BEGOÑA: ¿Estás loca? Yo no te acompaño. Hazlo sola.
MARI NIEVES: ¿Por qué?
BEGOÑA: No aguanto ver la sangre.
MARI NIEVES: No tienes que mirar. Sólo quiero que sepas dónde pongo la carta. Para que luego la encuentren los policías.
BEGOÑA: Me vas a meter en un lío. Pon la carta en casa, debajo de la almohada. Tu madre la encontrará.
MARI NIEVES: No me la nombres, que me pongo enferma.
BEGOÑA: ¿Qué más te da si, total, vas a matarte?
MARI NIEVES: Pensaba que eras mi amiga.
BEGOÑA: Lo soy.
MARI NIEVES: No se nota. En un momento tan difícil me dejas tirada.
BEGOÑA: Bueno, te acompaño hasta la gasolinera, pero a las vías subes sin mí.
Van. En el momento de separarse, al pie de la cuesta, se dan un beso en la mejilla sin decirse nada. Brillo de lágrimas en los ojos de Begoña, pero nada de frases solemnes ni patéticas.
MARI NIEVES: Dile a Joserra de mi parte que es un cerdo.
El foco narrativo se detiene en la posición de Begoña. Como en las célebres secuencias de Hitchcock, el relato presenta a Mari Nieves por la espalda, haciéndose cada vez más pequeña a medida que se aleja, hasta que al final de la cuesta, a pocos pasos de las vías, se pierde de vista detrás de un seto, de unos arbustos o de algo por el estilo.
Aquí urge poner por obra un truco literario que mantenga al lector en la expectativa de que va a consumarse la previsible tragedia y, a la vez, le transmita una sensación de tiempo que pasa inexorablemente. Esto quizá pueda conseguirse mediante la descripción con frases sincopadas de un elemento trivial del paisaje, no importa cuál pero siempre el mismo, una y otra vez durante seis o siete renglones. De pronto, el pitido del tren a lo lejos. Otra vez el mismo elemento, como si Begoña, paralizada al pie de la cuesta, no le pudiera quitar los ojos de encima. El tren pasa a bastante velocidad (sin exagerar, porque los Vascongados de la época eran todo lo contrario de rápidos). Siguen unos pormenores que confirmen que la vida continúa alrededor del elemento descriptivo como hasta ahora: pájaros que vuelan, los ladridos de un perro, una moto ruidosa que circula por las cercanías. Detalles, pues, provistos de movimiento.
En esto, aparece la silueta rolliza de Mari Nieves en lo alto de la cuesta. Cambiar de sopetón el ritmo sintáctico. Begoña corre hacia su amiga.
BEGOÑA: ¿No te has matado?
MARI NIEVES: ¡Qué va!
BEGOÑA (con gesto de reproche): Oye, ¿no me habrás gastado una broma?
MARI NIEVES: Te juro que pensaba matarme.
BEGOÑA: No te creo. ¿Por qué sonríes?
MARI NIEVES: Ya estaba encima de las vías. Pero entonces he visto venir el tren. ¡Dios mío, qué grande y qué ruidoso! Me lo había imaginado distinto.
BEGOÑA: ¿Y qué has hecho?
MARI NIEVES: Me ha entrado un miedo terrible y me he echado a un lado.
Begoña se da la vuelta. Sin esperar a su amiga, emprende el camino de vuelta al barrio. Lo último que dice, visiblemente enojada, es:
BEGOÑA: Otro día no cuentes conmigo.