I. DE LA VOLUNTAD

11.– Después de pensar, querer. La decisión oportuna es el secreto de los grandes caracteres. Por el pensamiento medimos, en toda empresa, nuestras fuerzas ante los obstáculos; equivocarse es una culpa. Una vez pronunciado el ¡sí! —claro, recto, como un rayo de luz— la voluntad debe ser inflexible. Vacilar en mitad del camino es traicionar el pensamiento: desfallecer es repudiarlo. La voluntad sana jamás traiciona ni repudia; cuando falla, el hombre es una escoria.

Sin la firmeza de conducta no hay moral; no puede haberla. Las buenas intenciones que no se logran cumplir son la caricatura de la virtud. Los hombres sin voluntad se proponen volar y acaban arrastrándose, persiguen la excelencia y se enlodazan en ciénagas, conciben poemas y ejecutan críticas, sueñan vivir intensamente y se agitan en perpetua agonía. Nunca dicen «hago», que es la fórmula del hombre sano; prefieren decir «haré, que es el lema de la voluntad enferma.

Toda personalidad, grande o pequeña, posee principios que orientan su acción; sólo puede sentirse libre la que es capaz de seguirlos, sobreponiéndose a cuantas contingencias intenten desviarla. La voluntad no es frágil juguete de un albedrío absurdo; su tensión es más grande cuanto más lógicamente responde a las premisas del carácter y su eficacia se multiplica al aplicarse a la realización de fines bien pensados. El que sabe querer puede querer.

12.– La voluntad se prueba en la acción. Existen, ciertamente, empresas desatinadas y es de ignorantes el emprenderlas; pero es mayor el número de las que se miran como imposibles por falta de voluntad para ejecutarlas. Los holgazanes no emprenden nada y pretenden justificarse, desacreditando las empresas ajenas; si algo comienzan, obligados por las circunstancias, nunca llegan al término de su obra. Vacilan y dudan, tropiezan y caen.

Tenemos harina porque el segador no duda ante la espiga madura, y estatuas porque el dudar no paraliza la mano del artista, y ciencia porque no vacila el sabio al entrar en su laboratorio, y poemas porque el poeta no se detiene a discutir la utilidad de su canto, y amor, y prole, y moral, porque el corazón no duda al latir, ni el hijo al nacer, ni la virtud al obrar. Y todo ello es vida intensa, que sólo merecen vivir los hombres de rectilíneo querer.

En las voluntades enfermas se apaga la esperanza de la perfección. La conquista de la personalidad y el entusiasmo por un ideal tórnanse imposibles cuando flaquea el esfuerzo que ponemos en perfeccionarnos.

Las más frecuentes infelicidades arraigan en nuestra propia pereza. El barco no avanza si el marino soñoliento no abre sus velas en la hora propicia, se desvía de su derrotero si el piloto no da a tiempo el buen golpe de timón. Por eso la voluntad debe estar siempre lista para actuar; un solo minuto de vacilación puede perder al hombre, si en ese minuto coincide la oportunidad.

Los necios se consuelan confiando en la Providencia; es más seguro, y más digno, confiar en las fuerzas propias. Es mejor ayudarse que esperar ilusorias ayudas. Para hacer lo que ha decidido, la ocasión suele sobrar al hombree; lo que le falta, generalmente, es la voluntad en el momento propicio.

13.– Incapacidad de querer engendra miedo de vivir. Tanto se apaga la vida cuanto decrece la voluntad. La pereza y la inacción son los gérmenes de la miseria moral; el hábito de holgar suprime en los parásitos la aptitud para el trabajo. La abulia es el castigo final de los perezosos: no es en ellos una desgracia, sino una culpa. Se adquiere por obra del paciente mismo, como las enfermedades vergonzosas.

La vida humana es gimnasia incesante de funciones armónicas. Deber natural del hombre es ejercitar su brazo y su mente; quien viola ese deber comete una inmoralidad. Los órganos se amodorran y el espíritu se envilece. La inercia apoya la vida de los holgazanes, tornándolos incapaces de hacer cosa alguna para sí mismos y para los demás. Cruzarse de brazos ante un mundo moral que incesantemente se renueva, es suicidarse; es morir de sed junto a las fuentes de la vida.

Quien haya atentado así contra su dignidad, debe curarse reeducando las funciones de su organismo y de su entendimiento. Para aprender de nuevo a ejecutar lo que se piensa es necesario olvidar la palabra rara «mañana».

Ahora o nunca. «Mañana» es la mentira piadosa con que se engañan a las voluntades moribundas.