CHACHO, en realidad, se llama Anselmo Ezeizabarrena Lopetegui. ¿Por qué lo llamarán con aquel apodo más apropiado para un perro? Misterios del arrabal. También lo llaman Anselmito. Su madre, cuando era pequeño, solía asomarse a la ventana para llamarlo a la manera de las madres de entonces: Anselmitoooo. Chacho baja ahora la cuesta, las manos en los bolsillos de sus pantalones (¿de mahón?), los pasos desgarbados, alpargatas. Obeso, fondón, va silbando una melodía popular. Pasa cerca de un gato. El gato se lo queda mirando con la habitual suspicacia de su especie. Es un gato de este o el otro color, salpicado de costras escamosas, con una oreja desgarrada. Un gato tiñoso, suburbial. El gato mira con fijeza a Chacho, pero Chacho no mira al gato. Desde una ventana, no se sabe cuál, una voz infantil grita en son de burla: ¡Chacho! Chacho saluda con la mano en la dirección del grito aunque no ve a nadie.