Epílogo

LÜR

Lür salió al exterior de la clínica privada al anochecer. Había oscurecido y en el jardín refrescaba, pero buscó un banco alejado de cualquier farola y se sentó por fin a descansar.

El equipo de cirujanos había llegado fuertemente escoltado desde Nueva York en helicóptero y los habían trasladado a todos fuera de isla Belle. Nagorno se había asegurado de enviar con ellos un pequeño ejército privado por si aparecían más Hijos de Adán, pero nadie hizo acto de presencia para impedir que marchasen.

Después de varias horas en el quirófano, la operación de trasplante había concluido con éxito. Los corazones parecían compatibles, aunque Lür no sabía si alegrarse o inquietarse con aquel dato. Había tenido que administrar a Urko un calmante para dormirlo.

Adana estaba muerta por fin y Adriana Alameda también. Un alivio de milenios, un pesar de solo un año que le dolería durante siglos.

¿Cuánto tardaría Urko en reponerse de aquello?, pensó, preocupado.

Fue entonces cuando escuchó pasos y el murmullo de una conversación que se acercaba. No deseaba compañía en aquellos momentos, así que se levantó y entró de nuevo en el edificio de la clínica, pendiente de velar por sus dos hijos amados.

Nunca llegó a saber que las sombras del jardín eran Gunnarr y Marion Adamson. Ni llegó a escuchar la conversación que mantuvieron entre ellos.

—¿Qué ha pasado ahí adentro, Gunnarr? —preguntó Marion—. ¿Por qué has tenido que asesinar a Adriana? Tu padre no nos va a perdonar esto en la vida.

—No está muerta. Adriana y yo lo planeamos todo juntos antes de venir. Sabía que tenía que apaciguar la sed de venganza de Adana, que no dejaría marchar a mi familia sin dejar un cadáver a su paso. Durante el viaje en avión le administré a Adriana los polvos manipulados de un hongo, algo que me enseñó un hombre llamado Skoll una vez. Su corazón está ahora parado, en apariencia, pero volverá a latir en unas horas.

Ambos callaron por un momento. Estaban más allá de la preocupación.

—Lo que no esperaba era la reacción de mi padre —continuó Gunnarr—. Matando a Adana nos ha condenado a todos los miembros de La Vieja Familia. Los Hijos de Adán vendrán a por nosotros y tú ahora estás exiliada, no podrás hacer mucho por ayudarnos.

—Entonces adelántate tú —dijo Marion—. Los Hijos de Adán están atados a una promesa y han de cumplirla. ¿Sabes lo que significa eso, verdad?

—Lo sé, créeme. Lo sé.

—Ahora tú estás al mando, Gunnarr. Y tendrás que decidir lo que haces con ese poder.

Se miraron en silencio. Ya no había vuelta atrás.