quince años más tarde, hace algún tiempo comenzó a abrirse camino tímidamente en España la moda que hiciera furor en California a finales de los setenta y principios de los ochenta: la caminata sobre el fuego.
Es como importar la tortilla de patata. Desde hace más de mil años, en Soria, como en la India, en China, en Malasia, en Japón, en Bulgaria o en Grecia, existe una tradición que renueva inexorablemente el rito cada noche de San Juan. Los mozos del pueblo se pasean descalzos sobre los rescoldos ardientes de la hoguera, llevando, en ocasiones, a sus novias cargadas a la espalda y se lo pasan estupendamente. Pero han tenido que ser los avispados norteamericanos los que vieran en ello un atractivo producto para vender en el mercado de la Nueva Era. ¿Por qué no desafiar a los agresivos ejecutivos estresados que buscan emociones fuertes, a los crédulos de corte místico, a los miedicas recalcitrantes que han de probarse constantemente el valor ante sí mismos y, de paso, hacer unas risas y ganar unos duros? Bien, pero siempre que se dote al producto de una aureola místico-científica.
Así, algunos grupos aducen que «la fe induce cambios fisiológicos que protegen al marchador». Según esta teoría, las endorfinas, unos elementos químicos que se encuentran en el cerebro y se asocian con las sensaciones de placer y dolor, se ven incrementados con la fe y protegen el cuerpo de quemaduras. Otros sostienen que los cambios fisiológicos alteran el «cuerpo bioeléctrico» y aseguran que, a medida que se acerca a las brasas, uno siente una especie de electricidad protectora alrededor del cuerpo. Otra teoría establece que la fe cambia las propiedades de los músculos, de tal manera que éstos pueden reconducir el calor lejos de los pies. Hay quienes especulan con la posibilidad de que la capacidad de algunas personas de producir mínimos cambios de temperatura en sus manos y pies pueda ser utilizada, en mayor medida, por los marchadores, etc.
Lejos de toda palabrería pseudocientífica, John R. Taylor, un físico de la Universidad de Boulder, Colorado, decidió hace algunos años llevar a cabo el experimento en el propio departamento de física de la universidad. Cuando sus pies desnudos marchaban sobre las brasas, la temperatura de éstas se acercaba a los ochocientos grados. Sin embargo, no se quemó porque «lo importante —en sus propias palabras— no es la temperatura, sino el calor transferido», dos conceptos que parecen confundirse pero que son totalmente distintos.
Si abrimos un homo, la temperatura del aire, del pan y del hierro de la base es la misma. Sin embargo, los efectos de tocar el aire, el pan o el hierro son totalmente diferentes. Se puede mantener la mano en el aire caliente del interior del homo durante unos segundos sin el menor problema. Se puede tocar el pan brevemente sin quemarse, aunque no más de uno o dos segundos. Pero un simple roce contra el hierro produce quemaduras. La principal diferencia entre los tres elementos estriba en su capacidad calorífica y su conductividad.
La capacidad calorífica del aire es mínima, por tanto tiene poco calor que transmitir a la mano. Además, su conductividad también es baja y aunque el aire adyacente a la mano la caliente, el calor más alejado se transfiere muy lentamente.
En el otro extremo, el metal tiene gran capacidad calorífica y alta conductividad. De esta manera, dispone de mucho calor para transmitir a la mano, e incluso el calor más alejado del punto de contacto se suma rápidamente. El pan representa el punto medio entre ambos elementos.
Las brasas que se pisan en la hoguera pueden ser comparadas al pan del ejemplo anterior, ya que su capacidad calorífica y conductividad son lo suficientemente bajas para permitir que el pie se pose sobre ellas durante unas fracciones de segundo sin resultar quemado, aunque una exposición mayor podría dar lugar a serias quemaduras. Este principio, y no otro, es el «secreto» que permite a muchas personas caminar sobre las brasas sin quemarse. Pero ¿por qué algunos se queman? La causa habría que buscarla en una inadecuada preparación psicológica. El miedo lleva a muchos a encoger instintivamente el pie, lo que permite la llegada de oxígeno y mantiene viva la combustión del rescoldo. Para evitar quemaduras, la pisada ha de ser firme y segura, de tal manera que acabe con la combustión y el calor transferido durante breves instantes sea insuficiente para herir la piel. Esto es lo que siempre han sabido los marchadores sorianos que se sirven de un sobrepeso para apagar más fácilmente el rescoldo. Y lo que seguramente ignoran esos irresponsables que sin ninguna preparación y con tal de repartirse unos euros, no tienen reparo en arriesgarse a que quienes confían en ellos se metan literalmente «de patitas en el infierno».
La vía mística empleada en la India, de refinada psicología, incluye elaboradas ceremonias preparatorias que duran tres días y hacen que el marchador se sienta protegido y abandone el temor. La tradición soriana va transmitiendo sus secretos de generación en generación. Pero la mayoría de los promotores modernos no parecen estar para perder el tiempo con sutilezas. Han descubierto un filón y quieren explotarlo antes de que se les adelanten. Que unos y otros lo tengan bien claro: quien juega con fuego, acaba quemándose.