II

La antigua enemistad entre Batu y Kuiuk, que había interrumpido durante dos años la campaña europea, también era el motivo de que durante tan largo tiempo no se hubiera elegido un nuevo gran kan.

Cuando Kuiuk dejó a las fuerzas de Batu, no tenía prisa por volver a Mongolia, donde le esperaban los reproches de su padre Ugedei. Así pues, se entretuvo en participar de cacerías y banquetes. Un año atrás, un mensajero le había anunciado, de parte de su madre Turakina, la necesidad de trasladarse a Karakorum, por haber fallecido repentinamente el autor de sus días. Antes de su muerte, Ugedei designó como sucesor a su tío Schiramun; pero, como todavía vivía el último hijo de Gengis Kan, Tschagatai, y éste estaba gravemente enfermo, confió la regencia a la ambiciosa Turakina, quien debía convocar un kuriltai para la elección de un nuevo gran kan. Esta circunstancia y el hecho que muchos príncipes mongoles se hallaban en Occidente, le era favorable. Por lo que Turakina instigó a que su hijo Kuiuk fuese nombrado gran kan, situación que dio inicio a una época de intrigas y favoritismos. En el centro de las intrigas se hallaba la esclava persa Fathma, favorita de Turakina. El cómplice de Fathma era el musulmán Abdu-Rachman, quien se había apoderado de la hacienda, imponiendo nuevos tributos monetarios a los pueblos que debían entregarse a la regente para que ésta pudiera sobornar, mediante regalos, a los magnates que intervendrían en la elección.

El anciano canciller y fiel consejero de Gengis Kan, el chino Yeliu-Tschutsai, veía en peligro la obra de su vida. Durante el reinado de Ugedei había creado un Estado de derecho, en el que se aseguraba el desarrollo y la vida de los pueblos dominados. En las provincias ocupadas había nombrado gobernadores, introducido una justicia que reglamentaba los pesos y medidas y creado escuelas para los hijos de los príncipes mongoles, a semejanza de las chinas. Asimismo, había limitado los poderes de los gobernadores y castigado severamente sus arbitrariedades. Sobre las ruinas de los reinos vencidos un gobierno moderado permitía el resurgir y el florecimiento de la industria, el comercio y la agricultura. Pero ahora todo cuanto él había levantado amenazaba con desplomarse. Los antiguos y beneméritos consejeros de Ugedei eran depuestos y, para librarse de ser encarcelados, corrían a refugiarse en la corte de Batu o de otros príncipes.

Turakina nombró, como gobernante único y absoluto del país, a Abdu-Rachman. Yeliu-Tschutsai no quería acatar sus órdenes. Contestaba a la regente: «El imperio era propiedad del difunto emperador Ugedei y vuestra majestad quiere apoderarse de él para destruirlo. Es imposible ejecutar vuestras órdenes». Demasiado orgulloso para huir, se limitaba a preguntar: «Hace veinticinco años que estoy encargado del gobierno del Estado y, por lo que respecta al país, ningún reproche tengo que hacerme. ¿Acaso la emperatriz quiere darme muerte como recompensa a mi inocencia?».

Abdu-Rachman insistía en que se le encarcelara, pero Turakina no se atrevía a proceder contra el hombre a quien el gran Gengis Kan había nombrado su consejero. Poco tiempo después de su destitución, Yeliu-Tschutsai se moría «de pena y preocupación por el modo en que se hallaban los asuntos del Estado». Se le acusó de malversación y prevaricación. Pero, al hacer un registro en su domicilio, en vez de riquezas atesoradas, encontraron diversos instrumentos de música, antiguas inscripciones sobre piedra y metal, libros viejos y modernos y pinturas. Era todo lo que el anciano consejero había reunido en el transcurso de cincuenta años de gobierno, bajo dos monarcas. También hallaron millares de tratados sobre multitud de materias, escritos por su propia mano.

Cuando la nueva de la muerte de Ugedei llegó al ordu de Batu y de los otros príncipes, requiriendo su regreso, Kuiuk se encontraba en Mongolia y Batu sabía que era demasiado tarde para emprender cualquier acción contra la influencia de la regente y de su hijo.

Pero si no podía impedir la elección de su enemigo, podía retrasarla no compareciendo. Al interrumpir la guerra, obraba según ordenaba la Yassa, y tenía derecho a exigir otro tanto de los demás gengisidas. Sin su presencia, en calidad de descendiente inmediato de Gengis Kan, no podían nombrar un nuevo gran kan.

En consecuencia, decidió no apresurarse. Poco a poco reunió las tropas, atravesando Eslavonia, el Banato, Valaquia, incendiando Belgrado y hasta una docena de ciudades a lo largo del Danubio. Esperaba tranquilamente en la Dobrudcha la llegada de Kadan, quien, entretanto, atravesaba Dalmacia hasta llegar a Ragusa y Cattaro, que había incendiado, devastando a continuación, siguiendo la ruta del sur, Bosnia y Serbia, cuyos habitantes se refugiaron en los bosques y barrancos; e invadía Bulgaria, en aquel tiempo un reino importante. Después de las primeras derrotas, el zar de Bulgaria se sometió al conquistador mongol, a quien debía pagar un tributo, además de formar parte de sus ejércitos.

Este nuevo éxito de Kadan determinó las fronteras occidentales del imperio mongol. En los llanos del Danubio pasaron revista al ejército y decidieron considerar la cadena de montañas carpáticas, los Alpes de Transilvania y los Balcanes, como límites provisionales del uluss de Batu. Los países que quedaban tras las montañas eran abandonados a su suerte. Despoblados y debilitados, no podían ser vecinos peligrosos. Se les consideraba como un medio de entrenamiento para ulteriores campañas. Dejaron como gobernador y dictador de regiones limítrofes al príncipe Nogai, a quien se dotó con las tropas situadas a orillas del mar Negro.

Después de esta campaña, el Volga dejó de ser un río limítrofe para transformarse en el epicentro del uluss de Batu. El curso del río dividía su feudo en dos mitades casi iguales, y Batu escogió la antigua ciudad de Sarai, cerca de la desembocadura del Volga en el mar Caspio, como capital. Hizo construir edificios y graneros, aunque en ningún momento consideró la posibilidad de abandonar la vida de sus antepasados y convertirse en sedentario. En su feudo, Sarai sería el lugar de reunión de los comerciantes, que llevarían de todos los lugares del mundo sus productos y desde donde los comercializarían a las villas y principados. Él quería vivir como Gengis Kan y su padre Dschutschi habían vivido, y como punto de partida de sus migraciones escogió los fértiles llanos del Volga. Cada primavera se trasladaba, con su campamento de tiendas, desde las regiones del mar Caspio hacia el norte, Kama, para volver, después del solsticio, por el mismo camino. Al otro lado del Volga, su hijo Sartak, con mujeres, niños y tiendas, seguía la misma dirección. En invierno, cuando el río se helaba, pasaba sobre el hielo a la otra orilla para saludar a su padre. Aunque Batu y los suyos vestían las mejores sedas chinas y brocados y se adornaban con pieles raras y costosas, se cubrían con espesos abrigos mongoles de piel de lobo, de zorro o de tejón. Sus cubiertos y vasos eran de oro y plata, pero seguían bebiendo kumys; todos los días, llegaba al ordu la leche de tres mil yeguas.

Así, remontando año tras año el curso del Volga, y sirviéndose de cualquier pretexto, despedía una y otra vez a los embajadores que le enviaban de Mongolia para ponerse de acuerdo acerca de la fecha del kuriltai. No obstante, llegó un momento en que comprendió que era imposible demorar por más tiempo la elección de un soberano. Cualquier príncipe mongol de poca monta podía hacer lo que le venía en gana, y la regente lo permitía porque apoyaban a su hijo. El reino sufría las consecuencias de esta situación, por lo que Batu, finalmente, consintió en convocar el kuriltai y prometió asistir en persona, aunque después se limitó a enviar a su hermano; como a él le dolían los pies y no podía viajar, podían debatir la elección sin su presencia.