I. DE LA HISTORIA

83.– La historia viva es una escuela de renovación. Nada hay estable, ni inmóvil, ni eterno, en lo humano. Todo punto del pasado fue palestra de hombres que anhelaron demoler, transmutar o construir, inspirándose en ideales y pasiones que forman la movediza trama de la historia viva. De mentira y convencionalismo es, en cambio, la urdimbre de la historia muerta, olimpo de fetiches embalsamados por los que medran de exhibirlos a la veneración de los ignorantes. Aquélla alimenta una tradición de incesantes rebeldías contra dogmatismos opresores; ésta alinea una tradición de fantasmas que decoran los panteones de la posteridad.

La justa comprensión del pasado, enseña a militar en el presente y a prever el porvenir. La historia viva de una raza se compone de victorias y derrotas, triunfando hoy la infamia y mañana la justicia, encendiéndose pueblos enteros en una fe común o riñendo a muerte sus facciones por credos inconciliables, de cuyo trágico chocar cobran realidad las aspiraciones de los hombres mejores. La historia muerta es monumento erigido sobre el barro de la falsía para honrar bajo una misma cúpula al redentor y al tirano, al héroe y al bandido, al corruptor y al apóstol, sumando en una apologética todo lo que fue nivelando cumbres y abismos.

Es cualidad primaria del historiador la probidad, pues si sola no basta, todas las demás son estériles sin ella; tanto más repulsiva es la mentira cuanto mayor prolijidad se advierte en su disfraz erudito. Es de alabar, sin duda, el sutil esclarecimiento de controvertidas minuciosidades, que pueden ser útiles claves de algún episodio del pasado inmenso; pero más loable es el valor de calificar y medir, enseñando a venerar varones ejemplares y a aborrecer bastardas medianías. En la historia viva los servidores de un despotismo no son iguales a los rebeldes que lo combatieron, ni se confunden los que medraron del error con los que inquirieron la verdad, ni se asemejan los que lucraron de ocultar sus principios con los que sufrieron por serles fieles. Miente toda historia muerta que tiene igual sanción para los mártires y para los verdugos, para los que las encendieron, para las víctimas y para los sicarios, como si el patriotismo de la posteridad fuese el Jordán de los peores. La historia sin sentido moral es una máquina de necedades; rebaja a los dignos justificando a los miserables.

84.– Cada generación debe repensar la historia. Los hombres envejecidos se la entregan corrompida, acomodando los valores históricos al régimen de sus intereses creados; es obra de los jóvenes transfundirle su sangre nueva, sacudiendo el yugo de las malsanas idolatrías. La historia que de tiempo en tiempo no se repiensa, va convirtiéndose de viva en muerta, reemplazando el zigzagueo dramático del devenir social con un quieto panorama de leyendas convencionales.

Serpentean en todo suceso fuerzas contradictorias cuya valuación es función primordial de la historia viva. Lo que en su hora contuvo gérmenes vitales merece el culto de los jóvenes y de los pueblos viriles; lo que fue resistencia de algo que pujaba por no morir sólo halla adhesión entre los ancianos y las razas decaídas. Conviene que la juventud venere lo mejor del pasado, lo digno de ejemplificar el presente; pero más conviene que sepulte las tradiciones regresivas que en su tiempo fueron dañinas y hoy serían peores, si apartaran a la juventud de su misión renovadora.

Es fuerza escudriñar el ayer para inquirir cuales virtudes son dignas de cultivarse mañana; pero desear su continuación integral es absurdo, pues sobrevivirían también sus vicios, empeorados por el tiempo. En la historia de los pueblos toda parálisis es signo de muerte y toda restauración es un apagamiento; de las cenizas nada renace, ni costumbres ni instituciones. Las ruinas, emocionantes para el artista y evocadoras para el sabio, son yermos testigos de grandezas pretéritas, que nunca podrán resucitar; refugiarse en ellas es sepultarse en vida.

Rinda culto la juventud de nuestros pueblos a los grandes hombres que lucharon por la emancipación política, por el ascenso ético, por la justicia social, manteniendo la continuidad del espíritu renovador en el curso de la historia. Nació la conciencia revolucionaria con el anhelo de la independencia, triunfó derribando el feudalismo colonial, fue enriquecida por obra de pensadores y estadistas, renació en cada nueva generación y fue el núcleo de ideales sin cesar integrados por las minorías ilustradas. Ame la juventud ese pasado en marcha y subraye admirativamente sus valores en la historia de los pueblos nuevos. Pero sólo será justa si al mismo tiempo reprueba a cuantos obstruyeron la obra secular, pues los que fueron ayer sus enemigos lo son también hoy, y mañana lo serán por fuerza.

85.– Todo tiempo futuro será mejor. Si lo pasado fue lo único posible, podrá concederse que acaso fuera lo mejor en su tiempo; pero como siempre y doquiera la realidad social varía, legítimo es que lo venidero sea mejor que lo precedente, en función de las variaciones sociales por venir. Suponer que variando las condiciones puede permanecer invariante lo condicionado, equivale a creer que en la era actual podrían seguir viviendo las extinguidas faunas del terciario.

Revelan agotamiento los que declaman las excelencias del pasado y tiemblan de ira ante la iconoclastia juvenil, corno si el infortunio de encanecer acrecentara méritos y estableciera preeminencias. La vejez sólo es respetable por la cantidad de juventud que la precedió; cada nueva generación debe amar a los viejos que en su tiempo supieron ser jóvenes y admirarlos si acometieron empresas dignas de admiración, sin que ello obligue a nada para con los que envejecieron desperdiciando su vida. Deliran los seniles que miran su senectud como un título para dar consejos a los jóvenes que no se los piden; quien no supo pensar los problemas de hace medio siglo mal podría estar capacitado para comprender los actuales o sospechar los futuros.

Si la actitud optimista frente a la vida exige fe en la perfectibilidad social, toda quimera generosa, insurgente clarinada, libertador anuncio, merece tener un eco romántico en cada generación que anhela agregar un capítulo a la historia viva. Pensar en lo que vendrá es picar espuela hacia ello y cooperar a su advenimiento; sólo honran a su pueblo los que nada omitieron para elevarlo al rango de los mejores.