8.– La inercia frente a la vida es cobardía. Un hombre incapaz de acción es una sombra que se escurre en el anónimo de su pueblo. Para ser chispa que enciende, fuego que templa, reja que ara, debe llevarse el gesto hasta donde vuele la intención.
No basta en la vida pensar un ideal: hay que aplicar todo el esfuerzo a su realización. Cada ser humano es cómplice de su propio destino: miserable es el que malbarata su dignidad, esclavo el que se forja la cadena, ignorante el que desprecia la cultura, suicida el que vierte la cicuta en su propia copa. No debemos maldecir la fatalidad para justificar nuestra pereza; antes debiéramos preguntarnos en secreta intimidad: ¿volcamos en cuanto hicimos toda nuestra energía? ¿Pensamos bien nuestras acciones, primero, y pusimos después en hacerlas la intensidad necesaria?
La energía no es fuerza bruta: es pensamiento convertido en fuerza inteligente. El que se agita sin pensar lo que hace, no es un energeta; ni lo es el que reflexiona sin ejecutar lo que concibe. Deben ir juntos el pensamiento y la acción, como brújula que guía y hélice que empuja, para ser eficaces. Ahonde más su arado el labriego para que la mies sea proficua; haga más hijos la madre para enjardinarse el hogar; ponga el poeta más ternura para invitar corazones; repique más fuerte en el yunque el herrero que quiera vencer al metal.
La acción carece de eficacia cuando escasea la energía. Para adaptarse a la naturaleza y transformarla en beneficio propio, el hombre debe obtener el rendimiento máximo de su esfuerzo ordenado y continuado. En las grandes y en las pequeñas contingencias la acción debe ser suficiente para alcanzar el resultado sin que vacile en mitad del camino, sin que desmaye al llegar a la meta.
9.– El pensamiento vale por la acción que permite desarrollar. El hombre piensa para obrar con más eficacia y multiplicar el área en que desenvuelve su actividad. Corrompen el alma de la juventud los retardados filósofos que aún entretienen con disputas palabristas, en vez de capacitarla para tratar los problemas que interesan al presente y al porvenir de la humanidad. Los jóvenes deben ser actores en la escena del mundo, midiendo sus fuerzas para realizar acciones posibles y evitando la perplejidad que nace de meditar sobre finalidades absurdas.
El primer mandatario de la ley humana es aprender a penar; el segundo es hacer todo lo que se ha pensado. Aprendiendo a pensar se evita el desperdicio de la propia energía; el fracaso es debido a simple ignorancia de las causas que lo determinan. Para hacer bien las cosas hay que pensarlas certeramente. No las hacen bien los que piensan mal, equivocándose en la evaluación de sus esfuerzos; como el niño que, errando el cálculo de la distancia, diera en tirar guijarros contra el sol que asoma en el horizonte.
Nunca se equivoca quien ha aprendido a medir las cosas a que aplica su energía; no se arredra jamás quien ha educado su eficacia mediante el esfuerzo coordinado y sistemático. La confianza en sí mismo es urna elevación de la propia temperatura moral; llegando al rojo vivo se convierte en fe, que hace desbordar la voluntad con pujanza de avalancha. Así ocurre en los genios: viven todo ideal que piensan, sin detenerse por incomprensión de los demás, sin perder tiempo en discutirlo con los que no lo han pensado.
10.– La energía juvenil crea la grandeza moral de los pueblos. Cada generación debe llegar como ola vigorosa a romperse contra la mole del pasado para hermosear la historia con el iris de nuevos ideales; juventud que no embiste, es peso muerto para el progreso de su pueblo.
La energía es virtud juvenil; quien no la adquiere precozmente, muere sin ella. Sólo la juventud tiene la mente plástica para abarcar el panorama de la vida y el brazo elástico para vencer las resistencias ancestrales. Los hombres sin energía no cooperan en cosa alguna de común provecho: dudan y temen equivocarse, porque no han sabido pensar. Y nunca adquieren la confianza en sí mismos y la fe en los resultados, indispensables para acometer empresas grandes.
La eficacia personal finca en la cultura y en los ideales; la apatía del indolente y el fracaso de los agitados se incuban en la rutina y en la ignorancia. La incapacidad de prever y de soñar obstruye la expansión de la personalidad.
Educando la energía, enseñando a admirarla, se plasmarán nuevos destinos de los pueblos. Repitamos a la juventud de nuestra América que ningún hermoso ideal fue servido por paralíticos y obtusos; no pueden marchar lejos los tullidos, ni contemplar los ciegos un luminoso amanecer. Los jóvenes que no saben mirar hacia el Porvenir, y trabajar para él, son miserables lacayos del Pasado y viven asfixiándose entre sus escombros.