I

La formidable unidad de Asia, manifestada en Europa a través de la Pax tatarica, asombró favorablemente al desmembrado Occidente… pese a que esta unidad empezaba a estar en franca decadencia. La fuerza impulsiva que Gengis Kan dio a los mongoles en su testamento aglutinaba a los ejércitos, que partían para someter a nuevos pueblos y países al gran kan. Mas esta fuerza centrífuga que desde el centro de Asia irradió durante tres generaciones, en forma de ejércitos mongoles hacia los cuatro puntos cardinales, arrancó, al mismo tiempo, mayores formaciones del país de origen. Los mongoles que se esparcieron por las llanuras rusas y las altas planicies de Irán, a lo largo de los ríos de China, perdieron el sentimiento de solidaridad con su patria. Nada existía que pudiera atarlos a los escasos recursos naturales de Mongolia, sus praderas pobres en hierba, su rudo clima; y los niños nacidos en los nuevos países, más ricos, más hermosos, ni siquiera tenían un recuerdo de la antigua patria. Únicamente la obediencia a su kan y la sumisión de éste a la voluntad del gran kan unían a los mongoles de todo el mundo.

La repentina muerte de Monke rompió este último lazo. Dejó de existir la voluntad unificadora del gran kan y, a partir de ese momento, existieron, uno junto a otro y con los mismos derechos, el formidable reino, casi libre, de La Horda de Oro, el extensísimo reino mongol-chino de Chin y, en Asia anterior, el Reino de los ilkanes, todavía en vías de formación. Cada uno de estos estados del imperio era más poderoso que el propio centro, y cuando el núcleo del Reino, guardián de la tradición, hizo valer sus derechos al mando supremo, vio que el vecino reino de Oriente, bajo las órdenes de Kubilai, lo deshacía poco a poco, anexionándolo como si fuese una simple provincia; por otra parte, los dos reinos occidentales no se preocupaban del centro, pues, para estos dos distantes reinos, los asuntos de aquél habían llegado a ser una pesada carga.

La enorme extensión de terreno que la voluntad de Gengis Kan y la tenacidad de los jinetes mongoles conquistaron se volvió en su contra.

Cuando los ejércitos mongoles partieron para las conquistas no tenían otra orden que llevar cada vez más lejos las armas mongoles, hasta los confines del mundo. Siguiendo el ejemplo de Gengis Kan, en cuanto un país era conquistado las tropas se dedicaban a conseguir adeptos a su causa; de este modo, el grueso del ejército aumentaba constantemente y podían continuar su incesante marcha hacia delante. El territorio vencido quedaba huérfano de hombres en edad de llevar armas y, así, pequeños contingentes de ocupación bastaban para sofocar cualquier tentativa de rebeldía. El ejército no tenía otro objetivo que la conquista.

Su situación, empero, cambiaba desde el momento en que los asuntos de la lejana patria común reclamaban la atención del kan y exigían su retorno. En estos casos, el ejército se encontraba ante un problema nuevo: mantener subyugados a todos los países que acababa de conquistar. Todos aquellos reinos parciales eran tan gigantescos que resultaba imposible dominarlos desde un punto central y mantenerlos sometidos. En el momento en que los príncipes vasallos y sus tropas regresaban a sus dominios, era menester distribuir el ejército en todos los puntos estratégicos, para ocuparlos. El kan, que iba a la guerra en calidad de general del Imperio mongol, se transformaba en soberano de los dominios conquistados y se encargaba de los cuidados y preocupaciones inherentes a su gobierno. Creaba y organizaba un nuevo reino en el que debía demorarse en reorganizarlo, con lo que ponía en peligro a las tropas situadas en las fronteras donde hacía alto el ejército.

Por eso, cuando, muerto Ugedei, Batu volvió sobre sus pasos, Subutai, el hábil general y compañero de armas de Gengis Kan, se encargó de que la Hungría vencida y devastada, Galitzia, Silesia y el sur de Polonia fueran abandonadas a su suerte, emplazando entre los mongoles y el enemigo, aún no vencido, una amplia zona de destrucción y aniquilamiento. Mas cuando, al morir Monke, Hulagu se disponía a dirigirse a Mongolia para asistir al kuriltai, carecía de un Subutai que le incitara a tomar aquella previsora medida y, como consecuencia, hubo de pagar cara tamaña falta de cautela.

Dejó a su general Ket-Buka con un ejército en la Siria conquistada, cerca de Egipto, país al que ya había enviado la orden de sumisión; y cerca de Tabriz, cuando apenas sus principales tropas habían sido distribuidas por los diversos países de Asia anterior, recibió la noticia de que su ejército en Siria había sido destruido por el soberano de Egipto, el sultán mameluco Kutuz, y que los ejércitos enemigos se habían esparcido por toda Siria. Por consiguiente, hubo de renunciar a asistir a la Asamblea en su patria y se preparó para una nueva guerra en Siria.