Berserker
ADRIANA
Me quedé sentada sobre la cama, esperando la llegada de Gunnarr. Me envolví con el edredón y evité apoyarme en la pared de piedra para no perder calor corporal. Esperé y esperé, hasta que el sueño me venció y claudiqué.
Creo que soñé con un olor conocido y unos ojos que me resultaban familiares.
No, estaba despierta. Gunnarr me observaba con atención, sentado a mi lado sobre la cama. Me despejé en un segundo y di un respingo, incómoda. Tener a aquel gigante a mi lado, indefensa, y aislada en Dios sabe qué oscuro rincón del planeta me hizo sentir muy vulnerable.
—Tranquila, muchacha. ¿Temes que te haga daño acaso?
Yo no contesté, pero me separé por instinto de su cuerpo.
—¿Te asusta mi presencia en esta celda? —preguntó, escrutando mi rostro—. ¡Oh, Dios!, ¿de verdad temes que te violente? Descuida, mujer, soy célibe.
—¿Célibe?
—Bueno, bastante célibe.
—«Bastante» célibe —repetí, incrédula.
—Sí, bastante célibe. Solo he roto el celibato en tres ocasiones a lo largo de mil doscientos años. Tres mujeres que lo valieron, una para bien, dos para mal. Pero nada más, así que no temas, no te haré daño de ese modo. Soy indiferente a muchos placeres. Así que no te preocupes, tu fortaleza seguirá inexpugnable mientras yo sea tu carcelero.
—No me harás daño de ese modo, tú lo has dicho. Pero serás mi ejecutor llegado el momento, ese es el plan, ¿verdad?
—Dime, ¿por qué lo piensas?
—Nagorno no está en condiciones de hacerlo, y si muere, tú te vengarás de tu padre, sea lo que sea lo que te haya hecho.
—¿No te lo ha contado nunca?
—No, ni lo hará. Si Iago ha decidido no contármelo, no habrá manera de hacerle cambiar de opinión. Y punto. Él es así, hermético. —Suspiré. Dolía su recuerdo y hasta entonces no me había permitido pensar en Iago—. Una caja fuerte por cerebro.
—Pues yo voy a ser un libro abierto, stedmor. ¿Eres de las que preguntan? Adelante, no voy a ocultarte nada. Querías saber qué ocurrió con el berserker. Bien, te lo contaré. No será agradable, pero te lo contaré. Te he robado la libertad, así que al menos mantendré tu cabeza ocupada. Cortesía de la casa.
Asentí con un gesto y Gunnarr comenzó su relato, arrellanándose sobre la cama.
«Creo que había cumplido ya los doce inviernos. Faltaban dos deshielos para que me considerasen un hombre, pero mi voz había cambiado y le sacaba a mi padre media cabeza. Practicaba todas las madrugadas solo, en el bosque, arrojando las armas contra los troncos tal y como mi tío Nagorno, al que yo conocía como Magnus, me había enseñado. Todos en la granja aún dormían a esas horas, pero yo siempre fui un ave madrugadora. No me molestaban las personas, pero tampoco me molestaban mis ratos de soledad.
»Una mañana vi que un oso negro me observaba durante mis entrenamientos, a lo lejos, escondido tras los árboles, a veces alzado sobre sus patas traseras.
»Desde aquella noche empecé a soñar con él, sueños oscuros teñidos de sangre, pero que me daban mucho placer. En mis sueños tenía inmunidad mágica ante las armas. Las espadas no me podían morder, las lanzas rebotaban en mi pecho, los escudos se hacían añicos antes de llegar a mis manos. Y siempre, tras de mí, había un oso negro tutelándome. Así ocurrió durante muchas noches, y nada comenté a nadie, excepto a mi padre, con quien todo lo compartía, hasta el más privado de mis pensamientos.
»Verás, mi padre, a quienes todos conocían como Kolbrun, era un jarl muy respetado por aquel entonces. Nuestra granja era próspera, y pese a que no hacíamos ostentación de nuestras riquezas, yo conocía bien el alcance de su patrimonio, pues acompañaba a mis tíos Magnus y Néstor a esconder los metales nobles cuando volvían de comerciar a lo largo de la Ruta del Este.
»Pero mi padre era mucho más que un hacendado rico. En los things, las asambleas, recitaba las leyes de memoria como ningún anciano podía hacerlo. De hecho, todos le consultaban ante cualquier duda, era como…».
—Como una enciclopedia —lo interrumpí.
—Eso es, como una enciclopedia de leyes danesas. Jamás erraba capítulo o verso. Recordaba las conclusiones y las sentencias de antiguos juicios, y yo era el más orgulloso de los hijos por tener un padre como él. Por eso le hablé de mis sueños y del oso negro que me rondaba.
«—Padre, deberíamos partir hacia los bosques y hacer una batida. Si el oso se acerca tanto es que está hambriento y no traerá nada bueno a la granja.
»—Enviaré a tu tío Néstor, es mejor rastreador que tú.
»—Precisamente por eso quiero acompañarlo, tengo que aprender de él.
»Mi padre accedió e iniciamos la búsqueda, pero no encontramos nada, o más bien no encontramos huellas de oso, pero sí descubrimos que alguien estaba acampado en el bosque. Mi padre y mis tíos se inquietaron y estuvieron alerta durante unos días, pero nada ocurrió, hasta que un amanecer volví al bosque con mis dos pequeñas hachas para continuar mis entrenamientos.
»Supe que era un berserker porque apareció ante mí sin camisa una madrugada glacial y tranquila, después de una noche de nevada intensa, con una capa de piel de oso negro atada al cuello. Era el atuendo habitual de aquellos guerreros durante las incursiones de pillaje o durante las batallas entre reyezuelos locales. En tiempos de paz eran simplemente unos apestados, unos locos peligrosos cuya compañía todos los daneses rehuíamos.
»Era muy ancho de espaldas, tenía el pelo negro muy revuelto y una barba hirsuta que apenas le dejaba piel descubierta en el rostro. Era feo como un perro envenenado. Tenía esa fealdad que asusta a los infantes en sus pesadillas.
»Se puso delante del árbol al que yo apuntaba. Tuve que bajar las hachas.
»—Has oído hablar de mí —dijo, a modo de saludo.
»—Tu olor te precede —y no dije nada que no fuera cierto, apestaba a inmundicia, orines y materia fecal.
»—He matado por osadías menores.
»—¿Y por qué estás tardando?
»Calló y se llevó la mano al cinto. Iba armado, como todos los hombres adultos de mi época. Una espada bastante larga de mango romo.
»—Dime que quieres de mí, berserker —atajé.
»—Te quiero a ti. Te he observado estos días y tienes el tamaño, la fuerza y la destreza necesaria con las armas. Esa capacidad tuya para lanzar con las dos manos a la vez y hacia diferentes objetivos te va a hacer muy valioso en el futuro, muchacho. Vas a ser uno de nosotros, quiero formarte y si sobrevives al rito, serás el próximo líder de los doce. Cuando yo muera en una batalla, y puede que ocurra en un par de inviernos porque ya estoy viejo, quiero que estés preparado para sucederme.
»Has de entender, stedmor, que el doce era un número recurrente en nuestra cultura. Doce eran también los hombres libres elegidos para la asamblea del thing. Y casi todos los reyes nórdicos tuvieron su ejército particular de doce berserkir.
»—¿Y qué te hace pensar que voy a dejar mi granja y me voy a unir a ti?
»—¿Cuántas noches llevas soñando que un oso negro te hace invencible?
»Aquellas palabras me provocaron un escalofrío que me recorrió toda la columna y me dejó petrificado en el sitio.
»Conté las noches.
»—Doce.
»—Bien, entonces estás listo. Yo no te he elegido, ha sido tu destino. Simplemente te ha sido revelado.
»—No, mi destino está en heredar la granja de mi padre y administrarla tan bien como él. De mi futuro solo espero ser un hombre justo y respetado, y proteger a los míos.
»—¿Eso te ha dicho tu padre? Porque Odín me ha contado sus planes para ti y son muy diferentes. Tu destino está escrito desde mucho antes de que tú nacieras, muchacho. Fuiste excepcional desde que estabas atrapado en la barriga de tu madre, ¿verdad?
»Aquello estaba empezando ya a enfadarme. No me gustó que mentase a mi difunta madre.
»—¿Y tú qué sabes de eso?
»—Sé que ya eras un berserker por entonces. Probablemente naciste desgarrando a una mujer, ese es nuestro destino.
»—¡Que te calles, te he dicho! ¿Qué sabes tú de mi madre?
»—Gunborga era la tallista de runas más conocida de Scandia, ¿nunca te has preguntado el porqué de su nombre?
»—¿Gunborga? ¿Qué le ocurre a su nombre?
»—Todos los berserkir somos hijos de osos. Nuestros progenitores deben llevar su marca en el nombre: Gerbjorn, Gunbjorn, Arinbjorn, Esbjorn, Thorbjorn… Así que la pregunta que has de hacerle a tu padre es: ¿por qué te está escondiendo tus capacidades y tus talentos?
»Solo quería que se callase, que dejase de hablar de mí como si me conociera mejor que yo. En un impulso, le lancé las hachas, aunque sin intención de herirlo. Una, sobre la cabeza, otra, entre las piernas. Ambas quedaron clavadas en el tronco, a pocos centímetros de su carne. Pero él ni se movió, no las esquivó, como habría hecho un hombre cualquiera.
»Y esa indolencia me conmovió, la quise para mí.
»Quise ser ese tipo de hombre, alguien a quien no le turbase un arma volando hacia una muerte segura.
»El berserker me citó para el día siguiente y después desapareció. Aquella noche no soñé con el oso negro, ni soñé que era invencible en la batalla. Las flechas me herían y dolían como un Infierno. El fuego me alcanzó y me desfiguró la piel, las espadas les arrancaban astillas a mis huesos y creí morir de puro dolor. Me desperté empapado de terror y corrí al lecho de mi padre a despertarlo. Jamás me he sentido peor que aquella madrugada, con el cuerpo apaleado por las pesadillas, con la conciencia de haber perdido un poder que me hacía invulnerable.
»Hablé con mi padre, salimos a la trasera del skali, cubiertos con las pieles con las que dormíamos, mi padre sin calzarse, como si la nieve que pisaba no le molestase. Me escuchó con paciencia, yo estaba muy alterado, se lo conté todo: mis sueños, el encuentro con el líder de los berserkir, la sensación que me perseguía desde que el oso negro entró en mis pensamientos, el desasosiego porque la granja se me hacía más y más pequeña cada día que pasaba.
»—Gunnarr, el hombre que se te ha presentado se llama Skull, hemos escuchado hablar de él, y sabíamos que estaba por los alrededores, en la última asamblea nos previnieron de él. Ha recorrido todas las granjas de la costa y ha retado a todos los jarls que ha ido encontrado. Granjas pequeñas, granjas prósperas: todo le vale. Pero es astuto, se acoge a las antiguas leyes y desafía a un holmganga.
»—No soy docto como tú en leyes, padre.
»—Un holmganga es un antiguo tipo de reto público. No es muy común en estos días, por eso no lo conoces. El que es retado no se puede negar, como en los duelos habituales. Y lo peor de todo es que si pierde es nombrado niðingr.
»—Cobarde —murmuré.
»—Sí, con lo que eso supone para un jarl y para sus herederos de por vida. En todo caso, eso no ha ocurrido durante los últimos doce inviernos, que sepamos. Siempre gana el duelo, hasta la fecha es imbatible. Después mata al propietario, se queda con las esposas, los esclavos y todo lo que le perteneció al difunto. Pero se olvida de administrarlo, se juega las posesiones en partidas con otros berserkir y las suele perder. Al este de nuestra granja está dejando un reguero de caos, las granjas están pasando de malas manos a peores, las mujeres están cansadas de ser violadas, pero nadie se atreve a hacerle frente en un cara a cara, y los reyes están de su parte. Todos reclaman a sus doce berserkir en cuanto tienen una pugna con sus vecinos, son su fuerza de choque y eso los hace intocables. Nadie mata a un berserker si no quiere ser aniquilado por la furia del rey al que sirve.
»—Pero, padre, el berserker sabía cosas de mí, de mi madre. Habló de que ese es mi destino, y no el de sucederte en esta granja, como yo creía. Y por primera vez he sentido que lo que me has enseñado no es suficiente, que quiero conocer cómo se viven otras vidas, más allá de ordeñar vacas y dar de comer a los gorrinos.
»Mi padre se volvió y me dio la espalda, escrutando el bosque, como si temiera que uno de los cuervos de Odín nos estuviera espiando.
»—Pero no de esta manera, Gunnarr. No de esta manera. Ese hombre no tiene nada bueno que enseñarte. Es un depredador que altera la paz, eso es todo. ¿Qué mérito le ves a sus hazañas?
»—¿Pero, y esos sueños tan vivos? —insistí—. ¿No debería hacerles caso?
»—¡Ya basta! —me gritó—. ¡No eres consciente del peligro en el que estamos todos los que vivimos dentro de estas vallas, y solo me hablas de ensoñaciones de adolescente!
»Se quedó frente a mí, pero tuvo que alzar la cabeza para clavarme sus ojos en los míos.
»—Tú no has visto combatir a los berserkir. Nadie conoce su secreto, pero en verdad son invencibles. Nunca he conocido nada igual. Si Skoll viene y me reta, todo lo que he construido aquí se convertirá en un infierno y las personas que dependen de mí no volverán a conocer la tranquilidad.
»—¿Los has visto combatir? ¿Cuándo, padre? Nunca me has contado que estuviste en una batalla, ¿por qué nunca me hablas de tu padre, o de la vida que llevabas antes de llegar aquí?
»Mi padre me miró, y vi en sus ojos algo parecido a la impotencia.
»—Tienes que dejar de ser un crío, Gunnarr, y empezar a pensar como un hombre —murmuró y se metió en el skali de nuevo.
»Y entonces noté una vez más al oso negro a mis espaldas. No me giré, pero sabía que estaba allí, esperándome.
»—Eso es lo que voy a hacer, padre. Eso es lo que voy a hacer.
»Empaqué mis cosas y tomé un trozo de corteza de abedul. Después tallé unas runas y las dejé debajo del lecho de mi padre».
—¿Qué escribiste en esas runas? —quise saber.
—Algo así como: «Padre, ¿y si soy algo más que un granjero? Déjame averiguarlo, ¿podrás perdonarme?».
Después Gunnarr se desperezó como un cachorro de gato, mirando las luces del alba que entraban por el elevado ventanuco de mi celda. Me fijé entonces en que parte de su cuello estaba quemado. La piel devastada continuaba bajo su camiseta de motero. Él pareció darse cuenta y se subió los cuellos de cuero de su cazadora desgastada.
—Y por esta noche ya es suficiente, muchacha. Mañana seguiré respondiendo a tus preguntas, siempre que durante el día disimules ante mi tío y no le hables de mi incursión nocturna.
Asentí, no tenía nada que perder, y tal vez mucho que ganar con las visitas de Gunnarr. Además, mientras lo mantenía hablando me olvidaba de mi penosa situación y sus historias eran mucho mejor que el silencio de mi celda medieval.
—Iago siempre está en tensión cuando cuenta sus recuerdos —le dije, cuando vi que se levantaba de la cama y se disponía a marcharse—, como si temiera cada una de mis preguntas, como si no tuviera la conciencia limpia.
Gunnarr frenó en seco, camino de la puerta.
—Mi padre no ha sido un mal hombre, aunque lo han marcado y nos han marcado muchos de sus errores. Pero no tiene capacidad para la autoindulgencia. Debe de ser duro para él mirarse al espejo y ver a su enemigo.
—Hablando de indulgencia, ¿tan grave fue el daño que te hizo para no perdonarlo en cuatro siglos?
—Tú odias a Nagorno.
—Así es.
—Porque mató a tu madre.
—Así es.
—Y no lo perdonarás, por muy arrepentido que ahora esté de habérsela llevado por delante.
—No me sirve, mi madre no está.
—Entonces no somos tan diferentes, tú y yo. Yo sigo enfadado con mi padre porque por su culpa murió alguien a quien quise. De igual manera, mi padre no conocía su relación conmigo, no sabía lo que significaba para mí, pero el mal que hizo no puede ser remediado.
—Estarían muertos igual —dije, sin saber muy bien por qué.
—No te entiendo.
—La mujer, la que Iago te quitó, la que murió por el motivo que sea, ahora estaría muerta, y mi madre puede que también, tal vez habría muerto ya a estas alturas. Pero tú y yo seguimos aquí, muchos años después de que ellas murieran, heridos por lo injusto de sus muertes, como si una parte de nuestras vidas se hubiera quedado allí con ellas, en el pasado, incapaces de avanzar del todo.
Gunnarr continuó dándome la espalda, no se movió, salvo por el leve gesto de apretar los puños y dejar blancos los nudillos.
—No te atrevas a pensar que puedes comprender mi dolor, stedmor. No te atrevas.
Y tomó la puerta, se palpó el bolsillo, encontró la llave.
—Ahora te entiendo un poco más —dije, antes de que se marchara.
—¿A qué te refieres?
—Antes pensaba: «Hace falta ser muy obstinado para llevar cuatrocientos años sin perdonar a un padre como Iago». Te tenía por poco flexible, por rencoroso.
—Vaya, gracias. Me han dicho cosas más bonitas.
—Pero entiendo que no puedas perdonarlo, yo no puedo perdonar a Nagorno. Lo miro y lo veo acabando con mi madre. Veo todo lo que no tuve: una adolescencia con ella, tratarnos como adultas, que conociese a mi marido. Me dejó huérfana, Gunnarr. Me dejó sola en el mundo, me convirtió en adulta en una tarde.
Gunnarr dejó la puerta y se apoyó en la pared, frente a mí. Miró hacia otro lado, bajó un poco la cabeza.
—A mí me ocurrió igual. Cuando vi aparecer a mi padre en el despacho del museo, lo he añorado tanto… He sabido de él por Nagorno, siempre he sabido lo que hacía con su vida durante estos últimos siglos. Mi padre es un buen compañero para caminar a su lado, y lo he echado mucho de menos. Pero cuando me llevó a ese cementerio, no fui capaz. No fui capaz de olvidar lo que me hizo. Dejarlo ir, dejarlo atrás. —Se pasó la mano por el pelo, en un gesto idéntico al de Iago cuando un pensamiento le molestaba—. Lo miro a los ojos y sé que se sabe culpable, y precisamente eso no me deja perdonarlo. No, hasta que el sufra.
—Somos un poco estúpidos todos, ¿verdad? Nosotros cuatro —le dije—. Estamos atrapados en esta maraña de culpas y venganzas, y nos vamos a destrozar la vida los unos a los otros.
—Así es.
—Gunnarr. Yo no voy a perdonar a Nagorno por lo que le hizo a mi madre, ni voy a perdonarlo por lo que me está haciendo. Ni a ti tampoco, maldita sea, por muchas historietas de vikingos que me cuentes. Me has arrancado de mi casa, me has arrancado de los brazos de mi compañero, me has arrancado de un trabajo que me llena para traerme a una celda y amenazarme con matarme. No… Gunnarr. Tú y yo no somos iguales. Yo nunca te lo habría hecho, nunca habría secuestrado a nadie ni lo mataría.
—Eso es porque piensas como una efímera, solo ves tu pequeño mundo. Si vieras el cuadro completo cambiarias de opinión. Créeme.
Me levanté y me acerqué a él, manteniéndole la mirada.
—Pues enséñame el cuadro completo.
—No… ese es un privilegio que solo yo me he ganado y tendrías que hacer muchos méritos para ser digna de asomarte a él. Pero puedo ir dándote pistas, si eres capaz de verlas, de intuirlas, de olisquearlas. Veamos hasta dónde llega tu inteligencia, stedmor. Abre los ojos y los oídos, escucha lo que ves y mira lo que digo, sobre todo lo que digo entre líneas. En las omisiones es donde se hallan las verdades más contundentes. En lo que no se contesta está la clave de la respuesta. Los actos que nos avergüenzan son los que mejor nos definen. Piensa en lo que calla mi padre, y lo conocerás mejor que él mismo.
Gunnarr se marchó sin esperar mi respuesta, dejándome sola una vez más.
«De acuerdo, Gunnarr. Te recojo el guante. Juguemos».