Apunte 1

TXOMIN Ezeizabarrena, cuarenta y seis años. Arregla un enchufe del comedor con ropa de calle. Trabaja de chispas en el taller de Ford del barrio de Gros (confirmar el dato). Alimenta cinco bocas y a la mujer, la pobre. Una parálisis le torció los labios después del último parto. De joven seguramente guapa. Con la boca así vocaliza mal. Apenas se le entiende. Conviene no explayarse demasiado en la descripción de los personajes secundarios. Ojo con los detalles truculentos. Alrededor del enchufe, en el papel de la pared, se advierte la mancha negra de una quemadura. Txomin da explicaciones como si le estuviera enseñando el oficio a Maripuy. Es parlanchín, simpático (mostrar esta cualidad con algún ejemplo) y bien apersonado. Se saca un sobresueldo haciendo chapuzas por las casas del barrio. Podían haber ardido las cortinas, dice. Mohín de susto de Maripuy. La conjetura no deriva en conversación porque suena el timbre. Una vecina (¿preciso la identidad?) trae la urna con la Virgen. Breve inciso aclaratorio: se la pasan los vecinos unos a otros por turnos, etcétera. Los nombres figuran en una lista pegada en la parte trasera de la urna. Maripuy la coloca en el lugar de costumbre (ya decidiré dónde). Quizá no esté de más referir algún pormenor sobre la figurita de yeso. Txomin termina la faena. En cuclillas sigue con las explicaciones. Maripuy, a su lado, le ofrece un café. La falda hasta un poco más abajo de las rodillas. Buena planta, pechos voluminosos, cuarenta y tantos años. Txomin sube y baja la mirada sin disimulo por las piernas de ella. Casi es mejor que Maripuy no le ofrezca nada porque entonces parecerá que ella provoca la situación. ¿Qué te debo? Si quieres me puedes pagar en especie. (Esta expresión tal vez sea demasiado rebuscada para esta clase de personajes. Pensar en otra de menor relieve literario. En todo caso puedo preguntarle a mi madre. Si la conoce, la dejo). Maripuy no capta la indirecta. ¿Cómo en especie? Joé, chica, te haces la tonta (buscar un sinónimo menos trillado) o qué. Esto es un poco bruto. Resultarían más adecuadas algunas picardías que prolongasen con gracia el juego. Hay cosas (satisfacciones) que valen más que el dinero. Mejor todavía: Hay cosas (satisfacciones) que para un hombre valen más que el dinero. Ella empieza a entender (prefiero no dar la impresión de que es ingenua). Txomin, respétame, estoy casada, tengo dos hijos más un sobrino que desde hace unos días vive con nosotros. Maripuy, si me dejas ponerte las medias te regalo unas nuevas; con eso me conformo; no hace falta que me des lo otro y tampoco te cobro el arreglo del enchufe. Eres hombre casado. Buenooo, si yo te contara… Tienes mujer para disfrutar en la cama. ¿Tú has visto a la Paquita cómo le ha quedado la cara? Dios me está viendo, no me voy a condenar, ¿cuánto te debo? Hembra estrecha, dame quince pesetas (comprobar si el precio es razonable para la época) y no llores, que se te afea mucho la cara cuando haces pucheros. Lloro si me da la gana, estoy en mi casa. Al salir de la vivienda él hace una alusión a la calidad de las medias que pensaba regalarle. Tú te las pierdes. O bien le dirige una galantería, ya veré. Párrafo de transición. Llega Visentico del trabajo. Lo de siempre: come sin apetito, habla poco y a la siesta. Lleva más de veinte años de peón en la fábrica de jabones Lizarriturry y Rezola, en El Antiguo. Se levanta. Toma café en la cocina, fumando. Maripuy no aguanta un segundo más el rescoldo que le quema (cuidado, leísmo, la quema) por dentro. Eso me ha dicho: que si me dejaba poner las medias me compraría otras. Un faldero, un rijoso, etcétera. Párale los pies, Vicente; en cuanto lo veas le pides cuentas. Bueno, calma, tú ya le has hecho ver que no eres una mujer de esas. Maripuy le arranca la promesa de que hablará con Txomin. Visentico se da a partido, no tiene ganas de discutir. Ella: Es la última vez que el sinvergüenza viene a esta casa a arreglarnos nada. Visentico está de acuerdo. Que no venga más y así no habrá problemas. Tratar de un asunto de poca monta que sirva de transición. Visentico vuelve a la fábrica (en bici) a terminar la jornada laboral. Siete (o mejor ocho) de la tarde. Maripuy observa por un costado de los visillos la plazoleta que hay delante del bar Artola. Los hombres juegan a la toka (introducir una breve explicación para lectores no vascos, pero sin romper el hilo narrativo). Tintineo de las pesadas fichas cuando chocan contra la barra de hierro. Una dosis moderada de decoración costumbrista: caída de la tarde, olor a campo, el casero con el burro y la guadaña, niños que corretean y una piña de mujerucas chismosas sentadas junto a un portal. Txomin tira. Clinc, clinc, clinc. Es rápido y certero, uno de los mejores tokalaris del barrio. A menudo acierta con las seis fichas. No se juegan nada. Después, cuando oscurece, entran en el bar a jugarse uno o dos porrones a las cartas. Maripuy observa desde su casa con atención los movimientos de Txomin y de su marido. Si se dirigen la palabra, si se retiran a conversar donde no nos oigan los otros, esas cosas. Cuando le toca tirar a Visentico menudean las burlas en el corro. A Visentico nadie lo toma en serio. Tira como sentándose en una silla imaginaria, la mirada de tigre (imagen tópica, buscar otra) fija en la toka. Tras mantener unos instantes la mano quieta por detrás del cuerpo, traza con ella algo más de medio círculo impulsándola hacia abajo. La consecuencia: que las fichas se elevan excesivamente y él necesita varios intentos para que no caigan demasiado pronto o se le pierdan entre los hierbajos del terraplén, más allá del cajón. Cuando por fin atina a la toka, una vez cada cinco o seis tiradas, se forma el inevitable jolgorio a su alrededor. Cambio de foco narrativo. Descripción de la entrada de los hombres en el bar desde la ventana de Maripuy. Cavilaciones mientras prepara la cena. Y por la noche, cuando llega Visentico a casa (con el morro caliente, según dice ella de costumbre), Le pregunta (¿durante la cena, en la cama matrimonial?), sin que se enteren los hijos, si le ha cantado las cuarenta al granuja. ¿No pensarás tú que voy a armar un escándalo en el bar? Esas cosas hay que hablarlas a solas. Y además ya hemos dicho que si se vuelve a romper algo llamamos a otro electricista. Maripuy opina que un marido como Dios manda debe defender a su mujer. Visentico responde que con lo fuerte que tú eres te defiendes sola. Maripuy apaga la lámpara de su mesilla. Visentico fuma un Celtas antes de apagar la suya. Al poco rato ya está roncando. Maripuy se imagina cómo debe de ser que a una le ponga las medias un hombre que no es el marido. Luego se ayuda de un dedo para tener unos temblorcillos. Luego pide en voz baja perdón a Dios. Se duerme. La despierta Julen, que llega a las tantas, quién sabe de dónde. Luego se vuelve a dormir.