II

Un capítulo de la historia del mundo tocaba a su fin. Un nuevo pueblo, salido de la nada, había grabado con sangre y fuego su nombre en la historia de la humanidad. El primer período de la denominación mongol (durante la cual no se pactaba, sino que era necesario someterse o desaparecer), que había sembrado todas las rutas de innumerables campos de huesos humanos y dejado montones de ruinas en los lugares donde se levantaban las orgullosas urbes, había concluido.

La Pax tatarica (paz tartárica), cuyo precio era la vida de docenas de millones de personas y la caída de veinte reinos, había cumplido su misión histórica de poner en contacto inmediato las culturas de Oriente y Occidente, formadas y desarrolladas independientemente una de otra en los límites del continente euroasiático.

La historia de nuestro continente no es sólo —tal como solemos considerarla— una historia del eterno duelo de Europa contra Asia, de Occidente contra Oriente, cuyas diversas fases se observan durante muchos años: los griegos contra Troya, el ejército persa contra el griego, las triunfales campañas de Alejandro Magno, la desesperada defensa de Europa en los campos cataláunicos y su ataque en la época de las cruzadas; la invasión mongol de Batu y la gran contraofensiva que comenzó en el siglo XV y terminó en el XIX con la denominación mundial de la pequeña Europa. La historia del continente euroasiático es tanto, o más, la historia de la lucha incesante de los territorios extremos contra el centro, en la que la Europa central representa el mismo papel que Asia central.

La historia de Roma y su defensa contra el avance de los germanos tiene su analogía en la historia de China y de los reinos del Asia anterior, así como en el siempre renovado ataque de los pueblos turcos. Las dinastías turcas dominantes de Persia, las manchurianas y mongólicas de China, corresponden a la lucha del emperador alemán por Italia: era la lucha de las fuerzas continentales por la posesión de territorios fronterizos. La piedra angular del poderío continental era su dominio de las rutas comerciales y, de este modo, al terminar el milenio, y en cuanto la ruta de comunicación entre los centros culturales del Báltico y Bizancio adquirió importancia, vemos surgir y florecer de nuevo el reino continental de Kiev en Rusia, exactamente como, cuatro siglos antes, el reino turco de Bu-Min se formó en el Asia central, a lo largo de la ruta comercial entre China y Asia anterior.

Este reino de Bu-Min, aliado con Chosroe, rey de Persia, destruyó los estados intermedios y propuso luego a Bizancio una alianza contra Persia, para hacerse dueño de todo el comercio de seda de China con los países inmortales europeos. Y entonces, bajo los sucesores de Gengis Kan, ocurrió, por primera vez en la historia de nuestro continente, que el centro, victorioso, tendió un puente y reunió todas las culturas limítrofes. Este hecho marcó un momento único en la historia del mundo conocido: Extremo Oriente y Extremo Occidente se encuentran, se miran y entran en relaciones comerciales, religiosas, diplomáticas y científicas; y es natural que las antiguas y avanzadas culturas de Oriente ejerzan una mayor acción y, estimulando la de Europa, más reciente, la fertilicen y produzcan un renacimiento destinado a ahuyentar las tinieblas medievales.

Para juzgar la impresión que en aquella época produjo China sobre Europa, nos vemos obligados a recurrir a algunos nombres: Marco Polo, Juan de Montecorvino, Odorico de Pordenone… En cuanto a las relaciones de los príncipes europeos con las cortes mongolas, podemos citar nueve embajadas y quince contraembajadas de los kanes durante la primera mitad del siglo XIV. Embajadores mongólicos iban a Roma, a Barcelona, a Valencia, a París y a Londres; pero los banquetes y recepciones recíprocos sólo son datos exteriores de la invisibilidad de relaciones mucho más hondas entre los pueblos. Muchos miles de innominados fueron expulsados de su patria por los acontecimientos guerreros, dispersándose por el continente. Vivían como esclavos, como servidores o como artesanos independientes, por toda Asia.

Plano Carpini encontró con Kuiuk a un noble ruso que le sirvió de intérprete, y comerciantes de Breslau, Polonia y Austria lo acompañaron durante un trecho del camino. Rubruk halló en la corte de Monke a un aurífice de París y a una mujer de Metz. En las minas de Batu trabajaban alemanes de Siebenburgen. Y cada década se multiplicaba el tráfico y adquirían mayor volumen las relaciones comerciales.

Aventureros de todos los países se dirigían, impulsados por la curiosidad o por el lucro, a Oriente, donde se establecían. Muchos hacían fortuna y tal vez obtuvieron consideración e importancia. Cada embajada, cada caravana que llegaba a su región, se enriquecía gracias a las experiencias y conocimientos que de ellos recibían. Los millares de hombres que acompañaban a las caravanas a través de países extraños contaban, a su regreso a la patria, cosas sobre el nuevo mundo y sus maravillas, exhibiendo alguna que otra curiosidad traída de sus lejanos viajes.

Al mismo tiempo que ambas rutas transcontinentales, también se abrió en Europa la ruta marítima hacia el lejano Oriente. En oposición con sus antecesores de Asia anterior, los ilkanes, aun después de convertirse al islamismo, se mostraban tolerantes con todas las religiones y dejaban en libertad a los mercaderes de Occidente para que pudieran transitar por las rutas comerciales que cruzaban su país hacia el golfo Pérsico y la gran ruta de Ormuz, desde donde los veleros emprendían sus viajes a las Indias, islas de la Sonda y el sur de China. Era un río ininterrumpido de caravanas occidentales que llevaban sus cargamentos desde Ormuz a los puertos de Asia Menor. La seda de China llegaba a Europa con un precio que le permitía competir con la seda fabricada en nuestro continente. La gente se aficionó a las muestras chinas y se intentó imitarlas. Se aprendió a conocer los alimentos extraños y a prepararlos en casa: los macarrones italianos son de origen chino. Se adoptó el uso de los medios mecánicos extranjeros: la máquina de calcular china se usa todavía en Rusia. Se adquirieron conocimientos sobre las islas de las especias, de donde llegaban las más preciadas, como la pimienta, el jengibre, la canela y la nuez moscada. La muselina india, el algodón, las perlas, las piedras preciosas, gozaban de una excelente aceptación en Europa. De Irán llegaban armas, tapices, artículos de piel. Jamás fue Asia tan grande, tan variada, tan rica en diferentes culturas y tan parecida a Occidente.

¿Fue casualidad que precisamente por aquella época empezasen a darse en Europa los inventos? Desde la Antigüedad los chinos conocían la pólvora. Los mongoles poseían morteros. Los frailes franciscanos fueron los primeros embajadores en la corte mongola, y un franciscano llamado Bertoldo Schwarz trajo la pólvora a Europa. Marco Polo escribe que los comerciantes chinos tenían cuadros entre sus objetos de lujo. Los primeros arzobispos de Pekín fueron franciscanos. En Asís, centro de la orden Franciscana, se podían ver las características de la pintura china que, en el siglo XIV, condujo el arte italiano al Renacimiento: composición asimétrica, movimientos más acentuados, fondo de paisaje. Hasta en un cuadro de Simón Martini, conservado en la iglesia de Asís, se ve un chino que canta, vestido de sacerdote. Uno de los arzobispos de Pekín había sido profesor de teología en la Universidad de París. Ya en el siglo X, los chinos usaban la imprenta con caracteres de madera para la impresión de los libros. La primera edición de sus libros clásicos data del año 952. Los libros europeos que aparecieron en nuestro continente durante el siglo XIV estaban, como los chinos, impresos únicamente por una sola cara de las hojas. Desde 1120 China conocía los naipes; los europeos más antiguos se parecen en su forma, tamaño, dibujo y número, a los que empleaban los chinos. En Corea, a partir de 1403, se imprimieron libros con caracteres móviles, lo que, en realidad, no era una invención, sino una mejora del antiguo procedimiento chino: los chinos emplearon caracteres de arcilla, y los coreanos, de metal; Gutenberg nació hacia el año 1400.

El número de inventos en aquella época es enorme, no siendo siempre imitaciones de modelos chinos. La súbita mezcla de todas las culturas influyó en cada una de ellas. Los bronces y cerámicas de la época revelan, tanto en la forma como en el decorado, una influencia de Asia anterior. Los bizantinos esmaltes alveolados constituyen el punto de partida de un arte nuevo. Los artistas indios crearon en el reino del Centro una escuela especial que modelaba, según el estilo indio, estatuas de Buda. Las cifras indias, los métodos astronómicos muslímicos, penetraron en Asia oriental. Pero más fuerte todavía fue la influencia china en el arte miniaturista, en el textil y en la cerámica. Duró siglos. Y Europa, con su fuerza y su disposición extraordinarias para asimilar todas las influencias extranjeras, era un campo admirablemente abonado para la reunión de todas las culturas asiáticas. El menor estímulo, relatos que luego eran repetidos, bastaban para realizar ensayos personales. Es típico, hasta sintomático, que la mayoría de los inventos de aquella época fueran realizados, no por sabios, sino por hombres prácticos desconocidos, por gente del pueblo, por artesanos. Ni siquiera conocemos el nombre de la mayoría de ellos. De repente, aparecían inventos por todas partes. Se mejoraron, se perfeccionaron y, de pronto, revelaron otras posibilidades prácticas, como el desarrollo de las armas de fuego, por ejemplo. El comienzo de la ruta es tan tenebroso que resulta difícil seguirlo. Únicamente podemos observar sus efectos: así, la brújula china llegó a través de Asia anterior a Europa. Al conquistar las ciudades, los oficiales de Kubilai recogieron los mapas geográficos; pero fue el espíritu europeo el que, en el siglo siguiente, creó, gracias a la navegación, la unión teórica de la geografía con la cartografía práctica, formando las bases de los descubrimientos de la época y permitiendo la iniciación de la época moderna.