V

Después de que el sha huyera a la selvática región montañosa de Chusistán acompañado de su primo Mansur, la gran ciudad de Ispahan, rodeada de hermosos jardines y villas, abrió sus puertas al conquistador sin oponer resistencia. Los ancianos de la ciudad comprendieron que sólo un elevado rescate podría salvar la vida de los habitantes y, en consecuencia, hicieron una proposición. Timur indicó la suma, determinó las tropas que habían de guarnecer la ciudad y distribuyó los barrios entre los emires encargados de reunir el dinero y los objetos preciosos. Pero los habitantes de Ispahan no querían comprender por qué razón habían de desprenderse de lo más valioso que cada cual poseyera. Se reunieron y decidieron atacar primero a los emires y, después, se ensañaron con las tropas de la guarnición. Tres mil soldados de Timur fueron degollados y, acto seguido, se cerraron las puertas de la ciudad.

Timur ordenó a su ejército volver y asaltar la ciudad. Cuando las murallas fueron tomadas, envió una división para proteger las casas de los sabios y religiosos, y exigió a sus 70 000 soldados que le llevasen otras tantas cabezas de habitantes de Ispahan.

En el ejército de Timur también había soldados a quienes repugnaba matar seres indefensos y preferían comprar las cabezas cercenadas a sus compañeros más crueles. Como el dinero abundaba entre ellos, a causa del enorme botín que recogían, pagaban una moneda de oro por cada cabeza; pero pronto este precio hubo de reducirse a la mitad, dada la abundancia de ofertas, por lo que, al final, nadie quería comprar cabezas. Timur obtuvo sus 70 000 cabezas y con ellas hizo construir una corona de pirámides sobre los muros de la ciudad. El castigo de Ispahan produjo, naturalmente, su efecto, pues Chiraz, la capital del país, que el inmortal poeta Hafiz describiera como la ciudad de las rosas y de los placeres, se rindió sin resistencia y pagó, sin regateos, quejas ni dilaciones el rescate exigido. Ante lo cual, todos los príncipes de la región se apresuraron a rendir homenaje a Timur. Sólo dejó de hacerlo el sha de Ispahan, pues su primo había sido encarcelado, y, apoderándose de sus tropas, decidió retirarse a las montañas de Chusistán, su país, donde creía encontrarse seguro hasta del mismo Timur.

La expedición duraba ya tres años, mas Timur no sentía prisa alguna. En las llanuras de Chiraz celebró fiestas, recibió homenajes y distribuyó regiones y provincias.

En Chiraz vivía el más grande de los poetas persas, Hafiz, quien, por su querida Chiraz, había renunciado a los tesoros que un príncipe indio le había ofrecido para que se estableciera en su país, y también la más bella de las hijas de Chiraz había renunciado, por su amor, a los favores del sha. El poeta escribió, enalteciendo a su ciudad natal:

¡Oh Chiraz, mi adorada; en tus manos pongo mi corazón,

y arrojo a tus pies Buchara y Samarcanda!

Pero Samarcanda y Buchara eran las capitales de Transoxiana, que Timur había convertido en centros del mundo asiático y occidental, embelleciéndolas por los mejores artistas y los más hábiles obreros de los países conquistados y construyendo soberbios edificios. Timur se ofendió por la apreciación del poeta y lo mandó llamar. El encuentro del Napoleón y el Goethe orientales tuvo lugar cuatrocientos años antes del de Weimar.

—¿Cómo te atreves a arrojar a los pies de las hijas de Chiraz dos ciudades que, tras largos años de esfuerzos y por el valor de mi brazo he conquistado, embelleciéndolas con el trabajo de los mejores artistas, hasta el punto de sobrepasar en hermosura y grandeza a todas las ciudades del mundo? —le preguntó Timur.

El poeta, que, para demostrar su humildad y poca valía ante el dominador del mundo, se había presentado con una pobre indumentaria, reflexionó un instante y, excusando con un gesto la pobreza de sus vestidos, contestó:

—Tal prodigalidad me puso en este estado.

Timur, que estaba predispuesto a irritarse con él, no tuvo más remedio que echarse a reír, y, no queriendo ser menos liberal con aquel poeta cuyas aventuras eran tan conocidas, le regaló no sólo la vida, que tenía en sus manos, sino innumerables objetos preciosos.

Satisfechos, se separaron. Sin embargo, Hafiz no se dejó sobornar, pues el poco tiempo que aún vivió compuso canciones no en honor de Timur, sino del enemigo de éste, el valiente sha Mansur.