Era el kan soberano de príncipes. Ni la dignidad de gran duque ni el trono eran hereditarios, sino otorgados en disfrute vitalicio. El kan los cedía, según su capricho, a uno de los príncipes rusos. Después de la muerte de Alejandro, sus familiares y descendientes emprendieron una verdadera carrera hasta el ordu, para obtener, mediante presentes, soborno y sumisión, el Yarlyk (documento de feudo). Este angustioso ir y venir, en constante ruego, había de durar cerca de cien años, pues el kan, que confería la dignidad, podía también retirarla cuando le placiera; de manera que, una vez tomada cualquier decisión, no impedía que el elegido fuese calumniado por un rival más feliz, mediante sospechas de toda clase o denuncias de que no enviaba la totalidad de los impuestos, o bien intentando ganarse el favor del kan con ofertas de un mayor tributo.
Cada gran duque debía, por lo tanto, a fin de cumplir sus promesas, abusar del poder que le había sido conferido, restringiendo los derechos de los otros duques y arrancándoles exorbitantes impuestos; y como no estaba determinada por ninguna ley la relación entre los distintos principados, resultaba que sólo el capricho, la intriga y la fuerza reinaban entre ellos. Cada nuevo gran duque trataba de ampliar el número de sus funciones, y toda tentativa en tal sentido provocaba una fuerte reacción por parte de los otros. Los principados vecinos se unían regularmente contra el gran duque, las ciudades se sublevaban, estallaban guerras civiles, y los duques más importantes, que consideraban como el derecho más sagrado llevar en persona los impuestos percibidos al kan, aprovechaban la ocasión para urdir intrigas y acusar ante el kan a sus tíos o hermanos.
Cuando el hermano de Alejandro obtuvo el trono del gran duque, su peor enemigo era Dimitri, hijo de Alejandro. En cuanto fue nombrado gran duque, Andrei, su hermano, se dedicó a intrigar en el ordu contra él y, tras obtener un Yarlyk, se presentó en Rusia a la cabeza de un ejército mongol, dispuesto a arrebatarle el trono.
«Los desdichados días de Batu se renovaron en Rusia; por todas partes fueron incendiadas ciudades y aldeas, y tampoco entonces se respetó sexo, situación o edad. Aun los que lograron escapar de la espada o del cautiverio, encontraron, en los bosques o estepas adonde habían huido, una muerte mucho más triste y espantosa, causada por el hambre y el frío».
Finalmente, el gran duque Dimitri se vio obligado a huir, pero no fuera del país, sino al sur de Rusia, junto a Nogai, el poderoso gobernador de aquella región, quien le recibió con todos los honores y le proveyó de soldados. Dimitri, con otro ejército de mongoles, volvió al norte de Rusia para luchar contra su hermano y los mongoles del kan.
Las crónicas apenas refieren la situación y los acontecimientos que tenían lugar en el seno de La Horda de Oro, aunque era evidente la tensión que se vivía en la misma.
Hasta entonces, los kanes sólo habían obtenido grandes beneficios del reino de Batu. El gran duque percibía todos los tributos en monedas, plata, pieles, ganados y hombres, y los enviaba al kan. El desacuerdo y la envidia existentes entre los príncipes era para él una garantía de que no le defraudarían. Cuando los duques disputaban entre sí, corrían al ordu para hacerle entrega de presentes y cuando el gran duque tenía que defenderse, comparecía igualmente con grandes regalos. En toda expedición de castigo se lograba siempre un buen botín; por consiguiente, las disputas y discordias entre los príncipes eran bien vistas en el ordu, y hasta fomentadas y alimentadas por el kan.
No obstante, los rusos empezaron a beneficiarse de las luchas internas que se producían entre los mongoles. Nogai había servido fielmente a tres ilkanes y luchado contra Bizancio, los polacos y los lituanos; pero, en los cuarenta años transcurridos desde la fundación de La Horda de Oro, el poder de su uluss, que comprendía la región del norte del mar Negro, se había engrandecido demasiado. Yerno del emperador de Bizancio y soberano de Bulgaria y de Serbia, Nogai se negaba a aceptar las órdenes del ordu del Volga. La huida de Dimitri junto a él facilitó a Nogai la ocasión de intervenir por su cuenta en los asuntos del reino, y la relación de los dos ordus era tal, que el kan aguantó en silencio esta última transgresión y hubo de aceptar que los duques rusos se inclinaran de nuevo ante Dimitri.
Un nuevo poder se había formado en el interior del reino y, con el devenir del tiempo, sería inevitable el encuentro entre las dos potencias.
Nogai lo había provocado al prestar ayuda al biznieto de Batu, el joven Tochtu. Este reinaba como cuadrunviro con otros tres príncipes, a quienes hizo asesinar, con la ayuda de Nogai, para poder gobernar él solo. Nogai creía que, dado su poder, él, hacedor de reyes, conseguiría apoderarse de todo el reino; pero se equivocó. El joven Tochtu-Kan, enérgico y tenaz, soberano mongol al estilo antiguo, no era hombre que tolerase el poder de un vasallo.
Después de destruir catorce ciudades rusas y ahogar en sangre el movimiento liberador de los rusos, movilizó sus tropas con motivo del primer desacuerdo entre él y Nogai y se dirigió con ellas al sur de Rusia. Instaló su campamento a orillas del Dniéper y esperó que las heladas invernales le permitieran pasar la endurecida superficie del río. Sin embargo, durante aquel invierno, el Dniéper no llegó a helarse como de costumbre. Tal circunstancia dio a Nogai tiempo para prepararse y logró vencer a las tropas del kan. Tochtu se retiró, pero al poco tiempo regresó con un ejército mayor. Nogai buscó la alianza con el Reino de los ilkanes, pero Gazan, el más clarividente de los gobernantes de la época, declaró que fomentar la discordia implicaba transgredir las leyes de la Yassa.
La segunda batalla dio la victoria a Tochtu. Nogai, herido en la lucha, murió mientras se daba a la fuga. Sus hijos se dispersaron; unos pasaron al servicio del ilkán, y otros, al de Bizancio. El poder de Nogai se extinguió, aunque su recuerdo perduró hasta el siglo XIX, con la resurrección de los tártaros de Crimea.
Los príncipes rusos esperaron en vano la división de la potencia mongola. Unida de nuevo La Horda de Oro bajo el mando de Tochtu, ésta alcanzó el punto culminante de su poderío. Dejó el islamismo para volver a la religión de sus antepasados, y, con el renacimiento de la Yassa y de las costumbres de sus mayores, resurgió la idea de la unidad del pueblo mongol.
En los tronos de los tres reinos había hombres que reconocían las ventajas de mantener pacíficas y constantes relaciones culturales y comerciales; y así fue como (bajo el gobierno del biznieto de Batu y Hulagu, y el de Timur, nieto de Kubilai, reconocido como gran kan) refloreció, a principios del siglo XIV, el nuevo Imperio mongol.