Segunda masacre
Sierra de Cantabria, actual Álava 19 500 a. C.
LÜR
Lür llevaba cresteando varias jornadas, en busca de algún ciervo. Había encontrado las huellas de las pezuñas puntiagudas de una hembra pero le estaba resultando difícil darle caza, así que optó por abandonar la partida y volver cuanto antes con los suyos. El invierno había sido duro, pero habían sobrevivido. Habían sobrevivido.
Guardaba carne congelada en la grieta de la mole de roca que interrumpía la línea de la cordillera. Sus hijos la consideraban sagrada y algunos habían aprendido a subir por ella antes incluso de lanzar con azagayas.
Se adentró entre el estrecho hueco y no encontró la carne que días antes había dejado. Salió de la grieta, extrañado, y prendió una rama para ayudarse a ver mejor en la oscuridad de la roca.
Pero el trozo de carne no estaba, en cambio, en el suelo, encontró siete conchas de cauri. Siete, como los hijos que habían superado la primera dentición.
Soltó la rama y corrió, ladera abajo, hasta llegar al refugio.
Pero era tarde y él lo sabía.
Las lanzas que él les talló habían servido para atravesarlos a todos.
El más pequeño, de tres inviernos, aún gemía, pero Lür vio la herida y supo que no tenía remedio.
Se obligó a sacrificarlo para acabar con su agonía.
Se juró que no volvería al lado sur de la Gran Cresta mientras los Hijos de Adán siguiesen vivos.