Ya nada había que pudiera influir en el resultado de la lucha entre los dos conquistadores. Ambos pertenecían a la misma raza y profesaban la misma religión. Tanto en un bando como en otro, las fuerzas nómadas de Turán hacían sus conquistas en nombre del islam. Hasta entonces nunca se habían enfrentado, puesto que las conquistas de los turcos se dirigían hacia Occidente, hacia Europa, y Timur, en calidad de sucesor de Gengis Kan, no estaba interesado en Asia Menor. Bayaceto era para Timur un descendiente de la patria turania, pero un infiel degenerado en el ambiente bizantino-egipcio. Mas era menester batirle en su propia región, puesto que recibía de Europa sus refuerzos. Para Bayaceto, Timur era el jefe de Turán, llegado desde las profundidades de Asia. Por consiguiente, él, Bayaceto, defendía el Occidente civilizado, puesto que los turianos, aclimatados en Occidente, se hallaban todavía bajo la amenaza de los terribles asaltos de Oriente. Por lo tanto, ambos soberanos se decidieron a luchar.
Se produjo el intercambio de embajadores, se celebraron entrevistas y, al mismo tiempo, se procuraba obtener informaciones referentes al enemigo. La fama de Timur aumentaba día a día. Recibió a los embajadores de Egipto, que le traían la sumisión de su soberano. Comerciantes y embajadas genovesas le informaban de forma detallada de los países europeos de Bayaceto. El emperador de Bizancio le envió una petición de socorro. Timur entabló también relaciones con Europa a través del reino de Bayaceto y envió embajadas a Carlos VI de Francia y a Enrique III de Castilla. Entretanto, ambos adversarios continuaron armando y equipando a sus ejércitos. Ninguno de los dos se mostraba dispuesto a perdonar nada del adversario o a demostrarle demasiados honores, de modo que el tono empleado por los embajadores se volvía violento, y las cartas empezaban a ser ofensivas. Timur calificaba a Bayaceto de turcomano, de dudosa cuna; los cronistas prefirieron omitir las respuestas de este último. Timur se hallaba en Siwa y Bayaceto, en Angora. Ninguno de los dos podía retroceder, pues eso significaría ceder ante el enemigo.
Por fin, Timur inició las hostilidades tomando por asalto una fortaleza fronteriza. Bayaceto, cuyo ejército se componía especialmente de infantería, cuyo núcleo lo formaban los invencibles jenízaros, ordenó levantar su campamento de Angora y marchó al encuentro del enemigo siguiendo la única gran ruta. A medio camino, en una región accidentada y selvática aparentemente desfavorable para la caballería de Timur, mandó acampar y esperar al enemigo.
Pero Timur no se presentaba. Bayaceto envió tropas de reconocimiento que avanzaron hasta Siria, mas no encontraron a Timur. Hacía mucho tiempo que éste había dejado Siwa para dirigirse hacia el sur. Luego, sin acercarse a ninguna población y dejando siempre el río entre él y Bayaceto, siguió, dando grandes rodeos, el camino hacia Occidente, encontrándose con todo su ejército (caballería, infantería, elefantes de guerra y máquinas de asedio) en el terreno de Bayaceto.
Este no podía exponer a su país a la devastación, ni tampoco alejarse de sus fuentes de auxilio. Por consiguiente, ordenó dar media vuelta y regresar a marchas forzadas. Timur trató de tomar por asalto la ciudad de Angora, pero, antes de conseguir apoderarse de los muros exteriores, recibió la noticia de la proximidad de Bayaceto. En vista de ello, levantó el cerco y se retiró con su ejército al lugar abandonado por su enemigo. Hizo desviar el único río que corría hacia el campamento, dirigiéndolo detrás del mismo, de modo que el enemigo no podía alcanzarle. Ordenó cegar todos los puentes. Así pues, cuando los soldados de Bayaceto, después de agotadoras marchas forzadas bajo el tórrido calor de julio, llegaron a la llanura de Angora, vieron al enemigo instalado en su propio campamento y se encontraron sin agua para sus caballos, agotados y sedientos, y obligados a aceptar una batalla decisiva que estaba perdida de antemano.
El ejército turco era uno de los mejores del mundo y hacía prodigios de valor. La batalla, que se empezó al amanecer, duró hasta la noche; pero todo fue inútil. En vano se sacrificaron 20 000 valerosos guerreros acorazados: los jenízaros fueron derrotados sin retroceder. Todo estaba perdido. Cuando los soldados turcomanos de Asia Menor, incorporados al ejército de Bayaceto, vieron a su soberano derrotado y rodeado por los soldados de Timur, se pasaron al bando enemigo en plena batalla. El reino turanio de Occidente había sido vencido por el Asia central. Bayaceto, que no quería darse por vencido y combatía con sus jenízaros, se decidió demasiado tarde a huir. Fue hecho prisionero y conducido ante Timur.
Este trató a su enemigo con todos los honores y le hizo sentar a su lado. Le dio ricos vestidos y habilitó para él una tienda contigua a la suya. Pero el viejo guerrero no pudo digerir la vergüenza de su derrota y falleció poco después de la batalla, tras asistir a la ruina y destrucción de toda Asia Mayor y presenciar la sumisión de su hijo Solimán a la soberanía de Timur.
La derrota infligida por Timur a los turcos fue la salvación de Constantinopla. La caduca Bizancio recibió un plazo de gracia de cincuenta años. La ciudad celebró la victoria de Angora como propia. El emperador envió regalos a Timur y reconoció su supremacía. La gloria de éste como salvador de la cristiandad se difundió entre los países de Europa.