9

Los Hijos de Adán

Sungir, actual Rusia 23 000 a. C.

LÜR

Lür abrió los ojos, intentando recordar algo de las últimas jornadas. El veneno rojo de la raíz lo mantenía en un mundo de agradables ensoñaciones.

Y eso era mejor que la realidad, que el frío, que la soledad.

Había bajado por la ladera de la montaña nevada de noche, a oscuras, con la vista fija en los puntos diminutos de luz. Se había caído en mil ocasiones, de mil maneras distintas, y mil veces se había levantado, cantando como un demente, como el loco más feliz de la tierra.

«Hay más supervivientes, no estoy solo».

Lo primero que distinguió fue un rostro robusto, barbado como el suyo. El individuo le sonrió, metió su brazo musculado entre las piernas de Lür y lo cargó sobre sus hombros, en transversal.

—Pesas menos que un niño, hombre —le dijo.

—Creí que era la última persona en la Tierra —acertó a responder Lür. Había identificado su lengua, parecida a los dialectos antiguos del noroeste.

—Al principio nosotros también pensamos que no quedaría nadie después del Cataclismo. Pero mi clan lleva muchos ciclos enviando expediciones en las cuatro direcciones del viento, y hacia el sur hay clanes enteros que se van recuperando. Tenemos buenos rastreadores entre nosotros.

—¿Cómo habéis sobrevivido todo este tiempo?

—Madre nos protege —dijo, encogiéndose de hombros—. Ella supo interpretar las señales de la Tierra y de los animales cuando huyeron. Llevó a sus hijos a un refugio seguro, que solo conocían los Primeros Padres. Madre Roca los protegió hasta que los Temblores pasaron. El resto… ya lo sabes, supongo. No quedó apenas nadie que sobreviviera ahí afuera.

—¿Madre? —repitió Lür, súbitamente despejado—. Bájame, te lo ruego. Tenemos que hablar.

El hombre obedeció y lo dejó de pie frente a él, pese a que le tendió una mano para que no se cayera. Algo en su anatomía recordaba a un bisonte.

—¿Estás hablando de Madre, la matriarca de los Hijos de Adán?

—¿Es que hay otra, forastero?

—Si supieras el tiempo que llevo persiguiendo la leyenda, dudando tras cada historia, preguntando a los ancianos en cada campamento… ¿Entonces ella está viva, es real?

—Ella no muere nunca, ¿cómo podría el Cataclismo haber acabado con Madre, si es eterna?

—Pero ¿qué es Madre, una matriarca, una diosa?

—Ambas. Es hermosa, es pura, siempre permanece joven. Tiene la sabiduría de los Viejos Tiempos, de los Viejos Clanes, de los Primeros Padres.

Lür intentó digerir aquellas palabras que tanto tiempo había esperado. Tal vez era una alucinación de la raíz roja y nada de lo que había escuchado estaba sucediendo en realidad.

—¿Y no tiene enemigos? —insistió—. ¿Todo el mundo ha aceptado su naturaleza inmortal?

—Es poderosa, tiene el respeto de todos.

«O el miedo», pensó Lür.

Había conocido ya a demasiados líderes y sabía cómo se granjeaban el respeto de todos.

El hombre vigoroso continuaba caminando a buen paso, pero a Lür le parecía que marchaba demasiado deprisa para sus menguadas fuerzas.

—Veo que eres muy curioso. Veamos, el clan de los Hijos de Adán está formado solo por sus descendientes. Sus primeros hijos, sus primeros nietos, murieron hace muchas edades ya. Pero Madre es muy fértil y es buena paridora. En nuestro clan conviven hijos de sus nietos con nietos, biznietos, tataranietos… Aunque no somos salvajes que se aparean entre familiares. Buscamos compañeros y compañeras en otros clanes, cuanto más lejanos mejor. Acudimos a los encuentros de los solsticios, pero nunca nos dispersamos. Si un Hijo de Adán toma a un compañero o compañera, ha de venir y adaptarse a vivir con nosotros en nuestro clan. Eso nos hace poderosos, y Madre siempre nos protege.

—¿Me estás llevando ahora a vuestro campamento?

—Así es, serás bienvenido allí. Y muchas de nuestras hijas estarán encantadas de conocer a un nuevo compañero, una vez te alimentes. Imagino que no te quedan fuerzas para ser un hombre como es debido —le sonrió.

—Ya ni sueño con eso —suspiró Lür, de excelente humor—. No creí que volvería a ver más mujeres que las pintadas en lo profundo de las cavernas.

El hombre le dio una palmada cómplice en la espalda y rieron al unísono.

—¿Cuál es tu nombre?

—Me llaman Lür. En tu idioma significa Tierra.

—¿Es tu Nombre Verdadero?

—Sí, no lo cambié. Me describía muy bien —contestó Lür, algo incómodo ante la indiscreta pregunta.

—A mí me llaman Negu, como este invierno. ¿Cómo sabes hablar mi lengua?

—La aprendí a hablar hace mucho tiempo. Dices algunas palabras que no entiendo, creo que hablo el idioma de tus abuelos. Pero no te preocupes, en breve hablaré como tú y no te sonaré extraño.

—Eso ya lo veo, imitas muy bien mi acento. ¿Eres intérprete, como yo? —quiso saber el hombre.

—En ocasiones he oficiado de intérprete, sí. Cuando ha sido necesario.

Negu se detuvo al llegar a lo alto de una colina y le tendió la mano para que pudiese alcanzar el repecho de nieve.

Se veían ya las columnas de humo que salían de las tiendas, aunque Lür no esperaba encontrar lo que vio.

Una veintena de tiendas circulares fabricadas con defensas y huesos de mamuts, amplias como para que varios hombres se tumbasen formando una larga fila. Estaban cubiertas de pieles tensas y a través de sus cúpulas agujereadas se elevaba el humo de las hogueras.

«Ahora lo entiendo», pensó extasiado. «El mamut también es el tótem de Madre, por eso es tan longeva».

A su alrededor se arremolinaron todos los miembros del clan. Niños, muchos jóvenes y mujeres, algún anciano. La mayoría tenía los mismos rasgos. La piel algo bronceada, los ojos levemente rasgados. Se podía diferenciar los verdaderos Hijos de Adán de los que no compartían sangre entre ellos.

Todos iban bien preparados para aquel invierno eterno. Bombachos largos de pieles, abrigos, capas, sombreros, manoplas. Sobre las pieles llevaban cosidas miles de conchas pequeñas de cauri, blanco y brillante. Más al sur aquellos moluscos eran muy apreciados y le habrían servido a Lür para los intercambios.

Una anciana le tendió la mano y le sonrió, invitándolo a pasar al interior de la tienda principal. Lür aceptó la invitación, súbitamente aterido de frío y con el cansancio acumulado de siglos.

Varios muchachos y muchachas lo siguieron, haciéndole todo tipo de preguntas.

¿De qué dirección del viento venía? ¿Quedaron hombres o animales vivos en su campamento? ¿Padre Sol se estaba recuperando en los parajes que había recorrido, o era tan débil como el que los alumbraba a ellos?

Lür contestó todas las preguntas, atropelladamente, hablando a veces como un niño, riendo a carcajadas al ver de nuevo tantos rostros, tantos ojos, tantas sonrisas.

Después lo alimentaron, era carne seca que masticó con deleite sin preguntar su procedencia. Le tendieron un cuenco de madera con agua pura y finalmente lo tumbaron, lo arroparon con varias pieles junto a la hoguera y lo dejaron por fin a solas en la tienda para que descansase.

Pero Lür no podía descansar, su cuerpo empezó a temblar violentamente, sin su permiso, y todo el miedo de siglos se convirtió en un largo sollozo de felicidad.

Al día siguiente despertó también cansado, con hambre y con sed. Por la tienda deambulaban varios miembros del clan, unos colgando pequeños peces abiertos junto al fuego para ahumarlos, un par de madres alimentando a sus bebés, otros tejían largas redes de nudos prietos.

A su lado estaba sentado Negu, Lür se incorporó con dificultad. Negu le había preparado un guiso de conejo. Lür acabó con él en pocos minutos, todavía un poco aturdido por la algarabía cotidiana que lo rodeaba. Tenía un pensamiento en mente, y se preguntó si sería demasiado prematuro para aquello. Pero llevaba centurias escuchando las leyendas, si hubiera una remota posibilidad de que fueran ciertas… Ya no estaría solo, no sería el único longevo en el mundo.

«Mejor saber», se convenció a sí mismo. «Tal vez mañana se desvanezcan y nunca llegue a saberlo».

—¿Podéis llevarme ante Madre? —se atrevió a preguntarle por fin a Negu.

—Ella no atiende a forasteros. Madre nos protege, pero nosotros también la protegemos a ella. No nos gusta dejarla expuesta, siempre está arropada por algún Hijo de Adán.

—Comprendo.

—¿Para qué quieres conocerla, Lür?

—Para decirle que yo también soy especial, que tengo interés en hablar con ella. Quiero preguntarle por los Viejos Tiempos, por lo que ella ha vivido. Saber dónde vio la luz por primera vez, a cuántos deshielos ha sobrevivido…

—Dices que eres especial, ¿en qué sentido? —dijo Negu, escrutando su rostro como si quisiera saber si tenía delante de él a un mentiroso.

Lür suspiró, confiaba en su porteador. Lo podía ver en su mirada franca, y era un hombre también sensato e inteligente. Posiblemente había sido un líder en su clan hasta que se exilió con los Hijos de Adán.

Pero Lür tenía memoria. Memoria de cómo había sido siempre rechazado por todos los clanes al conocer su verdadera edad, memoria del terror de las mujeres por creer que les robaría las fuerzas al yacer con ellas y se volverían ancianas en una noche, memoria de los exilios forzosos a uno y otro lado de la Gran Cresta… Negu parecía un buen hombre, pero todo podía cambiar después de una revelación como aquella. Lür no había sobrevivido corriendo riesgos innecesarios, sino gracias a que los había esquivado y bordeado.

—En un sentido muy parecido a ella. Pero no puedo, no debería, darte más detalles. Lo que necesito es que entiendas la importancia de poder hablar con ella.

—¿Importancia, para quién?

—Para mí, para Madre, para todos los Hijos de Adán.

Ambos hombres se midieron las miradas. Ambos hombres no vieron otra cosa que una limpia honestidad en los ojos del otro.

Negu se levantó y le tendió una mano, ayudándolo a incorporarse.

—De acuerdo, Lür. De acuerdo. Madre te recibirá.

—¿No deberías consultar a Madre antes? —preguntó Lür, receloso.

—En esta ocasión no será necesario. Madre no es alguien que se deje aconsejar, y es ella la que toma todas las decisiones que conciernen a los Hijos de Adán. Pero vi enseguida en ti a un hombre diferente, tal y como tú afirmas, aunque no consigo descubrir qué es lo que te hace distinto. En todo caso, Madre te atenderá cuando se lo explique.

—¿Y quién eres tú entonces, a quien Madre escucha?

—Madre es mi compañera.