Por su condición de nómada Timur sabía que un país cultivado, rico en ciudades y en gran industria, y con comercio activo, es una tentación continua para los nómadas y, tarde o temprano, caerá en su poder, cual codiciada presa, si sólo se limita a defenderlo. Los nómadas podían atacar, devastar, saquear y perturbar cualquier territorio. Cuando encontraban resistencia se retiraban tranquilamente a sus estepas. Por lo tanto, para defenderse mejor de ellos, era necesario atacarlos en su propio terreno. Pero los países civilizados no podían llevar a cabo una acción semejante, debido a la naturaleza de sus tropas, preparadas sólo para la defensa, con armamento y bagajes pesadísimos. Por el contrario, él disponía de un ejército tan ágil y móvil como el de cualquiera de sus enemigos, si no más, puesto que sus tropas se componían de contingentes de jinetes sin otra impedimenta que sus propias armas, mientras que los otros debían arrastrar sus ordus, familias, carros y ganado. Por todo ello, decidió ir en busca de Tochtamisch a sus propios territorios.
Nunca Timur había decidido hacer una guerra más en contra de su gusto, ni nunca había dispuesto tantos preparativos. No sabía a qué distancia de Transoxiana le conduciría la guerra, ni tampoco el tiempo que duraría; pero, en cualquier circunstancia, quería dejar a su país protegido contra toda sorpresa, para que no sucediera otra vez lo que hacía poco había ocurrido. Además, no confiaba en nadie de los que le rodeaban, pues durante su última expedición de castigo contra los choresmanos, hasta su propio yerno se había rebelado y desertado de Transoxiana con las tropas que le había confiado. El yerno rebelde fue perseguido, aprisionado y ejecutado sin dilación.
Gracias al extraordinario botín conseguido a lo largo de numerosas expediciones, los oficiales de Timur se habían enriquecido, por lo que el astuto emir los convocó a un kuriltai en el que decidió que, en el futuro, debían aumentar el número de sus soldados, lo que les elevaba de categoría; pero como debían responder de la manutención y del sueldo de sus hombres, resultaba que los gastos se incrementaban, por lo que estarían obligados a llevar a cabo nuevas incursiones para obtener más botines y riquezas. En consecuencia, Timur podría beneficiarse del aumento de su ejército.
Pero no era suficiente: necesitaba asegurarse, además, los flancos de Transoxiana. Al comienzo de la primavera, Timur, atravesando las montañas, cayó sobre Turkestán y el país de los Siete Ríos. Lanzó divisiones de soldados en todas direcciones para que devastaran sistemáticamente el territorio y dispersaran a todas las tribus que encontrasen a su paso; les robó los ganados, avanzó más allá de Kaschgar y Almalik, y rechazó al kan de Dsungarei hasta rebasar el Irtysch. En Turkestán no quedaban enemigos, mas por si acaso algunas tribus habían escapado de semejante limpieza, en la primavera siguiente envió a algunos generales para que hicieran una nueva revisión. Poco después le comunicaron que, como no habían encontrado tribus guerreras que combatir, habían decidido regresar. Al llegar a los pasos de la montaña, camino de su patria, se encontraron con otras tropas de Timur que se dirigían de nuevo a Turkestán, «para buscar las tribus que los otros generales no hubieran encontrado».
Semejante insistencia dio buen resultado, pues los embajadores del kan Tschagatai se presentaron ante Timur y le ofrecieron sumisión. Con la unión de Turkestán y Transoxiana, el reino Tschagatai del Asia central acabó de restaurarse y, de este modo, los guerreros de Timur, cualquiera que fuese la tribu a que perteneciesen, pudieron llamarse, con orgullo, tschagatais.