Aunque la derrota del Volga fue de primera magnitud, no privó a Tochtamisch de ninguna de sus fuentes de recursos. En cuanto reunió los restos de su ejército dispersado, los envió a saquear los dominios rusos y convocó a sus vasallos en su campamento.
El primero que compareció ante el kan, para llevarle presentes y tributos y sobornar a sus cortesanos, fue el gran duque de Moscú, Wassili, a quien, en recompensa, Tochtamisch le cedió nuevos territorios que nunca habían pertenecido al gran ducado. Nijni-Novgorod, Gorodez, Murom y otras fueron las ciudades que, aunque pertenecían a otros duques, pasaron al dominio de Moscú, de modo espontáneo, con ayuda de los guerreros mongoles o gracias al soborno de los boyardos. Tanto se engrandeció Moscú a expensas de los demás territorios rusos que pudo proveer a Tochtamisch del dinero y prestigio que necesitaba, pues, como soberano reconocido por los rusos, podía llegar a ser el señor de todos aquellos pequeños kanatos y, con tal nueva fuerza, vengarse de Timur.
De nuevo fracasó su muy madurado plan, consistente en atraer a Timur hacia Schirwan para defender el camino que conducía a Transoxiana y, entretanto, destruir su ejército en Transcaucasia. Pero Timur no se dejó engañar. Esperó pacientemente a que pasara el invierno y, durante la primavera, atravesó el Cáucaso para frenar al enemigo ante el río Terek. Pero Tochtamisch no rehusó el combate. Felizmente para los demás pueblos, la lucha decisiva por la dominación mundial se libraba una vez más entre mongoles. Aun rodeado por todo su ejército, jamás vio Timur la derrota tan próxima como en esta batalla. Tochtamisch hundió las formaciones de Timur y, como hizo anteriormente el sha Mansur, trató de entablar un duelo con el conquistador. La lanza y el sable de Timur estaban rotos y debía la vida a sus guardias, que se sacrificaban por el querido y admirado soberano. Protegidos tras sus escudos, los bahaduros formaban en derredor de Timur una muralla viviente. Algunos se abrieron paso hasta los carros de Tochtamisch, arrastraron tres de ellos y, como un muro, los colocaron ante su jefe, resistiendo y rechazando detrás todos los ataques, hasta que Miran-Shah, hijo de Timur, acudió en su ayuda.
En el campo de batalla la lucha era encarnizada. Todos, desde los príncipes hasta los soldados rasos, combatían cuerpo a cuerpo, hasta que Tochtamisch, desesperado al ver que la victoria no se decantaba a su favor, emprendió la fuga, dando así la señal para la desbandada de su ejército. Timur, al verse tan inopinadamente vencedor, se sintió tan excitado que, se apeó de su caballo, se arrodilló y dio las gracias a Alá por la victoria que le concedía.
En esta ocasión, Timur estaba decidido a no dar a Tochtamisch una nueva oportunidad para reunir un ejército. La persecución continuó desde el Cáucaso hasta el Volga; luego, a lo largo de este río, hasta las selvas de Bolgar, cerca del Kama, y cuando Tochtamisch se desvió hacia el oeste, sus perseguidores le siguieron hasta el Dniéper.
Otros ordus mongoles vagaban por las cercanías del Dniéper, y Timur los asaltó y dispersó. Cerca del Don se tropezó con un tercer ejército, al que derrotó. Muchas tribus mongoles, al verse perseguidas por los soldados, emigraron: parte de ellas se establecieron al oeste del mar Caspio; otras, en Dobrudja; una tercera se dirigió hacia Asia Menor, cerca de Esmirna; un cuarto grupo se aposentó en Moldavia; un quinto, cerca de Adrianópolis, y un sexto se retiró hacia Lituania. En todos estos parajes se encuentran todavía sus descendientes y muchas aldeas y regiones tienen nombres tártaros.
Timur permitió a su hijo Miran-Shah devastar Ucrania, mientras él se dirigía al norte para luchar contra los ducados rusos; pero las inhóspitas estepas, las espesas selvas, los vastos pantanos y la pobreza de las aldeas, tantas veces asoladas, desilusionaron a sus guerreros. Con la llegada de los primeros fríos, poco antes de alcanzar Moscú, volvió sobre sus pasos. De regreso, halló un botín más sustancioso en las colonias genovesas situadas en las costas del mar de Azof; sobre todo, en Tana, donde se hizo con el depósito de las mercancías egipcias, persas, italianas, españolas y rusas. La ciudad ardió y sus habitantes fueron asesinados o reducidos a la esclavitud. Después, Timur devastó las regiones situadas al norte del Cáucaso, que se habían librado de la destrucción. Siguiendo una vez más las orillas del mar Caspio, destruyó Astrakán. Finalmente, desde allí marchó sobre Sarai, la bella metrópoli del reino de La Horda de Oro.
Las dos ciudades, Antigua y Nueva Sarai, estaban situadas una cerca de la otra. En la primera, innumerables norias con ruedas de acero impulsaban el agua potable hacia el centro desde varias balsas construidas sobre terrazas. Había también incontables talleres, forjas, alfarerías, fábricas de cerámica y altos hornos. Innumerables canales atravesaban la ciudad nueva, embellecida a su vez con magníficos estanques; las casas poseían conducciones de agua, los suelos de las viviendas eran de mosaico, y las paredes, de azulejos multicolores. Entre las ruinas se han descubierto elegantes establecimientos de sastrería, zapatería y joyería, y entre los restos de mercancías se ha encontrado café, un producto que ya en el siglo XIV se consumía en aquella esplendorosa ciudad. Timur destruyó de tal manera estas dos ciudades, que, en la actualidad, sólo quedan de ellas dos campos de ruinas de 36 y de 48 km2, respectivamente, sin vestigio alguno de vida que pueda indicar que dichas ciudades constituyeron, durante ciento cincuenta años, los dos principales centros del mundo.
La Horda de Oro no pudo rehacerse tras tan duro golpe. Perdió su importancia como reino mundial y dejó de ser el centro de la cultura asiática.
Los mongoles seguían siendo valerosos guerreros: cuando Witowt, el gran duque de Lituania, creyó, después de la marcha de Timur, llegado el momento propicio para someterlo a la estepa y, con ella al uluss ruso, el gengisida que Timur había convertido en su vasallo se le enfrentó cerca del Worskla, un afluente del Dniéper. Witowt había reunido a todos los guerreros lituanos y polacos, y también los caballeros alemanes hicieron causa común con él. Su ejército era excelente. Había sido adiestrado según la nueva táctica guerrera europea y estaba provisto de abundantes cañones. Pero de poco servían éstos en un ataque realizado por los mongoles. Derrotado, Witowt emprendió la fuga, y el plan de la incorporación de Rusia al reino polaco-lituano fracasó para largo tiempo. Los mongoles poseyeron durante más de un siglo la fuerza suficiente para mantener sometidos a los príncipes, para devastar y saquear sus países y extender sus expediciones de pillaje hasta Lituania, Polonia y Podolia, pero su reino carecía de un núcleo central. En cambio, los pequeños kanatos de Sibir, Astrakán, Kazán y Crimea adquirían cada vez mayor importancia. La Horda de Oro se encaminaba hacia su extinción.