I. DE LA BONDAD

56.– No hay bondad sin tensión activa hacia la virtud. La disciplina mansa, la condescendencia pasiva, la sumisión resignada, son simples formas de incapacidad para el mal; el hipócrita que obra bien por simple miedo a la coerción social es peor que el malo desembozado, pues sin librarse de su maldad la complica de cobardía. Ese conformismo negativo suele dar al hombre el bienestar en la servidumbre; sólo virtudes positivas, militantes, pueden acrecer la propia felicidad y multiplicar la ajena.

Obediencia no es bondad. La excesiva domesticación paraliza en el hombre las más loables inclinaciones, cierra a la personalidad sus más originales posibilidades. El respeto a los convencionalismos injustos corrompe la conciencia moral y convierte a cada uno en cómplice de todos. Los caracteres débiles acaban obrando mal por no contrariar la maldad de los demás.

Es perpetua lucha obrar bien entre malvados. Sería fácil proceder conforme a la propia conciencia si la común hipocresía no conspirase contra el hombre recto, tentándole de cien maneras para conseguir su complicidad en el mal. La mayor vigilancia es pequeña contra las redes invisibles tendidas en todas partes por los intereses creados.

Es despreciable el juicio de los malos, aunque ellos sean los más. El bueno es juez de sí mismo, y se siente mejor cuanto más grande es la hostilidad que le rodea; sabe que cada gesto suyo es un reproche a los que no podrían imitarle. Los hombres de conciencia turbia temen la amistad de los caracteres rectilíneos; huyen de ellos, como alimañas de la luz. La bondad activa reacciona sembrando tantos bienes que al fin los malos se avergüenzan de sí mismos.

57.– La bondad no es norma, sino acción. Un acto bueno es moralidad viva y vale más que cualquiera agatología muerta. El que obra bien traza un sendero que muchos pueden seguir; el que dice bien no puede encaminar a todos si obra mal. La humanidad debe más a los mudos ejemplos de los santos que a los sutiles razonamientos de los sofistas.

Si la bondad no está en la conducta, sobra en las opiniones. El hombre puede ser bueno sin el sostén de teorías filosóficas o de mandamientos religiosos, que son estériles patrañas en los doctores sin austeridad. Ninguna confianza merecen las buenas palabras de los que ejecutan malas acciones; sólo puede prescribir celo moral a los demás el que renuncia a pedir indulgencia para sí mismo.

El hombre puede abuenarse adquiriendo hábitos que le orienten hacia alguna virtud; el largo camino, sin desvíos ni término, hay emprenderlo precozmente para acendrar la personalidad, sembrando en la conciencia el pudor de las malas acciones. El bueno se mejora al serlo, pues cada acto suyo marca una victoria sobre la tentación del mal; y mejora a los demás, educando con la inobjetable lógica del ejemplo.

Si generosa de favores ha sido con él la Naturaleza, más obligado está el hombre a vivir de manera transparente; es justo que la exigencia del bien sea inflexible para con los que descuellan, porque su mal obrar tiene más grave trascendencia. El que se encumbra está obligado a servir de modelo sin que el exceso de ingenio pueda justificar la más leve infracción moral; cuanto más espectable es la posición de un hombre en la sociedad, tanto más imperativos se tornan sus deberes para con ella.

58.– Donde disminuye la injusticia aumenta la bondad. Hay hombres irremediablemente malos, pero son una ínfima minoría; los más obran mal compelidos a ello por las injusticias de la sociedad. El espectáculo de vicios reverenciados y de virtudes escarnecidas perturba la conciencia moral de la mayoría, haciéndole preferir el camino del rango al del mérito. En una sociedad organizada sin justicia no resulta evidente que la conducta buena es de preferir siempre a la mala, pues lo refutan a menudo los beneficios inmediatos de la segunda.

Combatir la injusticia es la manera eficaz de capacitar a los hombres para el bien; ser bueno sería más fácil, y aun menos peligroso, cuando en todos los corazones vibrase la esperanza de que la bondad será alentada, no encontrando el mal atmósfera propicia. Se puede, entretanto, cultivar la bondad donde existe, sembrarla donde falta. Aunque el resultado inmediato fuera ilusorio, el esfuerzo de cada uno para abuenarse podría disminuir los obstáculos que dificultan el advenimiento de una justicia cada vez menos imperfecta. La ilusión misma es una fuerza moral y sentirse más bueno es mejorarse.

Con la bondad aumenta la propia dicha; el que no es bueno no puede creerse feliz. Pero es necesaria la bondad de todos para que sea completa la felicidad de cada uno, pues el que soporta la maldad ajena está condenado a sacrificarle alguna parte de su dicha. El problema individual de la conducta está implícito en el de la ética social, en cuanto la bondad se desenvuelve en función de la justicia.