HAN transcurrido dos semanas (más o menos, ya veré). Don Victoriano ha citado en su despacho del centro Ibai a Peio Garmendia y a Julen Barriola. Al que iba con ellos no porque no es del barrio. A su llegada, se levanta de la silla y los abraza. Quizá, como medida de precaución, cierra primero la puerta. Luego: Nuestro pueblo necesita hombres como vosotros, etcétera. Los diálogos cortos, secos, nada literarios. Cuestiones esenciales: 1) El cura les anuncia con cara de penita que por ahora es mejor que no participen en las excursiones al monte. Es probable que los estén vigilando, que los sigan por la calle. Podrían poner en peligro a todo el grupo. Más adelante ya se verá. A Julen lo que más le duele, y así lo manifiesta, es no poder guardar de vez en cuando la bandera en su casa. El cura lo consuela. Los verdaderos patriotas llevan la bandera en el corazón. 2) Se están despidiendo, los tres de pie. De pronto don Victoriano hace como que recuerda de golpe una pregunta que se le había olvidado. Si en algún momento, durante los interrogatorios, salió su nombre, si hablaron de él. Peio Garmendia reconoce haber contado que los domingos suele ir al monte con amigos y a veces con el párroco de Ibaeta.
DON VICTORIANO: ¿Les dijiste cómo me llamo?
PEIO: No me acuerdo. Igual dije don Victoriano. Puede ser.
DON VICTORIANO: Pero ellos, ¿insistieron en saber detalles de mí?
PEIO: No mucho. Les dije que usted es un hombre bueno muy querido en el barrio.
DON VICTORIANO: ¿Nada más?
PEIO: Les interesaba sobre todo mi familia. Bueno, y también los amigos.
DON VICTORIANO: ¿Y tú, Julen?
PULEN: Ni idea. No sé ni lo que dije. Es que estaba muy ocupado contando las hostias, perdón, apaiza, los golpes que me pegaban. Para devolvérselos un día, ¿comprende?
DON VICTORIANO: En adelante mirad si os sigue alguien por la calle. Si veis algo raro me lo contáis, ¿eh? Pero no hace falta que vengáis personalmente. Julen, puedes mandarme a tu primo. Es un niño de fiar.