Había una vez dos ardillas listadas, un macho y una hembra. La ardilla macho creía que ordenar las nueces siguiendo un modelo artístico era más divertido que colocarlas una encima de la otra para ver cuántas se podían apilar. La hembra era partidaria de apilar todas las que fueran posibles. Le decía a su marido que si se dejaba de hacer diseños con las nueces, en la amplia cueva que ocupaban quedaría sitio para guardar muchísimas más y él no tardaría en convertirse en la ardilla listada más acaudalada del bosque. Pero él no permitió que le estropeara los diseños, de manera que la hembra se puso hecha una furia y lo abandonó. «Te atrapará el alcaudón —le dijo al marido—, porque eres un inútil y ni siquiera sabes cuidar de ti mismo». Como era de esperar, la ardilla hembra no llevaba ni tres noches fuera de casa cuando el macho tuvo que vestirse para un banquete y no consiguió encontrar los gemelos, ni la camisa, ni los tirantes. De manera que no pudo asistir al banquete, aunque para él fue mejor así, porque todas las ardillas listadas que acudieron sufrieron el ataque de una comadreja y acabaron muertas.
Al día siguiente, el alcaudón comenzó a sobrevolar la cueva de la ardilla macho para ver si podía atraparla. El alcaudón no podía meterse en la cueva porque la entrada estaba cubierta de ropa sucia y platos por lavar. «Saldrá a pasear después del desayuno y entonces la cazaré», pensó el alcaudón. Pero la ardilla listada se pasó el día durmiendo a pierna suelta y se levantó y desayunó cuando ya había oscurecido. Después, salió a tomar el aire antes de ponerse a trabajar en un nuevo diseño. El alcaudón bajó en picado para atrapar a la ardilla listada, pero como estaba oscuro y no se veía bien, acabó golpeándose la cabeza contra la rama de un aliso y se mató.
Al cabo de unos días, la ardilla hembra regresó y se encontró con la casa patas arriba. Se acercó a la cama y sacudió al marido. «¿Qué harías tú sin mí?», le preguntó. «Seguir viviendo, supongo», contestó él. «No durarías ni cinco días», le dijo ella. Y entonces barrió la casa, fregó los platos, mandó a lavar la ropa sucia y obligó a la ardilla macho a levantarse, lavarse y vestirse. «No puedes disfrutar de una larga vida si te pasas todo el día en la cama sin hacer ejercicio», le advirtió. De manera que se lo llevó a dar un paseo bajo el sol reluciente y las dos ardillas fueron atrapadas y muertas por el hermano del alcaudón, un pájaro llamado Vuelo Rasante.
Moraleja: Cuanto más el macho madruga, más su muerte asegura.