Apunte 5

HAN subido por la pista menos empinada, la que atraviesa la ladera oeste, cubierta de hierba. Llegan en fila india al collado de Egurral, que tiene estas y las otras características. Allí se paran a echar un trago de agua (he leído por ahí que hay fuentes naturales en la zona) y luego, pisando el suelo pedregoso, suben hasta la cima del Txindoki.

Van despacio porque ninguno se atreve a adelantar a don Victoriano, cada vez más lento, más jadeante y congestionado bajo el peso de su mochila. El cura tiene complexión atlética, pero frisa en los cincuenta años.

Hay otros cuatro montañeros en las rocas cimeras (mirar las fotos que hice cuando estuve allí). El cura no se fía. Los saluda y se aparta, y la fila de chavales va detrás. Don Victoriano espera a que los desconocidos emprendan el descenso antes de llevar a cabo la ceremonia habitual.

El grupo se protege del viento detrás de un peñasco que forma un recoveco lo suficientemente espacioso para acogerlos a todos. Julen Barriola y Peio Garmendia, de pie al costado del corro sentado, sostienen la ikurriña cada uno de una punta.

Don Victoriano, también de pie, perora en euskera con la vista vuelta hacia los pueblos del valle y las cumbres del Goierri que se avistan hacia el norte, medio ocultas tras una gasa de niebla. Se emociona. Se le quiebra la voz. Guarda silencio, la barbilla hundida en el pecho. A los chavales se les pone un nudo en la garganta viendo llorar al cura.

De pronto uno de ellos desenfunda un chistu (¿quién es el loco que sube al Txindoki con un acordeón?) y se pone a tocar la melodía del Eusko gudariak. Otro se arranca a cantar, animoso, estentóreo. Los demás le hacen el coro, al principio un poco cortados, enseguida a voz en cuello. Don Victoriano los bendice de uno en uno, el gesto hierático, la mano lacia, y cuando acaba la canción manda a uno a cerciorarse de que no se acerca gente por ningún costado del monte.

Señala la inmensidad del paisaje. Euskadi. Nuestra tierra. La verde y hermosa tierra de los vascos. La que nos quieren arrebatar, etcétera. Lanzan unos goras, alguien insulta a Franco y dice una cosa muy fea de España y los españoles, y luego todos almuerzan en cordial camaradería, pasándose de mano en mano la bota de vino.

Tras descansar obra de media hora proceden al traspaso de la ikurriña. Le toca guardarla a Peio Garmendia. ¿Otra vez? ¿Cómo que otra vez si no la tengo desde noviembre?

Don Victoriano intercede para que discutan en euskera. Resuelto el conflicto, les dice que ya hay que bajar. A las cinco le espera un compromiso en la parroquia.