Solsticio
ADRIANA
Cuando desperté por la mañana me encontré con dos platos de comida caliente en el suelo de la celda. Suficientes como para pasar el día. Un bollo de pan recién horneado que devoré sin pensarlo demasiado. Un cocido de carne que parecía caza mayor. Una trucha a la parrilla que se deshizo en mi boca. Guardé la mitad de las raciones, no sabía cuándo volvería a comer.
El día se me hizo eterno entre aquellos muros de piedra. El viento no dejaba de soplar a través del elevado ventanuco y me sentía desorientada sin reloj y sin móvil. Mi única referencia era la claridad que me llegaba desde el exterior y que fue abandonándome hasta dejarme de nuevo entre sombras.
Gunnarr llegó cuando yo ya dormitaba, se sentó sobre el edredón sin encender las luces y continuó con su historia como si nunca se hubiera ido de aquella celda:
«Así pues, abandoné la granja aquella madrugada sin despedirme de nadie, me encontré con Skoll en el bosque y lo seguí. Aquellos primeros días que estuvimos solos fueron los más instructivos de mi vida. Skoll era el líder de su banda de berserkir, y por tanto oficiaba las ceremonias secretas y los ritos sagrados que le consagraban a Odín. Pero no al Odín sabio que mi padre me había enseñado, sino al Odín vengativo, al guerrero, al que cercenaba vidas a lomos de su caballo de ocho patas, un regalo maldito de Loki.
»Skoll me aleccionó en el uso de elementos cotidianos que, manipulados, tenían efectos muy potentes y muy útiles. El pan contaminado con cornezuelo del centeno, por ejemplo, precursor del LSD. Puedes imaginarte los efectos alucinógenos que tenían aquellos bollos. Así conocí a Odín, a sus cuervos, a sus lobos y a toda su corte celestial. Ellos me hablaban y yo conversaba con ellos. Todos los objetos inanimados cobraban vida, las montañas eran gigantes, los cantos rodados de los arroyos eran elfos luminosos…
»Comenzó mi instrucción dándome pequeñas dosis en cada comida, asegurándose de que no tuviera ningún arma cerca, para conocer los efectos sobre mi cuerpo.
»Días más tarde comenzó a darme cerveza con beleño negro. El beleño daba sensación de ligereza. Al beberlo me sentía como si perdiera peso, como si este cuerpo tan grande fuera un ente ingrávido y sentía la sensación de que volaba por los aires.
»Era fantástico.
»Era yo, Gunnarr, en toda su extensión, no un granjero.
»—Todo es mentira —me repetía Skoll—, no creas lo que sientes ni lo que ves. El resto de los berserkir piensan que realmente vuelan, y es bueno que así lo crean mientras combaten, pero tú has de liderarlos y es importante que veas la realidad.
»—Pero he volado, te juro que te tocado con mi mano la copa de ese pino. Te juro que he estado en el pico nevado de ese monte. Mira mis manos, aún están frías.
»—No te has movido de tu sitio, niño.
»Lanzó una elocuente mirada a su bota y me di cuenta de que su enorme pie aplastaba el mío desde hacía un buen rato.
»—Te contaré el secreto que todo el mundo persigue de nosotros: ¿por qué no nos hacen daño las armas? Es por la baba roja del caballo de Odín, cuando cae sobre el tapiz del bosque se convierte en estos hongos rojos. Parecen inocentes, pero con los polvos que sueltan sus esporas puedes controlar a once hombres y esos once hombres pueden controlar el devenir de una batalla. Lo que soñaste durante doce noches, el poder de ser invulnerable, indestructible, inmortal: esa sensación solo te la dará esta seta roja.
»—¿Entonces es solo eso? ¿Una sensación? ¿No es real?
»—Será real si crees que lo es.
»—No me sirve, son palabras huecas para embaucarme. Yo quería que fuese real.
»—Así que querías ser inmortal de verdad —susurró con desprecio.
»—Eso es, eso quería. Así me sentía en sueños.
»—Muy bien, niño. Pues continúa soñando —dijo, me dio una palmada en la espalda y se largó a recolectar setas.
»Cuando ya me había aleccionado en los usos de sus polvos, sus plantas y sus raíces, cuando mi cuerpo se acostumbró a ver los colores más brillantes cada mañana y los sonidos más nítidos, entonces me llevó al campamento donde nos aguardaban los otros diez berserkir.
»Todos ellos tenían muchas batallas a sus espaldas, eran viejos camaradas de guerra y estaban acostumbrados a luchar juntos. Me miraron con la apatía con que se mira a un cachorro, y después me ignoraron.
»Partimos al día siguiente hacia el oeste, bordeando la costa en dirección a Frisia. Cruzamos por lugares que más tarde se llamarían Halen, Stalen y Visen. Allí precisamente tuvo lugar la primera razzia en la que participé. Una granja bastante desprotegida, sin vallado, gobernada por un jarl ya anciano y cuyos hijos habían salido meses antes a alta mar sin volver.
»Fue asquerosamente sencillo: el incendio, el pillaje, los hombres desarmados. Apenas opusieron resistencia. Yo no podía creerme lo que estaba haciendo. Había recibido mi dosis de hongo rojo por la mañana, y era cierto que me sentía poderoso y ligero, pero también era consciente de cada aullido de dolor de mis víctimas, granjeros como yo. Algunos, vagamente conocidos».
—¿Pero sabes qué recuerdo tengo de aquella sangría, stedmor? El miedo a que mis vecinos me reconocieran y se lo contaran a mi padre. Eso recuerdo. Así que me embadurné la cara de sangre, en un intento de pasar desapercibido y continué con la matanza, rogando a Odín que mi padre no se enterara jamás de aquello.
«Cuando dejaron de escucharse gritos, Skoll se me acercó y me señaló uno de los edificios adyacentes.
»—Ahora las mujeres, no las mates. Solo viólalas, es bueno que Odín esparza su semilla y que cuando muramos siga habiendo berserkir a este lado del Valhalla.
»Así que me adentré en un cobertizo, pues allí había visto ocultarse a una muchacha.
»En realidad era una despensa donde se guardaban todas las provisiones. Al escucharme entrar ni siquiera se escondió. Se enfrentó a mí, temblando, con la valentía de las mujeres danesas.
»La tiré al suelo, miré a mis espaldas, pero ningún berserker me había seguido, todos ellos estaban ocupados en labores similares a la mía.
»—Grita, mujer. Quiero que grites y me supliques que no lo haga.
»Le rasgué la falda y el delantal, descubrí sus pechos. Ella se quedó paralizada, muerta de terror. Me bajé los pantalones, y me incliné sobre ella.
»—¡Vamos, grita! ¡Fuerte! ¿Es que nunca has fingido con tu marido?
»La muchacha me miró sin comprender.
»—¿No vas a tocarme?
»—Por supuesto que no, ¿por quién me tomas? —repliqué, ofendido—. ¿Y ahora, quieres hacerme el favor de gritar como si te estuviera rompiendo en dos? Si no lo haces, vendrán los otros berserkir a asegurarse de que te estoy violando en condiciones, y entonces, te lo aseguro, sí que te van a entrar ganas de gritar como un gorrino.
»La buena mujer se puso a dar alaridos, cada vez más convincentes, mientras yo me tumbaba a su lado y me reponía un poco de lo que acababa de vivir. Hice el recuento de mis primeros muertos, muchos de ellos muchachos imberbes como yo.
»Después busqué en la despensa y encontré zumo de moras, me embadurné bien la entrepierna y a ella le pinté artísticamente algunas heridas. El labio partido, el ojo morado, esas cosas. Skoll se asomó por la puerta, tal y como había previsto. Yo fingí embestirla, quedó complacido de lo que vio y se fue. Eso fue todo».
—Así que no la violaste —pensé en voz alta.
—No quería desgarrar mujeres, ya lo hice una vez al nacer y nunca me lo perdoné —contestó Gunnarr, encogiéndose de hombros en la penumbra.
«Volví al campamento, mientras todos los berserkir me felicitaban efusivamente por mi bautismo de sangre. Skoll no dejaba de observarme con un brillo de orgullo en sus ojos oscuros.
»—Eso que haces con las dos manos nos va a ser de mucha utilidad, niño. Jamás he visto alguien tan rápido matando, ¡y a pares!
»Yo sonreía, siguiéndoles la corriente, pero en mi interior estaba demasiado conmocionado por lo que acababa de hacer.
»Aunque lo peor estaba por llegar. Skoll consideró que ya estaba preparado para ser uno de los suyos y a la mañana siguiente me desperté aterido de frío. Solíamos dormir a la intemperie y me habían robado mi manta de pieles. La encontré pronto, no tuve más que seguir sus risas. Dos de ellos la estaban restregando con miel.
»—¿Qué creéis que estáis haciendo con mi manta? —les grité, encarándome a ellos.
»—No te bañes en el río durante una semana —intervino Skoll, que aquella mañana estaba de excelente humor.
»—Harás de mí un berserker, pero no pienso oler como vosotros. ¿Y por qué están echando a perder mi manta?
»—Te estamos preparando para tu dama. En unos días estará todo listo para el rito, he de esperar el viento adecuado.
»Aquel día infame me envolvieron en un trozo de piel pringosa que un día había sido mi manta. Después me llevaron a una cueva bien oculta en el bosque. Arrojaron dentro la manta y después me arrojaron a mí, desarmado y un poco aturdido.
»—Si sobrevives, tráeme una pata. Esa es la prueba que has de superar —me gritó.
»Al principio no vi nada, pero la pude oler como ella me olió a mí. Era una osa recién parida, separada de su cría. Intenté escapar, corrí hacia la entrada de la cueva, pero descubrí horrorizado que los berserkir habían prendido una muralla de fuego, impidiendo mi salida y la de la osa, aunque el viento de aquel día llevaba el humo hacia fuera y no nos asfixiaba. Ni siquiera iba a tener una muerte rápida.
»Así que me encaré con ella, que me embistió, rabiosa como estaba, y quedamos ambos de pie, bailando una danza letal. Le frené las pezuñas con estas manos que ves, sentí en sus almohadillas blandas el barro y el musgo del bosque. Estaba anonadado, sabía que iba a morir, casi me entregué. Asumí que me iba a devorar, sin una sola arma contra aquella colosa enfurecida.
»Entonces alguien me lanzó mis dos pequeñas hachas. Siempre pensé que fue Skoll, al menos así siempre lo creí, mejor eso que pensar que aparecieron de la nada.
»Lo que ocurrió a continuación fue una salvajada, no hubo nobleza ni gloria en aquel acto. La maté poco a poco, a pequeños hachazos, como se tala un árbol, y no por voluntad propia. Yo habría acabado con su sufrimiento de manera rápida, pero no tenía otras armas más adecuadas, ni la fuerza aún para matarla más rápido. Tardé horas. Sufrí por ella, maldije las risas de los berserkir, nunca he soportado la agonía de una madre.
»En la entrada de la cueva aún se levantaba una barrera de llamas, creí que los berserkir me esperarían afuera, que al lanzarles la pata de la osa me ayudarían a salir. Pero no lo hicieron, se olvidaron y se largaron. Tuve que atravesar la línea de fuego y parte de mi ropa prendió. Me quemé los pies, pues iba ciego, caminando sobre las ascuas y no encontraba la salida. Los pulmones me ardían como si hubiera tragado brasas.
»Regresé al campamento, donde encontré a todos sentados en círculo calentándose alrededor de una hoguera. Pude ver en sus miradas sorprendidas que muchos no me esperaban vivo, pero no volví con las manos vacías. Alcé la cabeza arrancada de la osa frente a ellos.
»—¿Quién la quiere? —los interrumpí, paseando mis ojos por aquellos rostros odiados por última vez.
»Los once berserkir, incluido Skoll, se abalanzaron sobre ella. Todos la codiciaban, era magnífica. Daría miedo como máscara en la batalla, los reyezuelos la temerían, la fama de quien la portase aumentaría y las sagas de los escaldos lo mencionarían.
»—¿Dónde está la cría? —pregunté, sin soltar mi trofeo.
»—¿De qué cría hablas, niño?
»—De la cría de la osa, acababa de parir.
»—La hemos dejado en el bosque, medio día hacia el norte.
»La habían expuesto, la habían abandonado a la noche, al frío y a las alimañas.
»Arrojé la cabeza de la osa a la hoguera, y todos saltaron a las llamas para rescatarla como demonios entrando en un infierno. Aproveché para salir corriendo, corrí pese a las ampollas de los pies, pese a tener los brazos dormidos después de tanto hachazo.
»Corrí en busca de la cría, aunque ella me encontró a mí, un par de millas después, imagino que llevaría el olor de su madre. Era una osezna, la recogí y le di mi calor aquella primera noche de su vida. Durante los siguientes días la alimenté, la enseñé a cazar presas pequeñas y a encontrar panales, bayas silvestres… esas cosas que comen los osos.
»—Te esperaré —le dije, cuando me despedí de ella—, volveré cuando estés lista y puedas vengar a tu madre. Me dejaré matar por ti y pagaré la deuda.
»He vuelto mil veces a ese bosque, y no la he encontrado. Pero sé que sobrevivió, sé que sobrevivió… Ahora el bosque linda con un centro comercial, y pese a ello suelo volver regularmente. Sigo buscando a esa osa y a sus descendientes. Creo firmemente en las deudas de sangre que se transmiten en familia.
»Volví de noche a la granja de mi padre. Entré sigiloso en el skali, cuando todos dormían, y le dejé bajo su lecho una corteza de abedul con unas runas grabadas.
Padre, no estoy seguro de merecer tu perdón.
Si vienes, hallarás hachas y troncos,
y un hijo arrepentido.
»Lo esperé en el claro del bosque donde entrenaba cada día. Fue la madrugada más larga de mi vida. El sol se fue alzando sobre el horizonte con una lentitud que no conocía, y mi padre no hacía acto de presencia. Yo sabía que lo había humillado fugándome con una banda de berserkir, que su heredero dejaría una mancha en la familia difícil de olvidar, que probablemente habían llegado a sus oídos las salvajadas que yo había perpetrado.
»Pasó el día entero, y mi padre no apareció. Me quedé dormido, allí mismo, frente al tronco donde entrenaba, sin comer, sin beber nada. Solo esperando a mi padre.
»Me despertaron los ruidos del bosque, unas pisadas presurosas en la nieve. Me levanté de un salto, alerta pero desorientado.
»Entonces lo vi aparecer, a mi padre, corriendo hacia mí.
»Me miró como si fuera un espectro, horrorizado al verme con tan mal aspecto, quemados los pies y las botas, con sangre de la osa aún por todo el cuerpo, aterido de frío, de hambre, de horror por lo vivido. Se llevó el puño a la boca, con un gesto que me supo a impotencia, y después me venció todo el cansancio y perdí un poco el equilibrio. Él se abalanzó sobre mí para recogerme antes de que cayera y me abrazó. Me abrazó con sus brazos fuertes, en el suelo, y sollozó como un crío, repitiendo mi nombre.
»—Lo acabo de ver, Gunnarr. No había encontrado tu mensaje hasta hoy. Por poco te pierdo, por poco te pierdo de nuevo, hijo».
Miré a Gunnarr de reojo, tragó saliva y le tembló levemente la barbilla. Tenía la mirada fija en la pared de la celda.
—Mi padre me perdonó el agravio. Mis tíos, Magnus, Lyra y Néstor, reaccionaron con una alegría y un alivio que no esperaba. Siempre me trataron como si fuera una joya a preservar, un regalo, algo excepcional. Ni un reproche, ni una palabra al respecto. No volvimos a hablar de los berserkir.
«Y días más tarde, mi padre decidió celebrar en mi honor el Jól Blot, el solsticio de invierno. Toda la granja se unió al jolgorio, por todas partes había mujeres amasando el pan, cortando verduras, calderos en el fuego, jabalíes sobre las ascuas. Se sacaron de los baúles las copas de cristal que mi tío Magnus había traído de Renania, un lujo poco visto por aquellos parajes, donde siempre bebíamos en cuernos o cubiletes de madera. Se cubrieron las paredes de tapices espléndidos que ni yo mismo sabía que guardábamos.
»Se contrataron músicos que llenaron la colina de los sonidos alegres de las arpas, las flautas de hueso, y mi tío Néstor sacó un antiquísimo lur de bronce, cuyo sonido ronco se decía que alejaba los malos espíritus.
»Hicimos juegos y carreras con esquís, trineos y raquetas. Los ancianos hicieron sus torneos de damas y otros juegos importados de lugares más al sur.
»Mi padre estaba exultante, y todos los vecinos invitados se acercaban a felicitar a Kolbrun por la vuelta de su hijo descarriado.
»Teníamos trece noches por delante de fiesta, trece noches en los que debíamos subir a la colina, cantando y gritando para despedir el sol en la “noche madre” del año.
»—Te juzgué mal, hijo —me dijo mi padre, más alegre que de costumbre, durante uno de los momentos de descanso de las carreras—. Tienes más edad de la que representas. Pensé que a tus doce inviernos eras un niño, pero has vivido ya situaciones propias de un adulto. He hablado con una de las hijas de nuestro vecino Knud, ella es grande como tú y te mira con buenos ojos. Creo que ha llegado el momento de que te inicies como hombre. Pero antes escúchame bien. Tienes ya el vigor de varios jabalíes y aún te queda por crecer. Procura no confundir nunca fuerza con placer, elige mujeres fuertes que soporten tus embestidas.
»—Padre —lo frené—, te lo agradezco. Te lo agradezco mucho, pero no me interesa tu propuesta. Y dile por favor a esa joven que admiro su belleza y su valentía, pero que sin duda yo no soy el adecuado para ella.
»—¿Estás seguro, Gunnarr? No voy a ser de esos padres que obligan a pasar por el rito a sus hijos con esclavas desdentadas, pero has de saber que la gente murmurará si te mantienes casto.
»—Padre, solo los débiles y los inseguros actúan por el miedo a las habladurías. A mí me son indiferentes las opiniones ajenas. Solo me importa estar a la altura a los ojos de mi padre.
»—Como quieras —dijo con una amplia sonrisa, y acercó su frente a la mía antes de desaparecer con un cuerno lleno de cerveza en la mano.
»Me quedé mirándolo un poco preocupado. No sé qué ocurría aquel día, era como si alguien hubiese adulterado las bebidas. Probé el jólaöl, la cerveza de especias que se tomaba solo durante aquella fiesta, y creí distinguir un matiz de tierra que ya conocía y que no debía estar allí. Ni siquiera el hidromiel de mi tía Lyra sabía igual».
—Um… —lo interrumpí sin poder evitarlo—, el hidromiel de Lyra. Lo había olvidado, era delicioso.
—¿Probaste el hidromiel de Lyra? —preguntó, levantando su ceja blanca—. ¿Cuándo demonios ocurrió eso?
—El año pasado, durante el solsticio de verano. Hicimos una fiesta en una cala. Estaban Iago, Nagorno, Lyra y Lür. Fue magnífico verlos a los cuatro saltando sobre la hoguera. Aquella fue la primera noche que tu padre y yo estuvimos juntos, la primera noche que decidí creerle —creo que hablé para mí. Creo que lo necesitaba, transportarme por un momento a un pasado más cálido donde Iago aún estaba conmigo cada noche.
Gunnarr me escrutó, frunció el ceño, se rascó la frente.
—Vaya, no había pensado en vosotros como una pareja con una historia que contar.
—Soy muy consciente de ello. Para ti soy una madrastra más, de tantas que has tenido. Una que puedes secuestrar y con la que puedes entretenerte en tus noches de insomnio.
Apretó la mandíbula y sus dedos tamborilearon sobre el edredón.
«Bien, sigamos. Te estaba contando que comencé a inquietarme cuando vi que todos iban más borrachos que de costumbre. Mis tíos, Magnus y Néstor, me dedicaron un par de sonrisas idiotas y alzaron sus cuernos cuando pasé corriendo delante de ellos. Incluso Lyra se tuvo que sentar, mareada.
»Yo estaba inquieto, intuía que algo oscuro se nos avecinaba.
»Fue entonces cuando los vi.
»A los once.
»Formaron en círculo, en la loma de la colina, rodeando a mi padre. Llevaban sus caretas de oso y se habían quitado las camisas y las capas. Habían venido a combatir, con los escudos mordidos y las espadas ya desenvainadas. Siete de ellos echaban espuma roja por la boca, Skoll les había drogado bastante más que de costumbre.
»Su líder apareció con la cabeza de la osa que yo maté sobre el cráneo, rondó a mi padre, que trastabillaba con su cuerno vacío de cerveza. Había perdido su dignidad, su porte y su aplomo. Solo era un borracho que se tambaleaba.
»Skoll se plantó frente a él. Los músicos dejaron de tocar y se retiraron sin disimulo, los ancianos se levantaron y se apresuraron a la cuadra para huir con los caballos. Las mujeres se desbandaron, buscando escondrijos.
»—Kolbrun, sabes a qué he venido. Por los poderes que el rey Svend me ha otorgado, te reto al duelo sagrado de nuestros antepasados. El que resulte ganador será propietario de todo lo que posees. El que resulte perdedor no será admitido en el Valhalla, donde no hay lugar para los cobardes.
»Mi padre se le acercó mucho al rostro, sin dejar de sonreír.
»—A ti te esperaba, bastardo —dijo, con la voz destemplada.
»Y entonces cayó al suelo, incapaz de sujetarse por más tiempo en una vertical digna.
»—Esto va a ser más fácil de lo que esperaba —murmuró Skoll para sí.
»Tiró el escudo a un lado, desenvainó la espada que tanta carne había separado, puso el pie en el cuello de mi padre y alzó el arma con ambas manos, dispuesto a hundirla en el pecho de mi padre, que le miraba risueño sin enterarse de nada».