IV

Después de la derrota de Arik-Buka, Kubilai consiguió terminar la guerra entre las dos potencias de Occidente; pero aunque ambas le habían reconocido como gran kan, no fue el acatamiento de su ley lo que logró acabar con las invernales luchas intestinas de cada año, sino el envío, en socorro de Hulagu, de un ejército de 30 000 guerreros mongoles; en vista de lo cual, Borke renunció a la tentativa de pasar el río Derbent.

A lo largo de dos generaciones, la posición del gran kan había cambiado. Gengis Kan era el Sutu-Bogdo, el enviado de Dios, y su palabra era la voluntad del cielo. Sus sucesores conservaron el título, a pesar de que no eran más que soberanos elegidos por el kuriltai, hasta que también éste llegó a perder su poder decisorio. Gengis Kan consideraba el dominio nómada sobre los pueblos civilizados como un deseo de la voluntad divina; sus culturas debían estar al servicio suyo y de sus nómadas, sin que sufriesen cambio alguno; y toleraba todas las religiones porque le eran indiferentes. Sus sucesores se adaptaron a la cultura de los pueblos vencidos, ya fuera a causa de conceptos religiosos o bajo la influencia de sus esposas; con miras al interés y a las ventajas, protegieron una u otra religión o se convirtieron a ella, y cada cual, el mahometano, el nestoriano, el budista, miraba con desdén el chamanismo. ¿Cómo iba a considerar Borke, el muslim, la palabra del gran kan Kubilai como la voluntad de Alá? ¿Y cómo los posteriores ilkanes iban a considerar a Kubilai como Sutu-Bogdo, el enviado de Dios? La palabra del gran kan únicamente era valedera cuando los intereses comunes no estaban en oposición con los propios.

Al trasladar su residencia de Karakorum a Pekín, el radio de acción del poder del gran kan sufrió una merma. Mediante este traslado quiso unir el poder con el centro de la cultura; pero, de este modo, situó el eje del imperio hacia el este. Transformando el país de origen en una insignificante provincia del reino chino, desplazó de su lugar apropiado el centro de gravedad, y los países del oeste, con su civilización y su desarrollo propios, fueron apartados. A causa de los contrastes existentes entre ellos, no se quisieron someter a los intereses de China.

El inmenso imperio estaba resquebrajado, la idea de la unidad mongola perdió fuerza y, aunque en el imperio aún prevalecían los intentos de expansión y conquista, la aureola mongola había desaparecido. Los reinos parciales vivieron su propia vida, hicieron sus propias guerras y llegaron a formar parte de otras grandes potencias. Se vieron obligados a hacer política, a conseguir aliados, a tener en cuenta el carácter del pueblo subyugado.

Cada reino mongol empezó a tener sus propias señas de identidad.