III. DEL DEBER

44.– Las fuerzas morales convergen al sentimiento del deber. La personalidad sólo es coherente y definida en quien llega a formularse deberes inflexibles, que impliquen un pacto rectilíneo con los mandatos de la dignidad. Sin ser ley escrita, el sentimiento del deber es superior a los mandamientos reveladores y a los códigos legales: impone el bien y execra el mal, ordena y prohíbe. Refleja en la conciencia moral del individuo la conciencia moral de la sociedad; en su nombre juzga las acciones, las conmina o las veta.

El deber no es una vana premisa dogmática de viejas morales teológicas o racionales. Más que eso, mejor que eso, es toda la moral efectiva, toda la moral práctica; un compromiso entre el individuo y la sociedad. Nace y varía en función de la experiencia social; con ella se encumbra o se abisma. En la medida que la justicia va consagrando los derechos humanos surgen los deberes que son su complemento natural y les corresponden como la sombra al cuerpo. Puesto que los hombres no viven aislados, es deber de cada uno concurrir a todo esfuerzo que tienda al mejoramiento de su pueblo, desempeñando con eficacia las funciones apropiadas a sus aptitudes. El hombre que elude el deber social es nocivo a su gente, a su raza, a la humanidad.

En los jóvenes que no deshonran su juventud, los deberes son el reflejo de los ideales sobre la conducta; cuanto más intensa es la fe en un ideal, más imprescindible es el sentimiento que compele a servirlo.

45.– El deber es un corolario de la vida en sociedad. Si la moral es social los deberes son sociales. Quimérica es toda noción de un deber que no se refiera al hombre y a su conducta efectiva; el deber trascendental, divino o categórico, ha sido una hipótesis ilegítima de las antiguas morales especulativas. En todas las razas y en todos los tiempos existió el sentimiento del deber, pero manifestado concretamente en deberes variables con la experiencia social, distintos en cada época y en cada sociedad, perfectibles como la moralidad misma. Han aumentado simultáneamente los derechos reconocidos por la justicia y los deberes impuestos por la solidaridad. Reducir el deber a un mandamiento sobrenatural o a un concepto de la razón, importa substraerlo a la sanción real de la sociedad y relegarlo a sanciones hipotéticas e indeterminadas.

Ignorando el origen social del deber, no lo pudieron definir los estoicos, aun concibiendo magníficamente la perfección humana; por desconocer ese origen dieron los dialécticos en construir, con genio admirable, absurdas doctrinas del deber absoluto. Absurdas, como todo lo que contradice la naturaleza. Si la justicia fuese perfecta en la sociedad, podría concebirse el deber absoluto; pero esa hipótesis no ha sido efectivamente realizada en ninguna sociedad, ni es posible cosa alguna inmutable en una realidad que eternamente varía. La injusticia ha existido y existe, creando el privilegio, que es violación del derecho. De ello no se infiere que no ha existido el deber, ni que debe existir respetando la injusticia.

El sentimiento del deber, si absoluto en la conciencia del individuo, es relativo a la justicia de la sociedad. Donde es violado el derecho, tórnase menos imperativo; cuando todos los derechos son respetados, cada hombre se inclina a cumplir sus deberes. Ninguna fuerza coercitiva puede imponer normas de conducta contrarias a la propia conciencia moral. La obligación del deber sólo reconoce la sanción de la justicia.

46.– La obediencia pasiva es la negación del deber. El hombre que dobla su conciencia bajo la presión de ajenas voluntades ignora el más alto entre todos los goces, que es obrar conforme a sus inclinaciones; se priva de la satisfacción del deber cumplido por el puro placer de cumplirlo. La obediencia pasiva es domesticidad sin crítica y sin control, signo de sumisión o de avilantez; el cumplimiento del deber implica entereza y valentía, cumpliéndolo mejor quien se siente capaz de imponer sus derechos.

Afirmar que el deber es social no significa que el Estado o la Autoridad pueden imponer su tiranía al individuo. El sentimiento del deber es siempre individual y en él se refleja la conciencia moral de la sociedad; pero cuando el Estado o la Autoridad no son la expresión legítima de la conciencia social puede consistir el deber en la desobediencia, aun a precio de la vida misma. Así lo enseñaron con alto ejemplo los mártires de la independencia, de la libertad, de la justicia. Cuando la conciencia moral considera que la autoridad es ilegítima, obedecer es una cobardía y el que obedece traiciona a su sentimiento del deber. Acaso sea ésta la única falla de Sócrates en la cárcel, si hemos de creer en la letra de su platónico diálogo con Criton, donde el respeto a la ley impone la obsecuencia a la injusticia.

La sociedad y el individuo se condicionan recíprocamente. Por el respeto a la justicia medimos la civilización de la primera; por la austeridad en el deber valoramos la moralidad del segundo. La fórmula de la justicia social es garantizar al hombre todos sus derechos; la fórmula de la dignidad individual es cumplir todos los deberes correspondientes. Los pueblos nuevos deben perseguir ese equilibrio ideal. Quien siempre habla de nuestros deberes, traiciona a la justicia; pero mancilla nuestra dignidad quien predica deberes que no son la consecuencia natural de los derechos efectivamente ejercitados.