LLEGADA de Mari Nieves al centro Ibai. La guitarra en una funda. La profesora de música (aquí una breve descripción facial) no responde a su saludo. Seria: no hace falta que desenfundes la guitarra, don Victoriano te está esperando en la oficina. Toc, toc, toc. Pasa. Sentado a la mesa, el cura la recibe con dos expresiones distintas en la cara. A ver si me explico (cuidado con estropear la escena dándole un sesgo grotesco). De la nariz para abajo, dureza, severidad de labios apretados, etcétera. Quizá le ponga halitosis, ya veré. De la nariz para arriba, ojos líquidos, santidad dolida, surcos en la frente. Hay un crucifijo revestido de conchas y un calendario de taco del Sagrado Corazón encima de la mesa. Sé que has pecado. Sé lo que llevas en el vientre. Reza mucho, hija mía, porque lo vas a necesitar si no quieres terminar de perderte. No vuelvas más a las clases de guitarra. No podemos permitir que una manzana podrida corrompa a las otras. Esto es triste, muy triste, pero tú lo has querido así. Mejor conságrate a la salvación de tu alma. Pero… No hay peros, Mari Nieves. Procura no sulfurarme, haz el favor. Y agradece a Dios Todopoderoso que no vivamos en los viejos tiempos, cuando pecados mortales como el tuyo eran castigados en la plaza pública. ¿No te das cuenta de la ofensa que has cometido contra el Señor? Anda, vete a casa, consuela a tu madre, a tu pobre madre… Y cierra la puerta al salir.