71.– Los ideales éticos son hipótesis de perfección. Cada sociedad humana vive en continuo devenir para perfeccionar su adaptación a un medio que incesantemente varía; las etapas venideras de ese proceso funcional son concebidas por la imaginación de los hombres en forma de ideales. Un hombre, un grupo o un pueblo son idealistas cuando conciben esos perfeccionamientos y ponen su energía al servicio de su realización.
Siendo expresiones de hipotéticos estados de equilibrio entre el pasado conocible y el porvenir imaginable, los ideales se postulan como anticipadas representaciones de procesos que se gestan continuamente en la inestable realidad social. Cuando no expresan una forma del posible devenir, son fantasmas vanos, fútiles quimeras.
El valor de los ideales, como hipótesis de perfectibilidad, es muy diverso; pero es la ulterior experiencia, y sólo ella, quien decide sobre su legitimidad en cada tiempo y lugar. Un ideal, como fuerza viva, es la antítesis de un dogma muerto; difieren tanto como un ruiseñor que canta en la rama y su cadáver embalsamado en la vitrina de un museo.
Por eso conviene decir que «en el curso de la vida social se seleccionan naturalmente; sobreviven los más adaptados, es decir, los coincidentes con el perfeccionamiento efectivo. Mientras la experiencia no da su fallo, todo ideal es respetable, aunque parezca absurdo. Y es útil, por su fuerza de contraste; si es falso muere solo, no daña. Todo ideal puede contener una parte de error o serlo totalmente: es una visión remota y por lo tanto expuesta a ser inexacta. Lo único malo es carecer de ideales y esclavizarse a las contingencias de la vida práctica inmediata, renunciando a la posibilidad de la perfección».
Formulando sus hipótesis en función de la experiencia social, toda ética idealista aspira a expresar un anhelo de perfeccionamiento efectivo; nada se le parece menos que los idealismos absolutos o trascendentales de los viejos metafísicos, cuyas hipótesis eran construcciones dialécticas desprovistas de correlación funcional con el devenir de la moralidad.
72.– Toda moral idealista contiene una previsión del porvenir. Es su carácter esencial llevar implícitos los conceptos de perfección continua y de incesante devenir. Sólo merecen el nombre de idealistas los hombres que anhelan algún futuro mejor contra un actual imperfecto.
Las creencias retrospectivas no son ideales sino supersticiones, signo de vejez mental en los individuos y en los pueblos. El conformismo y el tradicionalismo son negativos para el porvenir, pues implican adhesión a fórmulas que acaso sirvieron en algún momento del pasado y aún conservan cierta fuerza de inercia. Los más peligrosos enemigos de los «ideales nuevos» son, en cada época, los que siguen llamando idealismo a sus «ideales viejos», como si especies fósiles ya extinguidas pudieran fijar cánones a la variación posible de las que continúen viviendo.
Es indudable que en el pasado existieron valores individuales dignos de admiración, en todos los órdenes del saber, de la belleza, de la virtud; fuera insensatez despreciar la memoria de Pitágoras y Copérnico, de Ovidio y Leonardo, de Epicteto y Spinoza. Sus doctrinas y sus obras provocan todavía respeto o deleite, y es probable que durante muchos siglos despierten análogas emociones. Pero no es lícito inferir de ello que es venerable todo lo pasado por el hecho de serlo; y lo es menos justificar sus muchas lacras por sus pocas excelencias.
Los grandes hombres constituyen un ejemplo porque, siendo idealistas, innovaron en su época y se anticiparon a las siguientes. Ignoraríamos sus nombres si, creyendo imperfectible el pasado, no hubieran intentado superarlo. El rango en la gloria no es cronológico y los genios son admirados independientemente de su antigüedad; Dante culmina sobre Virgilio, Shakespeare sobre Eurípides. Wagner sobre Mozart, tan seguramente como Homero sobre Tasso, Euclides sobre Newton y Miguel Ángel sobre Rodin.
Muy distinta es la escala de valores del tradicionalismo, simple doctrina de regresión al pasado que, en cada tiempo y lugar, pretende poner trabas a todo lo que significa renovación o perfeccionamiento. Cuando afirma que lo antiguo es mejor que lo presente, su oculta intención es sugerir que lo presente es mejor que lo futuro. En la vida social se resuelve en una acción de resistencia a la justicia y al progreso. Las llamadas instituciones tradicionales representan intereses creados que, por el solo hecho de existir, se oponen actualmente a toda aspiración renovadora.
73.– El perfeccionamiento es incesante renovación de ideales. Si en cada momento del tiempo se modifica la realidad social no es concebible que los ideales de ayer tengan función hoy, ni que los de .hoy la conserven mañana. Mientras coexistan en el espacio sociedades heterogéneas, cada ideal sólo será legítimo donde sean efectivas las condiciones que lo engendran.
No existe un abstracto ideal con caracteres absolutos, mero concepto trascendente y eterno. Los ideales son múltiples y concretos, funcionales y perfectibles, variantes como las condiciones mismas de la vida humana. Es inevitable que los individuos y las sociedades formulen bajo aspectos distintos sus hipótesis de perfección, relativamente a sus experiencias particulares. Por eso hay tantos idealismos como ideales, y tantos ideales como idealistas, y tantos idealistas como hombres aptos para concebir perfecciones. La aspiración moral de lo mejor no es privilegio exclusivo de ningún dogmatismo metafísico.
La conciencia social formula en cada época ideales propios, que interpretan las nuevas posibilidades de su experiencia sin cesar renovada. Lo que ayer fue ideal puede ser hoy interés creado, enemigo de ideales más legítimos; y el ideal de hoy podrá convertirse mañana en rutina obstruyente de nuevos ideales.
Si nada es y todo deviene, como enseñaba Heráclito, el tiempo, integrando la experiencia, modifica el valor funcional de los ideales. Por omitir ese elemento de juicio resultan tradicionalistas en la vejez muchos hombres que fueron innovadores en la juventud; siguen pensando como si la realidad social no hubiese variado y no comprenden que el devenir ha exigido la renovación de los ideales. En todo tiempo han merecido el nombre de maestros los que supieron encender en los jóvenes el amor a la verdad y el deseo de investigarla por los caminos de la ciencia; pero fueron Maestros entre los maestros los que trataron de ennoblecer ese amor y ese deseo sugiriendo ideales adecuados a su medio y a su tiempo, para que la imaginación superase siempre a la realidad, remontándose hacia las cumbres inalcanzables de la perfección infinita.