Tenía que haber una necrológica para Charity; el predicador la necesitaría en el funeral, y aparecería en el periódico semanal.
Leona, la hijastra de Charity, era una mujer previsora. Había recortado un par de obituarios del periódico para utilizarlos de modelo. No había mucho que decir sobre Charity. A los veintipocos se casó con Ezra McCutcheon, crió a dos de los hijos del matrimonio anterior de su esposo, le dio otros cuatro y vivió con él en Nebraska, donde mantuvo a la familia unida trabajando duramente después de que él muriese.
Lo único asombroso de su vida, por lo que sabía Leona, era que cuando Charity tenía cerca de sesenta años, un vagabundo de pelo blanco y con marcas de viruela llegó a su puerta y unas pocas semanas después se casó con él.
Se trataba de Duke, que ahora estaba sentado junto a la pila de leña, envuelto en silencioso luto. Charity y él se habían conocido de jóvenes. Leona había tenido sus dudas acerca de aquel matrimonio tardío y en cierto sentido embarazoso, pero había sido un matrimonio satisfactorio.
Empezó a escribir: «La señora Charity Williams falleció el 7 de julio de 1912 en su casa tras una breve enfermedad. Nació…» ¿Cuándo había nacido, dónde y cuál era su nombre de soltera? Todo eso podría escribirlo luego.
«Se casó con Ezra McCutcheon en…» ¿En qué año había sido? «… Y de su unión nacieron cuatro hijos, uno de los cuales la precedió en la muerte, igual que el señor McCutcheon, que falleció en un accidente». Lo destripó un toro. Su hija más pequeña sintió un escalofrío recordando aquel día.
«La precedió en la muerte»… esa era una expresión señorial. Leona visualizaba una procesión infinita que atravesaba un oscuro portal y en la que de vez en cuando alguien se apartaba para permitir que otro se adelantase.
No tenía en la memoria los datos que necesitaba. Quizá estuvieran en la pequeña y sufrida caja de madera que guardaba Charity. Y la caja estaba cerrada con llave.
Leona fue suspirando hacia el patio trasero, donde estaba sentado el segundo marido de Charity con las manos colgando entre las rodillas y el calor del sol en su ancha espalda encorvada.
—¿Podrías ayudarme con algunas fechas y datos? —le preguntó en voz baja—. No sé qué hizo con la llave de la vieja caja de papeles.
—Me la dio a mí —dijo Duke con una voz como de un trueno apagado—. Puedes cogerla —se metió la mano en el bolsillo de los pantalones con lentitud reumática.
—No sé cuál era su apellido de soltera ni la fecha de su nacimiento —admitió Leona—. Nunca celebramos mucho los cumpleaños, excepto los de los niños, y Charity no hablaba mucho de sí misma.
Duke le puso la llave en la mano.
—Nació el 11 de mayo de 1859 en Council Bluffs. Se apellidaba Montgomery. Lo escribirás muy bien —cuando Leona se dio la vuelta, añadió—: Una cosa sí quería que dijeras. Que Charity era una mujer buena.
Leona lo miró fijamente.
—Por supuesto que lo era. Todo el mundo lo sabe.
—Cuando mires entre sus cosas —le advirtió Duke en voz baja—, encontrarás cosas que quizás hagan que te lo replantees. Pregúntame a mí. Yo sé todo lo que le ocurrió a Charity.
Media hora después, había mirado entre los recuerdos de la caja de madera. Estaba preocupada, casi asustada, por lo que había encontrado allí.
Había una fotografía de dos jóvenes, y en ella estaba escrito: «De Duke para Charley». El joven alto, de boca y espaldas anchas, podría ciertamente ser Duke antes de que lo marcase la viruela. ¿Y quién era Charley, el más delgado, que llevaba una chaqueta de flecos y un sombrero de ala ancha? ¿Y por qué Charity había guardado la foto tanto tiempo?
Aun así, cualquiera podía tener una foto medio olvidada. ¿Pero quién guardaría la carta de otra persona? Había una dirigida a «Querido Charley» de Duke, desde alguna parte de Texas en 1867. La escritura era apenas legible, porque el papel doblado estaba muy gastado.
Parecía ser que Duke estaba viajando a cierto destino aún desconocido. Volvería a escribir en cuanto Wilkins decidiese dónde establecerse. Estaba bien y esperaba que Charley también lo estuviera. La carta terminaba: «Ojalá pudiese volver a ver a mi querida esposa, tomarla en mis brazos y decirle que la quiero».
¡Un extraño sentimiento en una carta de un hombre a otro hombre! ¿Por qué había conservado Charity una carta que Duke le había escrito hacía años a otra persona?
Había una fotografía de una hermosa joven que miraba a un bebé que tenía en brazos. Sin duda no era pariente de Charity, pues la joven llevaba un vestido de seda y el vestido del bebé, de metros de largo, tenía bordados por todas partes. No había habido esos lujos para los hijos de Charity McCutcheon.
Una tercera fotografía rozó la fibra sensible de un recuerdo: un joven dandy moreno y delgado, con mirada profunda y una boca que era amarga aunque estaba sonriendo. Leona pensó que quizá hubiese visto a aquel hombre. Pero escrito en la parte inferior se leía «Madre», y no era familiar de Charity.
Más reconfortante era una fotografía familiar de Charity, Ezra y sus cuatro hijos. Leona se vio a los ocho años, y a su hermana pequeña Bessie, y a sus dos hermanos mayores que más tarde se fueron a California y no volvieron. Era la foto de boda de su padre y su joven novia, Charity, con los hijos del primer matrimonio de él.
Más inquietantes incluso que la carta, más que las fotografías sin identificar de desconocidos, eran los certificados de matrimonio. Había tres. Y dos tenían el nombre de Duke Williams. El primero tenía fecha de 1866… Charity Montgomery debía de tener dieciséis años… el otro, de cuarenta años después, cuando la viuda Charity McCutcheon se casó de nuevo con Duke Williams. Pero en 1874 se había casado con Ezra McCutcheon.
¿Y qué había en aquel sobre cerrado en el que Charity había escrito «Esto es para Duke»?
Leona le llamó:
—¡Duke! Duke, quiero preguntarte una cosa.
Él le respondió desde la cocina y se quedó de pie en la puerta.
—¿Quieres que te lo cuente ahora? Parece que tengo que contárselo a alguien. Y ella me dijo que podía contártelo a ti, pero no a sus propios hijos.
—Le mentimos al predicador sobre nuestra edad, pensamos que sería mejor así, porque nos habíamos fugado para casarnos. Charity no tenía más que dieciséis años y yo veinte. Nos sentíamos culpables por habernos escapado, y seguíamos creyendo que era lo único que podíamos hacer. Nos repetimos el uno al otro que no teníamos gran cosa, pero que iba a mejorar.
»—No tengo los medios para cuidar de ti como te mereces —le dije, mientras se me rompía el corazón por la vergüenza—. Pero no hay nada que yo no pueda conseguir contigo a mi lado.
»Y parecía cierto. Desde luego que lo parecía. Sólo una vez le mentí a Charity a sabiendas, y eso fue justo antes de que falleciese.
»Me dijo: “¡Soy una vaga y no sirvo para nada, y la tía siempre tiene que decirme las cosas dos veces, pero cuando tengamos nuestro propio hogar, seré una buena ama de casa!”
»Nos reunimos bajo un roble a medianoche y nos fuimos al Oeste. Yo tenía la ropa que llevaba encima y un pequeño fardo sobre un bayo de catorce años. Charity tenía una bolsa de viaje, tres toallas y una sábana de lino.
»—Ojalá hubiese cosido más —suspiró—. Ojalá tuviese más cosas que traerte.
»Pero ya estaba ella, ¿y qué más podía pedir un hombre?
»Casi todo el tiempo Charity fue montada en el caballo y yo a su lado, de la mano. Pero a ella le inquietaba que estuviese cansado y una vez me hizo montar dos o tres kilómetros mientras ella bailaba a mi lado, riéndose porque me sentía como un idiota.
»—Yo gran jefe —dije—. Gran jefe monta. Squaw camina mucho.
»Fuimos solos hacia el oeste lo más lejos que pudimos, y se podría decir que éramos mendigos, pero la gente era generosa con lo poco que tenía y trabajábamos cuando nos lo permitían. Pero cuando dejamos atrás los pueblos y las granjas ya no podíamos seguir solos.
»Entonces tuvimos que viajar con cualquiera que nos aceptara… vagones de mercancías, o partidas de mineros e incluso una vez con unos soldados que habían desertado de la frontera india y se dirigían al oeste en busca de oro. Entonces teníamos otro caballo, que recogimos perdido en la pradera.
»Tenía algo de dinero, todo lo que pude sacar de vender mi casa, pero no era gran cosa. Aunque nos permitió tener suministros cuando ya habíamos dejado atrás las granjas. Yo cazaba cuando había caza.
»Una noche junto a una fogata, un tipo duro grande y barbudo agarró a Charity y yo me pegué con él. Le rompí la mandíbula. Los demás dijeron que se lo había merecido. Pero me pasé tres días curándome antes de poder viajar… aquella fue la peor pelea en la que me he metido nunca, excepto una más tarde en México… y me quedé preocupado.
»Verás, yo sólo era un granjero, y aquellos de la frontera eran hombres malos. Oh, tenía un revólver, aparte del rifle, pero no era pistolero. Y quizá, pensé, no podría volver a proteger a mi mujer la siguiente vez. Pero ninguno lo dijimos. Hay algunas cosas que no puedes admitir.
»Ella se preocupaba por su pelo.
»—Es muy difícil de peinar —se quejaba—. ¡Dichoso pelo! Ojalá me lo cortases para que me resultase más fácil.
»Oh, por aquel entonces Charity tenía un pelo precioso. Liso y negro, tan largo como para sentarse encima, lo bastante abundante como para ahogarte en él. Pero no hacía más que repetírmelo y repetírmelo, y un día se lo corté como el de un chico mientras se me caían las lágrimas… fue una escabechina.
»Después de aquello, empezó a ponerse ropas de chico que nos habían dado unos emigrantes a los que se les había muerto un hijo por el camino. No admitimos que aquello era para salvarla si yo no podía protegerla, ni para salvar mi vida si alguna vez me metía en una pelea peor que la que ya había tenido. Los dos quisimos creer que era sólo para que Charity viajase más cómoda.
»Así que ya no era mi esposa Charity, sino mi hermano pequeño Charley. A veces resultaba difícil acordarse.
»Y así llegamos a Gulch City. Nunca apareció en un mapa, no duró lo suficiente. Era un campamento minero, donde había grandes armas, y nos habían dicho que algunos se habían hecho ricos allí, pero yo nunca vi a ninguno.
»Charity y yo trabajamos para ganarnos la vida, paleando gravilla de un placer registrado, viviendo en una wikiup. Supongo que nunca has visto una wikiup. La construimos nosotros mismos, con palos, matorrales y rocas, apoyada en una colina. Era tan buena como cualquier otra, pero los indios vivían mejor. Aquella wikiup era algo espantoso, pero Charity se reía.
»—Esto se lo contaremos a nuestros nietos —dijo—. No se lo creerán nunca.
»—Como no se crean lo que les cuentes —le dije—, les meteré una buena zurra.
»¡Qué promesas hacía cuando era joven! En aquellos días yo era todo un señor, amenazando a los nietos que nunca nacerían.
»Nos íbamos a quedar allí hasta que yo le cogiese el truco a la minería, hasta que tuviésemos una explotación. Luego encontraríamos nuestro propio oro. En aquella época había riquezas por explotar. Pero la verdad es que yo nunca encontré ninguna.
»No me gustaba que mi Charity trabajase con una pala como yo, pero aquella wikiup no era sitio para que ella pasara la vida. En cualquier caso, los otros hombres habrían creído extraño que un chico de la edad de Charley no hiciese nada más que cocinar y buscar leña y agua. Y teníamos que hacernos con nuestra explotación.
»Lo único en lo que gastábamos dinero era en pólvora y balas para el viejo revólver. Solíamos practicar el tiro los domingos, allá en las colinas de artemisa.
»A principios de otoño tuve una buena oportunidad, o eso parecía, pero la rechacé.
»—Wilkins se va a llevar su tienda a Arizona —le conté a Charity—. Va a montarla allí, en alguna parte, a comerciar con los indios. Me ha dicho que me contrataría para llevar una carreta, para enseñarme el negocio. “¿Puede ir mi hermano?”, le he dicho. “Sólo necesito un hombre”, me ha dicho. Así que le he contestado: “No, gracias”.
»Pero Charity creía que debía ir.
»—Y luego mandas a buscarme —dijo—, o podía irme al mismo tiempo que tú, ir con otro grupo que se dirija hacia allá.
»No serviría, le dije. Ni aunque fuese en diligencia. Porque ni el mismo Wilkins estaba seguro de dónde montaría su tienda.
»—No podrás quedarte aquí sola, se acerca el invierno —le dije—, y podría pasar un tiempo antes de que pudiera mandar a buscarte. Será mejor que nos vayamos al Lago Salado.
»—Pero lo de la tienda es tu gran oportunidad —me dijo. Eso era todo lo que creíamos necesitar en aquellos tiempos, sólo una oportunidad para Duke y podría vestir a su esposa con sedas.
»—No hablemos más de ello —dije—. Yo ni siquiera lo estoy pensando.
»Pero Charity sí. Era una chica de ideas propias, y cada pensamiento que tenía en la cabeza era para mí. Encontró un trabajo en una tiendecita en Gulch City que iba a permanecer abierta todo el invierno. A la señora que la atendía le venía bien un chico sobrio y trabajador para cortar madera y hacer las tareas a cambio de la manutención y un sitio donde dormir junto a la cocina.
»—¡No! —grité—. ¡No lo voy a tolerar!
»Pero ella me besó en los párpados, y yo empecé a estar de acuerdo. Ma Harris era segura y respetable, y no toleraría tonterías de si Charity era un chico o una chica.
»Así que le di a Charity todo nuestro dinero y nuestro polvo de oro, nuestra explotación, para que tuviese suficiente para poder venir conmigo en primavera.
»La noche antes de marcharme lloró en mis brazos porque íbamos a estar separados todo el invierno. Aquel fue un invierno largo y crudo. Duró cuarenta años.
»Por la mañana llevamos las cosas de Charity a la cabaña de detrás de la tienda… Aunque tampoco es que tuviese muchas cosas que llevar. Y cuando pasé por delante, llevando la carreta de Wilkins, salió a saludar.
»No podía darle un beso de despedida después de haber salido de la wikiup. Un hombre no besa a su hermano. Pero recordé su imagen despidiéndome en la calle de Gulch City.
»—Te mandaré una carta desde donde haya correo —le prometí—. Si no sabes de mí en un tiempo, no te preocupes. Porque sabrás que estoy pensando en mi chica Charity y trabajando para que podamos asentarnos y tener una casa tan buena como la de cualquiera.
»Antes de marcharme nos hicimos una foto juntos. Era la última fotografía que aquel tipo sacó en Gulch City. Estaba a punto de marcharse. La de Charity dice: “De Duke para Charley”, y esta es la mía: “De Charley para Duke”. La mía está sucia, ¿verdad?, y la llevo doblada en el bolsillo. Pero tuve suerte, siempre me las arreglé para conservarla.
»Lo demás no lo hubiese sabido nunca si Charity no me lo hubiese contado, y sé que me contó la verdad. Quiero que recuerdes, a pesar de todo lo que ha pasado, que era una mujer buena. Lo que ocurrió fue culpa mía, no suya. Sólo hizo lo que tenía que hacer, y tú habrías hecho lo mismo, porque no había otra opción. No después de que decidiese quedarse en Gulch City cuando Ma Harris se marchó.
»Bueno, yo me fui hacia el sur con Wilkins, pero era un tipo exigente, descontento de cómo le había ido en Gulch City, y no pensaba asentarse en ninguna parte hasta que estuviese seguro de que se haría rico. Nuestras carretas se aligeraban y volvían a cargarse según comerciaba por el camino, pero nunca nos detuvimos demasiado tiempo en ninguna parte.
»Yo le mandaba una carta a Charity en cada pueblo que paraban las carretas. Pero de todas las que le mandé, sólo recibió una. Era una carta de amor lamentable, porque todo lo tenía que escribir como si fuese para mi hermano Charley. Nunca sabías qué podía pasar con las cartas, y era más seguro para ella así. La conservó todos estos años.
»Y ella me escribía cartas, pero no tenía dirección a la que mandarlas. Le hablé de un par de sitios donde el correo podría llegarme, pero aquellas cartas nunca las recibí. Quizá no sepas cómo eran las cosas en aquella época, antes de estos tiempos modernos. El correo no podía ir por tren si se dirigía hacia el sur o el norte, y había problemas con los indios, y a algunos conductores de diligencias no les importaba un bledo qué pasaba con las sacas de cartas y las tiraban al río para aligerar la carga, ¿qué más les daba? De todos modos, en invierno el correo ni entraba ni salía de Gulch City, ni tampoco lo hacía nada más excepto el viento.
»Wilkins decidió comerciar en México, y me la jugué con él, tenía que seguir con él o habría perdido el tiempo. No me pagaba un salario, sólo mis necesidades y promesas.
»Ahora no importa lo que ocurrió en México. Nunca supe qué fue de Wilkins. Pero un montón de sucios mexicanos nos atacaron, peleé y acabé en la cárcel. Aquella fue la peor pelea en la que he estado metido. Y allí me quedé durante meses, en aquel apestoso calabozo, medio loco de preocupación por mi Charity. Entonces un día abrieron la puerta y me fui.
»Pero salí con la muerte dentro. Viruela. Enfermo y febril, empecé a dirigirme hacia el norte, y en alguna parte me arrastré en una vieja choza, o lo que fuese aquello, y me quedé tirado allí. Había restos de comida, y cuando me recuperé lo suficiente me la comí. Y me fui hacia el norte en cuanto pude volver a permanecer en pie, pero hasta los indios me temían.
»No me importaba de quién eran los caballos sobre los que cabalgaba ni de quién eran las vacas que mataba con tal de seguir viajando. Lo que necesitaba lo cogía, o la gente me lo daba, se lo pudiesen permitir o no.
»Así que en primavera llegué a Gulch City… pero ya había pasado otra más desde aquella en la que me había despedido de Charity. Todo el camino de vuelta le preguntaba a la gente por Gulch City, pero todos me decían que estaba completamente agotada. Allí ya no queda nadie, me decían, si es que sabían algo del pueblo.
»Pero tenía que verlo con mis propios ojos. Si ella se había ido de allí, ¿cómo iba a encontrarla?
»Había nieve gris húmeda en los barrancos y ni un alma por los alrededores. Fui a la wikiup y estaba tumbada por la nieve, vacía y en ruinas.
»—Este es el hogar que le di a mi mujer —me dije.
»Recogí un pedazo de tela azul y la guardé un tiempo, porque podría haber sido suyo, pero más tarde lo tiré.
»No importaba qué clase de vida le hubiera dado, sabía que no se había ido por eso. Si todos los demás se iban, ella tenía que irse, y había pasado un año y medio desde que nos habíamos despedido.
»Subí al cementerio, medio enloquecido, y busqué su nombre en las torcidas tablas de madera que usaban como lápidas, si es que alguna vez la ponían. Nunca hubo muchas tumbas allí, el campamento no duró lo suficiente. Si hubiera encontrado una tabla con su nombre, Charity o Charley, me habría quedado allí para siempre. Pero no había nada que me atase.
»Así que fui buscando por otros campamentos mineros, otros pueblos, pero no sabía si estaba buscando a mi esposa Charity o a mi hermano pequeño Charley, y en algunos sitios creyeron que estaba loco. Y tenían razón. Después de un tiempo dejé de buscar.
»Después de aquello, lo que me ocurrió no tiene mucha importancia. Los años pasan uno tras otro cuando no tienes nada especial que hacer o ser. A veces estuve fuera de la ley, pero un hombre con una cara marcada es fácil de identificar, así que lo dejé. Conocí a algún fuera de la ley en mi época y cabalgué junto a alguno de ellos. Ninguno se hizo rico ni llegó a ser gran cosa. Pero al margen de la ley o dentro de ella, lo que le ocurrió a Duke Williams le ocurrió a un hombre que no le importaba mucho.
»En aquella primera primavera después de haberme ido con Wilkins, la mayoría de los mineros no volvió a Gulch City, sólo unos pocos. De modo que Ma Harris, donde Charity trabajaba de mozo, al ver que el campamento se moría, decidió marcharse también.
»—Este campamento está agotado —le dijo a su mozo Charley—. ¿Cuántos años tienes… quiero saberlo?
»—Diecisiete —dijo Charity.
»—Ya sería edad para que te afeitases si fueses un chico. Pero sé que no lo eres —dijo Ma Harris—. Puedes venir conmigo a Oregón si quieres. ¿Cuál es tu verdadero nombre?
»—Soy la señora Charity Williams —dijo mi chica—, y muchas gracias, pero no puedo marcharme hasta que no tenga noticias de mi esposo.
»—Eres una buena ayudante, seas chico o chica, y no me importaría que te quedases conmigo —dijo Ma Harris—. Y no puedes quedarte aquí sola.
»Pero no quería irse.
»—Nunca sabría dónde tengo que reunirme con Duke. Le he escrito cartas, pero sólo he recibido una de él, y no le he enviado la mayoría de las que he escrito.
»Ma Harris dijo:
»—Niña, pueden ocurrir accidentes. Si pudiese escribirte, ¿no sabrías algo a estas alturas?
»Charity no quería escucharla. Se tapó los oídos con las manos y empezó a gritar.
»Se quedó hasta el otoño en la choza de la que se había ido Ma Harris, y entonces la última tienda cerró también. Cuando ya había pasado un año entero desde que la dejé allí, seguía teniendo sólo una carta mía. Cada vez que aparecía la diligencia, preguntaba.
»La última vez el tendero miró las cartas y le dijo:
»—Nada para ti, Charley.
»Entonces empezó a llorar, lloró como una niña, allí mismo en la tienda.
»Un pasajero de la diligencia dijo:
»—Señor tendero, ¿puede traer un vaso de agua para la joven? Tome un pañuelo, señorita, y siéntese.
»Cuando dejó de llorar, fue como curarse una enfermedad. Ya no estaba atada a Charley ni a Duke. Su esposo estaba muerto o ya habría sabido de él. Pero Charity estaba viva, sufriendo, pero viva y joven, y no podía quedarse en Gulch City.
»No lo olvides, era una mujer buena. Ya lo sabes. Siempre cuidó de ti y te protegió. Quizá hayas pasado por momentos difíciles, pero nunca tuviste que pasar por lo que pasó Charity.
»El pasajero de la diligencia era un hombre del Este. Se llamaba Howard Benton. A su mujer nunca le faltaría de nada, y Charity debía ser su mujer… y podía serlo, ya que era viuda. Pero él no podía presentársela a su madre con el pelo corto como el de un chico. Cuando el pelo le creciera lo suficiente para peinárselo, como una dama, se irían a Boston.
»Primero fueron a San Luis.
»—¿Cuándo vamos a casarnos? —le preguntó ella—. Si no te avergüenzas de mí, ¿cuándo vas a casarte conmigo?
»—En cuanto te crezca más ese precioso pelo —dijo él—. Entonces iremos a Boston y verás cosas que ni soñabas que existían.
»—Ya he visto cosas de esas —dijo ella, acordándose de Gulch City.
»Antes de tener el pelo lo suficientemente largo como para que le gustase a él, supo que iba a tener un hijo. Cuando fueron a Boston, ya no se habló más de boda. Para entonces ella tenía claro que a él le divertía llevarla a casa de su madre sabiendo que no podía quejarse de nada.
»El bebé fue niño, y Benton lo quiso mucho.
»—He sido cruel —dijo—, pero no volverá a pasar. En cuanto puedas viajar, nos iremos a alguna parte donde nadie me conozca y nos casaremos.
»—Sí —dijo Charity—. Deberíamos haberlo pensado hace tiempo. Sí, me casaré contigo… si tu madre viene a nuestra boda.
»Cuando el bebé tenía cinco meses, Charity escapó. Cogió todo el dinero que tenía… Benton era generoso… y toda la ropa que pudo coger, sabiendo que nunca volvería a tener vestidos tan bonitos. Y se llevó aquella foto suya con el bebé al que abandonaba para que su padre pudiese dárselo todo, pero ella no podía quedarse.
»Trabajó aquí y allá, de doméstica y cosas parecidas, y cuando cumplió veinticuatro años se casó con tu padre. A partir de ahí ya sabes cómo fue su vida.
—Mi hermanastro más pequeño tenía siete años cuando papá murió —reflexionó Leona—. Mis dos hermanos mayores se habían ido hacía tiempo y nunca supimos de ellos. Mi hermana Bessie se casó y se fue de aquí. Y yo estaba enamorada y quería casarme.
»Pero los hijos de Charity eran pequeños… el mayor sólo tenía doce años. Nunca entendí cómo aguantamos. Charity y yo trabajamos como mulas en la explotación. A los veinticuatro años lloré porque pensé que me moriría solterona, y Henry necesitaba una esposa. Pero yo tenía que quedarme en la explotación con Charity, porque ella me necesitaba.
»Una vez habló de abandonar y dejar a los más pequeños en un orfanato. Pero entonces las cosas mejoraron y no tuvo que hacerlo, ya no me necesitaba, y me casé. Nunca supe cómo, pero lo hizo, no se quejó y se encargó de que los niños recibiesen una educación. A todos nos criaron para ser trabajadores.
Duke asintió.
—Lo pudo hacer porque, de repente, empezó a llegar dinero. Odiaba cada céntimo que se gastaba, ¿pero qué otra cosa podía hacer que aceptar lo que le ofrecían? Lo necesitaba para sus hijos, y llegaba por parte de su hijo mayor, el que tú nunca supiste que había tenido.
—El bebé que había dejado en Boston tenía dos años menos que tú, Leona. Al dejarlo, sufrió por sentirse culpable, pero nunca se arrepintió. Lo cuidaban bien y ella no pensaba quedarse con el padre.
»El muchacho tenía unos veintidós años cuando la localizó. Había contratado a detectives, no me extrañaría que se hubiese gastado miles de dólares, para encontrar a su madre. Se reunió con él en un hotel del pueblo y tú fuiste con ella aquel día, pero no le contó a nadie que se había reunido con el hijo que había abandonado para siempre.
»Era un joven extraño, y ella decía que se parecía a su padre, moreno y delgado, de ojos hundidos. Ella desconfiaba de él, por la culpa, por haberlo abandonado, y él desconfiaba de ella, pero sentía curiosidad. Porque su padre le había contado lo que había ocurrido y le hizo prometer que seguiría intentando encontrar a Charity, como él había estado haciendo todos aquellos años.
»Ella creía que su hijo había aparecido porque la odiaba y quería ver el rostro de su malvada madre. Pero él no la odiaba, ni la quería tampoco. Era distante y curioso. Su padre había muerto de tisis, y él estaba cerca de la muerte, pero no se lo dijo. Y para Charity, más tarde, aquello fue lo más duro, que él supiera que no viviría mucho más pero que no le dijese ni una palabra. Ella no lo intuyó. Sus otros hijos, aunque muy pobres, estaban sanos.
»—Ven a visitarnos a casa —le dijo Charity—. Quédate a comer. Lo que tenemos es tuyo. Ven y quédate conmigo y con los niños todo el tiempo que quieras.
»Pero no, él no quiso. Estaba de viaje y no quería detenerse. Se alegraba de haberla conocido y esperaba que todo estuviera bien. Había cumplido con la promesa que le había hecho a su padre, y adiós, señora McCutcheon.
»—¿O puedo llamarte madre? —dijo con una sonrisa torcida.
»La dejó llorando, avergonzada.
»Unos meses después recibió una carta de un abogado de Boston que decía que su hijo había muerto de tisis, como su padre. Pero ella recibiría como legado una suma de dinero cada año de su vida porque el padre de su hijo así lo había establecido. El abogado le envió una fotografía del hijo donde este había escrito “Mamá”.
»Los dos habían muerto, así que ¿a quién iba a decirle que no quería el dinero? Eran trescientos dólares al año. Se habría mostrado orgullosa y altiva rechazándolo, pero lo necesitaba demasiado.
»Y ya no te necesitaba, y tú pudiste casarte con tu novio y ella quedarse con los niños y no tener que mandarlos al orfanato. Pero no tenía a nadie a quien contarle sus penas, porque el hijo que había perdido era el que nadie había sabido que tenía.
»Crió a sus pequeños y los casó a todos, y cuando ya no la necesitaron, se mudó al pueblo.
»Y después de unos años… la encontré.
»Yo no era nadie, sólo un vagabundo, un errante de pelo blanco con la cara marcada y la espalda encorvada. He estado en muchos pueblos, me he detenido en muchas casas, me he ofrecido a cortar leña a cambio de una comida. La última en la que me detuve fue la de Charity.
»Me puso la comida en la cocina y me dijo que podía cortar leña después de comer. Me preguntó si me sentía bien… le parecía que yo actuaba como si estuviese mareado. Y lo estaba. El corazón me hacía temblar porque sabía que era mi perdida Charity.
»Oh, no lo supe enseguida, sino mientras ella me llenaba el plato en la cocina… por la manera en que se movía, supongo. Ahí estaba esa mujer de pelo blanco con un vestido de color claro, sirviéndome comida en un plato. Pero mejor que a ella veía a Charley delante de la wikiup, sacando mi cena de una sartén que había en el fuego. No sabía cuál de las dos era real.
»Ella no me reconoció. ¿Cómo iba a hacerlo, con las cicatrices de mi cara y los años, y el reumatismo que hace que un viejo se mueva distinto de como se movía cuando era joven? Además, ella me daba por muerto. Charity ya había tenido suficientes problemas, no quería andar buscando fantasmas.
»Me dejó comer en la cocina y después corté un montón de leña. Pero estaba tan disgustado y tan asombrado que me corté el pie. Me trajo vendas.
»Pensé: “Esta es mi Charity, amable con un mendigo, un desconocido. Me iré en unos minutos, pero es justo que sepa que volví a Gulch City y que traté de encontrarla”.
»—¿Se encuentra bien, señor? —me dijo—. No parece que esté tan bien como para marcharse pronto. Puede quedarse en la choza si le apetece.
»—Estoy bien —le dije. Entonces respiré hondo y dije—: Charley, te ha crecido el pelo en todos estos años que no nos hemos visto.
»—Se echó hacia atrás, susurrando: “¿Duke? ¿Duke? ¡Creía que estabas muerto!”
»Y volví a recuperar a mi Charity perdida. Era más de lo que me había merecido, más de lo que había soñado desde que había dejado de ser joven.
»Nos casamos para no avergonzar a sus hijos. No debían saber que su madre se había casado con su padre cuando ella tenía otro esposo vivo y no lo sabía.
»En esa cajita de madera que guardaba hay una carta para mí. Me dijo que la había escrito, y quiero verla ahora.
»—Te escribí cartas de amor cuando éramos jóvenes —me contó—. No recibiste ninguna. Así que ahora, por fin, tendrás una que leer y conservar.
»Justo antes de morir me hizo una pregunta que supongo que había tenido miedo de hacerme antes.
»—Duke —me dijo—, ¿me has buscado todos estos años hasta que nos hemos encontrado?
»—Todos estos años —le dije.
»Era mentira. Había dejado de buscarla. Pero aquella mentira era todo lo que tenía para darle. Fue la única vez que le mentí a Charity.