II

Kuiuk, que, a fin de reforzar el poder del gran kan, había establecido graduaciones entre los diferentes uluss, dejó aparte tan sólo uno: el de su enemigo Batu.

No fue por desidia por lo que Batu prolongó tanto tiempo la regencia. Quería, en ese intervalo, convertir su uluss en un poderoso reino y lo consiguió. Bien organizado y perfectamente delimitado, gobernaba desde el lago Aral hasta los Cárpatos y el Düna el reino que concibiera Gengis Kan cuando empezó la conquista de los pueblos sedentarios.

Las villas, ducados y principados mongoles eran libres bajo el gobierno de un príncipe, el cual debía obtener en el ordu mongol el Yarlyk o documento que le daba derecho a reinar. Era responsable ante el kan de la paz y buena administración de su principado, del pago puntual de los impuestos, de la exacción de los diezmos en pieles, animales, hombres, oro y plata. Sobre los pueblos sometidos el kan no tenía jurisdicción; tan sólo gozaba del fruto de su trabajo. Era rey de reyes, señor de horca y cuchillo; ante su trono decidía los litigios entre las familias principales, y su sentencia revocaba la tradición.

Así como el campamento de Gengis Kan fue, en la generación anterior, el centro del mundo, la ciudad de tiendas de Batu llegó a ser lugar de peregrinación para los príncipes de su reino, y, por su magnificencia y lujo, la denominaban «La Horda de Oro».

En los principados y pueblos sedentarios, así como en puntos estratégicos, vagaban campamentos mongoles, y entre los campamentos de cada distrito y sus comandantes se había organizado un servicio regular de mensajeros. En pocos días, desde el Aral al Vístula podía poner en pie de guerra grandes contingentes de tropas. ¡Ay de los vecinos aventureros, de los príncipes o ciudades que se oponían a las duras exigencias de los baskakos (recaudadores de impuestos) del kan! 600 000 soldados, cuya cuarta parte eran mongoles nómadas, sin contacto con los habitantes sedentarios, caerían sobre ellos a la menor indicación.

Parecía inútil exigir obediencia a un reino así, por lo que Kuiuk abrigaba, respecto de él, otros planes. Obraba como si olvidase que Batu demoró durante cuatro años su coronación y que fue, asimismo, el único que no se presentó a ofrecer sus homenajes al gran kan. Como si nada hubiera sucedido, Kuiuk, antes de reordenar su imperio, anunció su intención de dirigirse hacia Occidente y renovar la guerra en Europa, terminando al mismo tiempo la conquista de Oriente. Pero a sus órdenes no tenía más que un pequeño ejército, insuficiente para el objetivo que se proponía. La ruta que debía seguir pasaba por el ordu de Batu, y contaba con hacer una leva entre los soldados de éste.

Sjurkuk-Teni presagiaba malas intenciones. El camino pasaba por sus dominios, y sabía que Kuiuk estaba enfermo. Sufría de dolores en las extremidades. Para mitigarlos, bebía excesivamente, y cada vez estaba más sombrío y se mostraba más orgulloso. Se sabía que Batu viajaba por la orilla del Volga con un ordu de menos de un millar de guerreros, y Sjurkuk-Teni se decidió a actuar. Envió un mensajero para que advirtiera a Batu.

A la chita callando, Batu reunió una tropa más numerosa y se dirigió hacia Oriente, al encuentro de Kuiuk. Ninguno de los dos había mostrado sus intenciones. ¿Quería Kuiuk pedir cuentas a Batu o, como decía, dirigirse a Occidente para continuar la guerra? ¿Iría a estallar, a los veinte años de la muerte de Gengis Kan, una guerra entre sus nietos, los dos soberanos más poderosos del mundo? Todavía les separaban algunos días de marcha cuando, repentinamente, murió Kuiuk. Su reinado había durado menos de dos años.

Después de la muerte de Kuiuk, Sjurkuk-Teni se dirigió, con sus cuatro hijos y jefes de tribu, al encuentro de Batu.

Este acontecimiento era decisivo: Batu era el más allegado a Gengis Kan, y no quería ver por segunda vez a un gran kan enemigo por encima de él. No obstante, siguiendo la tradición, encargó la regencia a Ogul-Gaimisch, primera mujer de Kuiuk; pero, al mismo tiempo, convocó el kuriltai en el campamento en que se hallaba cuando acaeció la muerte de Kuiuk.

En vano los parientes y partidarios del difunto kan protestaron contra esta convocatoria; inútilmente exigieron que el kuriltai se celebrase, según la Yassa, en el país de origen de Gengis Kan. Todos los príncipes de la familia de Dschutschi y de la de Tuli, los generales de Batu y los jefes mongoles que obedecían a Sjurkuk-Teni se presentaron en el campamento de Batu. Como la reunión contaba con la mayoría de los gengisidas y de los generales, se creyó en el pleno derecho de votar.

Un general que asistía a la reunión como representante de la familia de Kuiuk quería que Schiramun, tío de Ugedei y a quien éste designara como sucesor, fuese elegido.

Era la voluntad del gran kan, y la voluntad del gran kan era ley. ¿Cómo los jefes osarían elegir a otro? Pero el joven Kubilai, del que Gengis Kan había dicho: «Cuando no sepáis qué hacer, preguntad a Kubilai», respondió al general: «¡Fuiste tú el primero en desobedecer a Ugedei! ¡Conocías su voluntad y, no obstante, en lugar de Schiramun, escogiste a Kuiuk! ¿Cómo pretendes exigir, después de eso?».

El apostrofe significaba la pérdida definitiva del trono para los descendientes de Ugedei.

Batu era el más anciano, era soberano del más poderoso uluss, era el vencedor de Occidente, y la Asamblea ofreció el trono a Batu.

Pero Batu rehusó. Acostumbrado a las fértiles estepas del Volga, no deseaba cambiarlas por el rudo clima de Mongolia. Dueño de un reino, no quería más. Además, había llegado el momento de premiar la fidelidad de Monke durante la campaña de Occidente y de recompensar el aviso que le diera Sjurkuk-Teni; y señaló al hijo bien amado de Tuli como el más digno de ocupar el trono del gran kan.

Monke fue elegido.

Mas, para que ningún reparo pudiera oponerse a la elección, convocaron un nuevo kuriltai en el país de origen de los mongoles, en las fuentes del Onón y del Kerulo, al pie del Burkan-Kaldun, donde yacían los restos de Gengis Kan, para que, en aquel sitio, todos los príncipes y duques rindieran acatamiento al nuevo gran kan.

Con esto se realizaba la secreta ambición de Sjurkuk-Teni. La lucha dinástica se había decidido, la herencia de Gengis Kan pasaba del linaje de Ugedei al de Tuli.