Apunte 7

NO me jodas.

Vicentico Barriola fija la mirada en el plato de sopa que su mujer le acaba de servir. ¿Para qué me echas tanto? No tiene apetito. Mira los fideos y los trozos de puerro y zanahoria dentro del caldo. En la mano izquierda, un poco de pan. Sin pan no sabría comer. Lo usa para empujar la comida hacia la cuchara. Hasta con los macarrones come pan. Sensación de lentitud, de monotonía, de modorra. Así que frases cortas, palabras comunes.

No puede ser.

Pues lo es.

En los intervalos de silencio se oye el tictac del reloj. Me parece recordar que usé el verbo tictaquear en otra novela. Podría repetir, con la venia de la RAE. Y, si no, también, no te jode.

No me jodas.

Deja de joder. ¿No sabes decir otra cosa?

¿Qué quieres que diga?

Crepita de vez en cuando la cáscara de alguna de las castañas puestas a asar sobre la chapa del fogón. (Ojo con este detalle porque me obliga a situar la acción en otoño). Los fluorescentes emiten (más sencillo: dan) una luz que comunica una palidez mórbida a las caras y hace más visible las motas de polvo en la chapela de Vicentico Barriola.

Si no la dejarías tan suelta.

¿Quién, yo?

Tú eres la que está en casa.

¿O sea que yo tengo la culpa?

¿Y qué hostias quieres? ¿Que me la lleve a la fábrica y la ate a la máquina?

Tras el vidrio de la urna, la Virgen María pisa, con unos pies diminutos que asoman por los bajos de su túnica, una nube de yeso pintado a la que se enrosca una culebra. La Virgen sí que lo tuvo fácil, piensa Maripuy. Concebir sin aguantar el peso, el olor, los meneos bruscos de un hombre. Sin perder la reputación. Sin entregarse.

¿Y quién ha sido el sinvergüenza?

¿Por qué lo preguntas? ¿Le vas a pegar?

Algo habrá que hacer.

Muy bien, Vicente. Haz.