III

La encarnizada lucha en las provincias del sur de Chin duró cuatro años. El país lograba organizar, como salidos de la tierra, nuevos ejércitos y encontrar hábiles generales que no sólo resistían a los mongoles, sino que los derrotaban con facilidad. Siguiendo punto por punto el plan que poco antes de morir dictara Gengis Kan a sus hijos, al penetrar en Chin, a través de los dominios de los Sung, un ejército bajo las órdenes de Tuli, la suerte de Chin, atacado por dos partes, quedó decidida.

Tuli murió y Subutai se hizo con el mando.

Con la ayuda de los ejércitos de Sung, bloqueó Kai-song. Durante un año, esta ciudad de dos millones de habitantes se defendió con el valor de la desesperación. Porque estaban seguros de que, al rendirse, los mongoles cumplirían al pie de la letra la ley de Gengis Kan: «Todo aquel que se resista debe ser aniquilado; la resistencia del sur debe ser destruida, y sus habitantes, pasados a cuchillo».

También esta vez Yeliu-Tschutsai arriesgó su cargo al oponerse a tal propósito.

—¡Luchamos desde hace veinte años para conquistar ese país, cuya riqueza es precisamente su población! Un año entero combatimos por esa ciudad, ¡y quieres ahora destruirla! —exclamó—. ¡Reflexiona, piensa en la riqueza, en los objetos de valor que van a ser destruidos!

Pero Ugedei vacilaba. Lo que pedía su canciller era contrario a lo ordenado por Gengis Kan.

Y cada día Yeliu-Tschutsai se veía obligado a aducir nuevas razones.

—Desde el momento en que la ciudad capitula y todos sus habitantes serán súbditos tuyos, ¿para qué exterminarlos? ¡Allí se encuentran los mejores artistas y artesanos del país! ¿Y vas a matarlos? ¿Acaso quieres privarte de lo mejor que posees…?

Y también esta vez Ugedei cedió.

Si se estimara la importancia de un hombre de Estado por el número de vidas que salvó, Yeliu-Tschutsai ocuparía el primer lugar.

Gracias a su intervención, no sólo salvó un millón y medio de vidas humanas, sino que preparó el fin de la guerra, pues las provincias todavía insumisas, que no podían esperar de las costumbres guerreras mongolas más que el saqueo y el asesinato, al ver que la capital había sido perdonada concibieron esperanzas de salvación y cesaron en su resistencia.

El último emperador de la dinastía Chin se suicidó.

Tras veinticuatro años de cruenta guerra, el reino Chin pasó a manos de los mongoles.

Igual que Gengis Kan tras la campaña contra el reino de Choresm, Ugedei mandó convocar un kuriltai de la victoria. Por espacio de un mes no se debía pronunciar ni una sola palabra sobre asuntos serios y, durante todo aquel tiempo, en la residencia esteparia de Karakorum todo se redujo a banquetes. Terminados los festines, se forjó un nuevo plan de conquistas y se decidieron nada menos que cuatro guerras simultáneas.

Durante los festejos llegó de Honan, la provincia del extremo sur de Chin, la noticia de que los Sung, hasta entonces aliados de los mongoles, se mostraban descontentos porque no se les había cedido toda la provincia. Habían reunido sus ejércitos y ocupado numerosas ciudades. En vista de lo cual fue enviado un ejército contra ellos. A propósito de lo que sucedió después, el cronista dice, lacónicamente: «Los mongoles enviaron embajadores al emperador para preguntarle: “¿Por qué faltáis a vuestros juramentos?”. Y, a partir de entonces, no tuvimos un solo día de quietud más allá del río Amarillo».

Un segundo ejército se dirigió a occidente, hacia Corea, con el fin de sofocar una rebelión y someter de nuevo al país sublevado.

Un tercer ejército, compuesto por 30 000 jinetes mongoles, fue enviado a Asia anterior, hacia Persia, a través del reino de Choresm, para someter Asia Menor.

Y, como cuarta empresa simultánea, se dio inicio a la conquista de occidente. Los mongoles habían recorrido Asia, destruido su cultura, vencido a todos los pueblos, pero para ellos Europa era un objetivo desconocido y atrayente; por lo tanto, en 1236 se reunió el ejército entre los montes Urales y el lago Ural. Allí compareció la flor de la juventud guerrera mongola, que soñaba con gloria, botín y conquistas.

En aquel ejército se hallaban la mayoría de los príncipes de la casta de Gengis Kan (dos hijos de Ugedei: Kuiuk y Kadan; su nieto Kaidu; Monke, el hijo de Tuli; los hijos y nietos de Tschagatai y todos los descendientes de Dschutschi). Como, según la promesa de Gengis Kan, las regiones sometidas debían pertenecer al uluss de Dschutschi, su hijo y sucesor ostentaba el mando supremo de 150 000 jinetes; pero el verdadero jefe y conductor de la campaña era el más famoso general de Gengis Kan, el anciano e invencible Subutai, el gran oerlok, que había empujado al sha hacia la muerte y cabalgado, en aquella ocasión, hasta los límites de las estepas del Kiptschak. El plan de guerra que elaboró en el corazón de Asia preveía una guerra de ocho años para conquistar toda Europa.