PRESENTACIÓN

El árbol del ahorcado y otros relatos de la Frontera es el segundo volumen de relatos de la escritora norteamericana Dorothy M. Johnson que publica la colección FRONTERA. Para quienes ya conozcan Indian Country, esa primera recopilación de cuentos de la Johnson con la que Valdemar inició esta colección, un par de precisiones al respecto. La primera es comentar que ninguno de los relatos contenidos en este segundo volumen está incluido en Indian Country. No hay riesgo de repeticiones. Una segunda cuestión es señalar que, ni Indian Country, ni El árbol del ahorcado…, son recopilaciones configuradas como «lo mejor de…» Ambas cuentan con relatos excelentes, pero eso se debe más a los méritos literarios de la autora que a un intento deliberado de agrupar sus mejores logros. Sí hay, sin embargo, una ligera diferencia temática entre uno y otro libro. Mientras que en Indian Country predominan las historias que se refieren a los indios y a sus relaciones con los blancos, en El árbol del ahorcado… son más abundantes las historias que se hacen eco de otros mitos del Far West: forajidos; tahúres, saloons, vaqueros; predicadores, buscadores de oro, etc. Pero, como podrán comprobar en las siguientes páginas, se trata de un predominio temático, no de una exclusividad.

De las bondades de esta autora de Montana como narradora en el formato corto ya se dio noticia en el prólogo de Indian Country, pero, ya que es posible que nos enfrentemos a nuevos lectores, volvemos a hacernos eco de ellas ahora. Dorothy M. Johnson es precisa, escueta y aparentemente simple en sus descripciones. Retrata la brutalidad y dureza del mundo de los pioneros en la Frontera con un tono de normalidad que suele resultar chocante para muchos lectores, acostumbrados a que los autores enfaticen y subrayen los episodios fuertemente dramáticos. No obstante, a pesar de esa mencionada concisión, con tan pocos artificios, la autora maneja una amplia paleta de sensibilidades, y en sus narraciones pasa de la tragedia o la épica al humor —tierno o sardónico, según se tercie—, lo melancólico, lo realista, o lo cruel; e incluso recurre con frecuencia a un lirismo romántico que afortunadamente es cualquier cosa menos «ñoño». Sus evocaciones históricas de la Frontera norteamericana resultan vívidas y convincentes, puesto que conoce perfectamente el momento histórico y los ambientes que describe. Está más cerca de ser una historiadora o una divulgadora histórica capaz de verter su saber en exquisitos cuentos, que de una narradora que se documenta correctamente. Dorothy Johnson tiene profundidad psicológica y una necesidad obsesiva de retratar a las personas reales que existieron y sirvieron de fundamento a los mitos y la épica del Far West. Sus pistoleros, exploradores, squaws, soldados, buscadores de oro o guerreros indios son creíbles, suenan a cierto. Y sus colegas escritores, así como los críticos, supieron verlo. En una votación efectuada no hace muchos años en el seno de la Western Writers of America, que agrupa a los escritores profesionales de western, para elegir los mejores relatos de este género publicados durante el siglo XX, de los cinco primeros, cuatro eran de Dorothy Johnson. El otro era, nada menos, que de Jack London. Tres de esos cuatro relatos: “Un hombre llamado Caballo”, “El hombre que mató a Liberty Valance” y “La frontera en llamas”, fueron ya publicados en Indian Country. El cuarto de ellos, “El árbol del ahorcado”, el más extenso con mucho de los cuatro —de hecho una novela corta—, se integra y da nombre a este quinto volumen de la colección FRONTERA.

Cuando la mayoría de nosotros piensa en el Western, acuden a nuestra mente una serie de tópicos ambientales extraídos de la literatura popular y de multitud de películas de indios y vaqueros buenas, malas o regulares. En este universo tópico se mezclan tiroteos, diligencias, apaches, tramperos, grandes manadas de cuernilargos, bisontes, saloons, sheriffs y tahúres con soldados federales, confederados y hasta lanceros franceses y revolucionarios mexicanos. Todo eso y más ocurrió durante el siglo XIX en buena parte de lo que actualmente son los Estados Unidos. Pero no todo a la vez ni en todos los sitios. La mayoría de los westerns bien escritos están anclados a momentos y escenarios concretos de esa historia de la Frontera norteamericana. Autores como Ernest Haycox, Zane Grey, Louis L’Amour o Will Henry se han paseado indistintamente por varios de ellos en su carrera literaria. Otros, como Kenneth Roberts, James Oliver Curwood, L. York Erskine o Tony Hillermann se han especializado en periodos y ambientes específicos, y Dorothy M. Johnson sería fácilmente encuadrable en este segundo grupo. Su interés y conocimiento de la cultura de los indios de las llanuras y de los modos y costumbres de los pioneros que colonizaron el estado de Montana son el detonante y la materia prima de sus narraciones. Y conviene enfatizar la referencia a Montana porque en su narrativa western Dorothy Johnson no hace otra cosa que evocar el pasado de su Estado natal. Las tribus que aparecen en sus narraciones cortas y novelas, son las de las grandes llanuras de su estado: Crows, Pies negros, Cheyennes, Sioux… Prácticamente todos los relatos de esta, y de la anterior recopilación publicada por Valdemar, se desarrollan en Montana. “El hombre que mató a Liberty Valance”, “Un hombre llamado Caballo”, y, desde luego, “El árbol del ahorcado”, transcurren en Montana. De hecho Johnson se llevó una gran decepción cuando, contra lo que ella esperaba, la filmación de El árbol del ahorcado se hizo fuera de los escenarios donde originalmente se desarrollaba su relato: su reflexión al respecto fue que Hollywood era capaz de hacer que Washington pareciera más Montana que la propia Montana. Su ensayo sobre la Ruta Bozeman nos habla de esta gran ruta, crucial durante la fiebre del oro, que comunicaba los nuevos territorios auríferos de Montana con la tradicional ruta de Oregón. Y, en fin, en la Universidad de Montana es donde Dorothy Johnson recibió honores y cargos, y allí se conservan sus papeles personales. Nació en Iowa en 1905; en 1909 sus padres se trasladaron a vivir a Great Falls, y más tarde, en 1913, a Whitefish, ambas en el estado de Montana, donde se graduó en la Universidad de Missoula, la más antigua y prestigiosa de dicho estado. De 1935 a 1950 trabajó en labores editoriales en Washington y Nueva York, pero, tras quince años fuera de su tierra, dejó su trabajo en la Farrell Publishing Corporation y volvió a Montana, donde siempre quiso vivir. Allí trabajó en el Whitefish Pilot y luego, entre 1953 y 1967, en la Montana Press Association. Desde 1954 es también Assistant Professor de periodismo en la Universidad de Montana, universidad que le otorgará el doctorado honorario en 1973.

El núcleo fundamental de su narrativa corta, aquello a lo que Dorothy Johnson debe el lugar que ocupa en la historia del western —gracias también, en buena parte, a las excelentes películas que han generado—, son los relatos comprendidos en Indian Country y en El árbol del ahorcado y otras historias… Sin entrar a examinar ahora los méritos de sus novelas y ensayos, ciertamente importantes, no cabe duda de que son los relatos de estas dos recopilaciones los que han colocado a su autora en la élite de este género. Muchos de ellos fueron publicados en revistas como The Saturday Evening Post, Argosy, Collier’s o Cosmopolitan. Es decir, a pesar de su interés por la evocación histórica, y sin dejar a un lado su vinculación a la universidad y a la investigación, Dorothy Johnson ejerce de escritora profesional en las mismas revistas que han sido paradigma de la cultura popular y de la literatura comercial norteamericana. En nuestros días, la incorporación en antologías temáticas de los textos de estos autores, su republicación en revistas especializadas de género, hacen que nuestra apreciación de esta literatura sea distinta de lo que fue en su momento. Se tiende a imaginar que los relatos de western de la Johnson o los de Haycox sólo competían con los de otros autores western en revistas especializadas, en una especie de nicho propio. Pero no era exactamente así. Sí existían ese tipo de revistas, pero en las grandes, en las revistas realmente grandes de relatos de entretenimiento y de novelas seriadas, como The Saturday Evening Post, Esquire o Argosy, coexistían todos los géneros. En Argosy aparecieron relatos de Dorothy M. Johnson, pero también de Robert A. Heinlein, Earl Derr Biggers —el autor de las novelas policíacas de Charlie Chan— o Robert E. Howard. En The Saturday Evening Post, donde también publicó nuestra autora, aparecieron historias de Scott Fitzgerald, J. D. Salinger, C.S. Forester, Edith Wharton, John Erskine, Raymond Chandler, William Faulkner o el propio Blasco Ibañez. En Collier’s compartió páginas con Dashiel Hammett, Sax Rohmer, Conan Doyle, Vicki Baum, etc. Esa mezcla de buenos relatos, de muy diversas temáticas y escritores, bajo una misma cabecera de revista indudablemente propiciaba las influencias mutuas, incentivaba una cierta amplitud de gustos en el público lector, y era, ya de paso, un buen remedio contra la endogamia dentro de los géneros. Dorothy Johnson afirmaba en una entrevista que el imaginar la transposición de una situación interesante desde un determinado ambiente a otro que le fuera menos habitual, suponía un interesante impulso para construir relatos, y que de hecho había logrado algunas de sus más valoradas historias gracias a traer a un ambiente western alguna anécdota concebida en otro escenario muy distinto.

“El hombre que mató a Liberty Valance” aparece en la revista Cosmopolitan en julio de 1949; “Un hombre llamado Caballo”, en Collier’s en enero de 1950, y “La frontera en llamas” en Argosy en 1950. La más moderna de las narraciones contenidas en Indian Country, el primer volumen de relatos de Dorothy M. Johnson publicado en la colección FRONTERA es “Viaje al fuerte”, aparecido en Collier’s en abril de 1953. De los que integran el presente volumen: El árbol del ahorcado y otras historias de la Frontera, el más antiguo es “La squaw de la manta”, un texto muy primerizo de la autora, recuperado del número de The Saturday Evening Post de abril 1942, y un tanto alejado de las mejores cumbres de la narrativa de Dorothy M. Johnson. Las demás historias incluidas en este volumen vieron la luz en un periodo que va de 1954 a 1957, fecha en que Ballantyne publica el volumen The Hanging Tree, y son, por tanto, algo posteriores a los contenidos en la primera colección. Como ya se ha comentado, en El árbol del ahorcado y otras historias de la Frontera hay cuentos excelentes, como “La hermana perdida”, aparecido en Collier’s en 1956 y ganador del Spur Award, o “Diario de aventura” o “El regalo junto a la carreta”, pero, sin duda, la estrella del volumen, por calidad, por extensión y por su repercusión en el cine es “El árbol del ahorcado”.

La relación de Dorothy M. Johnson con el cine ha sido siempre buena. No sólo porque la adaptación de sus relatos a la gran pantalla haya sido bastante notable, y excelente en ocasiones, sino porque ella misma siempre se ha declarado una gran aficionada al cine en general y los films de western en particular. Le explicaba la autora a un entrevistador que uno de sus máximos placeres y desahogos mientras vivió en Nueva York era acudir frecuentemente a las salas de cine y ver películas, especialmente westerns. Cuando leemos el relato titulado “Bandido improvisado”, podríamos tener la impresión de que la Johnson se burla en él, con cariño, de los estereotipos del cine western… Sea así o no, lo cierto es que Dorothy Johnson no está especialmente descontenta, salvo matices, con las películas basadas en sus relatos. Alguno de ellos hasta fue adaptado para series de TV como la mítica Caravana —de hecho hay un capítulo que es una adaptación de “Un hombre llamado Caballo”, anterior a la película—. Pero, volviendo sobre el asunto de “El árbol del ahorcado”, parece ser que en este caso fue precisamente el cine lo que funcionó como desencadenante de la narración. La autora, tras ver un par de westerns con una ambientación muy sórdida de mineros rudos y barbudos, empezó a especular sobre qué reacción tendría ese mundo tan brutalmente masculino y primitivo si una chica apareciese por allí y se instalara entre ellos, y qué motivaciones podrían llevarla a decidir no abandonar ese ambiente… Parece que ese fue el germen de esta novela corta, escrita trabajosamente durante un muy largo periodo de tiempo, y pulida y desbastada, eliminando todo lo superfluo, hasta que sus 65.000 palabras iniciales se convirtieron en las 39.000 con las que finalmente fue publicado. Se trata, sin duda, de uno de sus mejores logros. Muchos de los temas y las técnicas propias de Dorothy M. Johnson están en esta historia. Su gusto por la asechanza de un destino oscuro —muy en la línea de las tragedias clásicas—, la ternura escondida en gestos sobrios, la exposición de la gente normal a situaciones límite —lo que la lleva hasta la heroicidad o a luchar ferozmente por la supervivencia, características ambas que Dorothy consideraba componente fundamental del espíritu de los pioneros—, el sarcasmo, las frases crípticas y reconcentradas que sirven de acicate al proporcionar al lector vislumbres y expectativas de por dónde irá la acción, las explicaciones retrospectivas, como pequeños flashbacks cinematográficos que evitan digresiones explicativas que pudieran entorpecer el ritmo… una especie de «tú atento, que ya te explico el porqué luego»… Todas ellas son características propias del reconcentrado narrar de la Johnson que posibilitan que con esa economía de palabras se pueda contar tanto, desplegar tantas imágenes en tan pocas páginas. En resumen, “El árbol del ahorcado” es una gran narración western sobre la que no insistiremos más para que algunos puedan disfrutar de su prosa… y de la sorpresa que su desarrollo pueda depararles, con la esperanza de que los lectores tengan un tanto olvidada la película de Delmer Daves de 1959. Y, por cierto, ya que mencionamos la película, aunque no intervino en el guión, Dorothy Johnson fue consultada durante el rodaje. De su satisfacción sobre el resultado es indicativo el que guardase entre sus papeles personales un ejemplar de The Hanging Tree de Ballantyne Books autografiado por Gary Cooper, y que ella misma contara que, invitada a cenar por Gary Cooper, estaba tan impresionada que no consiguió probar bocado.

En su día, las narraciones de Dorothy Johnson publicadas en las revistas de los años cuarenta y cincuenta gustarían más o menos, pero no fue hasta su recopilación por parte de Ballantyne en estos dos volúmenes de relatos, Indian Country (1953) y The Hanging Tree (1957), cuando se la pasó a considerar, con algo más de distancia y reposo, una de las mejores escritoras de western de todos los tiempos. Entonces llegaron películas, honores y reconocimientos: el Spur Award (1957), el Levi Strauss Golden Saddleman (1976), el Western Heritage Wrangler (1978), el Western Literature Association Distinguished Achievement Award (1981)… Curiosamente, su impecable producción de relatos western acaba cuando todavía le quedan por delante veinticinco años de escritora. A partir de entonces vieron la luz libros de divulgación sobre la antigüedad griega como Farewell to Troy (1964), una biografía de Sitting Bull: Warrior for a Lost Nation (1969), ensayos como The Bloody Bozeman (1971) o Famous Lawmen of the Old West (1963), y, eso sí, tras abandonar el formato corto, un único par de novelas: Buffalo Woman (1977) y All the Buffalo Returning (1979), en las que se novela la vida del caudillo sioux Sitting Bull.

Dorothy M. Johnson es un ejemplo, por otra parte, de lo que el cine western ha podido recibir de la literatura que le ha servido de inspiración. Johnson no fue guionista, como sí lo fueron otros muchos escritores de western, fue el cine el que buscó adaptar sus relatos. Y ella fue muy feliz con eso. Siempre dijo que la prestigiaba que Hollywood escogiese una narración suya. Tenía las fotos de James Stewart y John Wayne en El hombre que mató a Liberty Valance, ambas autografiadas, en la pared de su estudio. La dedicatoria de John Wayne decía algo así como «Querida Dorothy, ¿quieres que le dispare a alguien más?» En todo caso, lo que escribió entre los años 1949 y 1957 sirvió para que cualquier antología que se titule algo parecido a Los mejores relatos de western esté incompleta si al menos uno de ellos no ha salido de la pluma de Dorothy Johnson. Murió el 11 de Noviembre de 1984.

ALFREDO LARA LÓPEZ