I

Cuando, a principios de la vigésima centuria, las potencias del lejano Oriente empezaron a delimitar, una frente a otra, sus esferas de acción, nadie contaba con los mongoles. Por aquel entonces, Mongolia no era más que un concepto geográfico, un espacio intermedio que, geopolíticamente, limitaba al norte, este y sur con el desierto de Gobi, y China, que reclamaba para sí toda Mongolia, sólo veía en ella un espacio colonizable en el que los últimos nómadas no poseían más que cierto derecho a la vida como proveedores de borregos y lanas al Imperio del Centro y como explotadores de tierras baldías.

Pero a la primera tentativa para asegurarse aquellas esferas de acción, las potencias se dieron cuenta de que aquel «concepto geográfico» volvía a la vida y de que existía una nación mongol que presentaba sus exigencias nacionales. Esto dio lugar a la cuestión mongol, y cuando Japón quiso establecerse en Manchuria, y Rusia en el norte de Mongolia, tuvieron que aliarse con los mongoles; y cuando China quiso contrarrestar la influencia de estas dos potencias, vio que no podía lograrlo si los influyentes círculos mongoles no adoptaban la cultura china y si no sustituían la Administración mongol por una china. De esta manera, la conducta de las potencias para con los mongoles quedaba determinada de antemano, y esperaron el momento propicio para actuar.

Tras el estallido de la guerra mundial, China empezó a transformar las regiones mongoles del interior en provincias chinas (Jehol, Chahar, Suiyuan y Ninghsia), sometiéndolas a una severa vigilancia. Japón comenzó a favorecer los levantamientos mongoles, que, aun siendo enérgicamente sofocados, indicaban una disposición amigable para con dicha nación. Luego, cuando se hundió el reino de los zares y se extendió la guerra civil, China envió al general Hsu, a través del Gobi, al norte de Mongolia (oficialmente, para protegerla contra los excesos de la guerra civil en Siberia), y las ciudades abrieron las puertas a sus tropas. En Urga, la capital, hizo prisionero a Hutuktu, el Buda viviente, y a sus ministros y trató de arrancarles, por la fuerza del terror, la declaración de que renunciaban a su autonomía y aceptaban a un gobernador chino.

En todos los conventos se rezaba para conseguir la liberación del sometimiento del enemigo hereditario chino, liberación que tuvo lugar cuando las tropas de los «rusos blancos», en su retirada a través de Siberia, se presentaron en las fronteras mongoles. Uno de sus comandantes, el barón de Ungern-Sternberg, reunió varias divisiones mongoles, derrotó a los chinos, los expulsó y ocupó Urga. Al principio se le consideró un libertador, y él se vanagloriaba de ello diciendo: «He creado un reino con los renovados medios de los antiguos guerreros turcos y mongoles». Pero el régimen de terror implantado no tardó en hacerlo odioso al país y a sus compañeros.

Entretanto, en la región siberiana, se había formado un partido popular mongol revolucionario, que, junto a las tropas rojas, derrotó a las divisiones de Ungern-Sternberg, quien cayó prisionero. Fue conducido ante un tribunal y fusilado. El Buda viviente preparó a los nuevos libertadores una recepción triunfal en Urga, cuyo lema era: «Independencia del pueblo mongol».

Se formó un gobierno provisional revolucionario. Hutuktu fue nombrado jefe del Estado y conservó su título de Ejen Kan (señor y rey), pero sólo tenía poder en las cuestiones religiosas. Se inició la lucha contra los poderes feudales. El norte de Mongolia, sus riquezas minerales, selvas y ríos, fue declarado propiedad nacional, privando así a los príncipes y nobles, la sexta parte de la nación, de sus feudos. De inmediato estallaron conjuras, se perpetraron atentados, se asesinó a miembros del gobierno revolucionario. Los conspiradores fueron martirizados y ejecutados. Y China, mientras tanto, exigía a Rusia la evacuación del norte de Mongolia.

En 1924 se afirmaba que Japón, debido a la presión norteamericana, se había visto obligado a retirar sus tropas del este de Siberia y devolver Kiautschou a China. Esta quería formar un poderoso gobierno central y, en su lucha contra los generales autócratas del norte, cualquier aliado era bien recibido. Los soviets vislumbraron un campo de acción muy distinto de un simple territorio mongol y, para procurarse el acceso a China, hicieron concesiones. Estaban dispuestos a reconocer el norte de Mongolia como parte de la República China, pero, desde luego, tan autónoma «que toda intromisión china en sus asuntos quedaba excluida». Efectivamente, las tropas rusas se retiraron, pero no sin antes anunciar a sus partidarios la autonomía de la República Popular de Mongolia y fusilar al comandante y al vicepresidente, que no les eran gratos. Tras la muerte de Hutuktu, el Buda viviente, prohibieron toda nueva reencarnación. El consejero soviético permaneció en Urga y los instructores soviéticos se cuidaron de la educación de la juventud y de la instrucción militar de los hombres. Un banco creado con dinero soviético vigilaba el comercio del país… Pero el kuriltai que había proclamado la República Mongol Popular Autónoma estaba compuesto de mongoles, y mongoles eran quienes mandaban y reinaban, lo cual bastaba para que pareciese, a los ojos del pueblo mongol, que su país era independiente.

También la República China estaba satisfecha, puesto que el norte de Mongolia seguía siendo una de sus partes integrantes. Los soviets no se mostraron parcos en concesiones: renunciaron a todos los «tratados desiguales» y privilegios, a la extraterritorialidad y a cualquier otra ventaja, además de luchar contra el imperialismo. Sun-Yat-sen, padre espiritual de la revolución china, vio en ellos a los libertadores de las naciones débiles contra la opresión de las grandes potencias, y China abrió sus puertas a las ideas comunistas, con lo que Mongolia empezaba a entablar relaciones con el exterior.

En 1925-1926, una delegación comercial mongol se desplazó a Berlín y encargó máquinas, contrató a ingenieros y procuró mantener negocios de intercambio con varios estados. Le siguió una comisión de estudiantes mongoles con el ministro de Instrucción al frente. El mapa de su país que el gobierno mongol publicó fue impreso en Alemania. Por desgracia, la delegación comercial desapareció, puesto que cualquier tipo de comercio debía ser supervisado por las agencias soviéticas y los cónsules rusos podían representar también a otras naciones. Asimismo, el representante de los estudiantes recibió la orden de regresar (aunque se dice que hasta 1934 hubo en Berlín un plenipotenciario mongol). La situación de Extremo Oriente había cambiado.

El gobierno central chino en Nankín, en cuanto se consideró seguro de su triunfo sobre los generales del norte, se libró de los consejeros soviéticos al considerar poco amistosas las maniobras comunistas en su territorio. Ejércitos gubernamentales marcharon contra los centros comunistas chinos, nuevas oleadas de colonización empezaron a afluir hacia las provincias interiores mongoles y, con la pérdida de la alianza china, empezó de nuevo la revolución en el sur de Mongolia.

La lucha contra los poderes feudales degeneró en una lucha de clases. Se socializaba, se colectivizaba, se confiscaba el ganado y los propietarios de rebaños mataron a sus reses para no perderlas, hasta que el número de cabezas quedó reducido a la mínima expresión. Todo aquel que podía, emigraba.

Estos hechos tuvieron lugar mientras Japón daba su primer gran golpe en el continente, ocupando Manchuria y fundando el Estado independiente de Manchukuo. En su acción no podía contar con la ayuda de la población china que habitaba la región y, por consiguiente, se esforzaba en atraerse por todos los medios a los mongoles que la poblaban. Prohibió la colonización de su territorio, asegurando así a los nómadas su espacio vital, y separó su país como provincia Hsingan autónoma, para dar a las tendencias nacionales mongoles un nuevo centro; la riada de fugitivos procedentes del norte de Mongolia se dirigió hacia ella. El Manchukuo se convirtió en lugar de refugio para la perseguida aristocracia mongol, y Pu-yi, un descendiente del emperador manchú y soberano del Manchukuo, declaró: «Crearemos el gran reino mongol, el país de la paz y de la felicidad terrenal para los mongoles».

Con la formación de este nuevo Estado cambió de inmediato la situación de los nómadas en los demás territorios. Hasta entonces, Mongolia Interior se vio amenazada, al sur, por la colonización china y, al norte, por la revolución. Su aristocracia, formada por jefes de tribus y propietarios de rebaños con derecho a pastos y terrenos, se había enriquecido con la venta de ganado y tierras a los chinos, había adoptado el modo de vivir chino y prefería la vida de la ciudad a la existencia nómada, los blandos asientos de los automóviles a la silla de montar, y enviaba sus hijos a las universidades chinas… Pero esta juventud se sentía preparada para hacerse cargo del destino de su país, mientras China negaba toda concesión. Apenas el Manchukuo fue considerado Estado independiente, China se declaró dispuesta a conceder también a Mongolia Interior cierta autonomía, y empezó a proteger a los jefes y los lamas.

En el norte de Mongolia, el gobierno de la República Popular de Mongolia revocaba los decretos de socialización. Permitió la conservación de ganado como propiedad privada y dejó de organizar la agricultura colectiva. Sin embargo, rechazó cualquier tentativa del Manchukuo para entablar con ella relaciones diplomáticas. Cuando, en vista de esto, el Manchukuo consideró el norte de Mongolia como «zona peligrosa», cuya existencia no podía tolerar cerca de sus fronteras, los soviets hicieron un tratado de alianza con la República Popular de Mongolia y empezaron a proveer al norte del país de bases de aviación, estaciones de radiotelefonía y centenares de automóviles militares; en Urga fundaron una academia militar y fábricas de fusiles automáticos, municiones y tejidos; equiparon al ejército mongol con las armas más modernas y de nuevo transformaron a los pastores en guerreros.

De este modo, en 1932 ocurrió lo que veinte años antes habían intentado evitar los mongoles al dar a conocer sus pretensiones nacionales: su territorio se dividió en tres partes. Cada parte estaba bajo otra dirección, tenía otro destino y debía adquirir otro desarrollo. Y en cada una de estas tres partes actuaban los propagandistas de las otras potencias.

Como se dice en el legendario informe de Tanaka, para conquistar a China se debía dominar primero Mongolia, y para conquistar Mongolia era preciso adueñarse de Manchuria. Pero tanto si existe o no este informe de Tanaka y si fue presentado o no por este estadista al emperador de Japón, como si es una fábula de los enemigos de este país, lo cierto es que la formación del Manchukuo carecería de sentido si no tuviera como objetivo Mongolia. Poseer la llave de Manchuria le había resuelto a Japón, sin conflicto para el reino insular, el problema de las materias primas. Le proporcionaba nogal, carbón, hierro, aluminio, abonos, avena, mijo, soja, etc. Pero, encerrada entre Rusia y China, Manchuria no era el punto de partida para una ulterior política colonial, sino una posesión en constante peligro. Y, debido a ello, Japón creó el nuevo Estado «como primer paso para la reconstrucción de Oriente, para la reconquista de la libertad y gloria de Asia, madre de todas las culturas».

Desde allí querían extender su influencia, pero toda tentativa de penetrar en Mongolia Exterior o en el norte conllevaba el resurgimiento de altercados militares con Rusia y, por consiguiente, las relaciones oficiales entre el Manchukuo y la República Popular de Mongolia se limitaban a conflictos de frontera bastante sangrientos. El campo de la actividad política japonesa era, al principio, Mongolia Interior, y pronto Teh, un príncipe mongol, declaró independiente el territorio que comprendía las provincias de Suiyuan y Chahar, y luego como reino autónomo mongkuo. Las esperanzas japonesas de que los mongoles se reunieran bajo su protectorado no se cumplieron. Encerrados entre Rusia, Japón y China, y mimados por esta última, mas para ser explotados en beneficio de los tres, habían aprendido a vigilar sus intereses.

La Comisión Lytton escribió, en su informe sobre el Manchukuo, a la Sociedad de las Naciones: «Aunque en la actualidad el apoyo por parte de ciertos elementos mongoles es sincero —si bien prudente—, todos están dispuestos a retirarse en cuanto noten que los japoneses amenazan, en un momento dado, su independencia o sus intereses comerciales». Aceptaban mejorar su situación y la seguridad de sus pastos, pero los japoneses no les habían dado la libertad que esperaban. No se permitía el resurgimiento de un verdadero movimiento en favor de la libertad mongol, en el país se reforzaba la influencia militar y política de los japoneses, y los jóvenes mongoles eran enviados a Japón para completar su educación. La incursión en Mongolia Interior se hacía bajo el lema: «Es nuestra misión ayudar a la raza mongol a librarse de la opresión de la raza china»; pero el excitado sentimiento nacional de la raza oprimida, basado en su antiguo orgullo nacional, se dolía de esta nueva tutela.

La vigilancia que se creía que era un deber establecer en los territorios mongoles, hasta en el Manchukuo, conllevó la aparición de conspiraciones, rebeliones y ataques que, según los informes japoneses, eran consentidos por el gobierno mongol. Las represalias tuvieron como consecuencia el fusilamiento del gobernador mongol, del jefe del estado mayor y del de la policía, acusados de ser espías rusos, lo cual prueba el grado de descontento a que habían llegado los mongoles. Hasta los fugitivos mongoles de Mongolia Exterior, que durante los años de colectivización (1930-1932) buscaron protección en Manchuria, decían: «Hemos nacido nómadas libres y queremos seguir siéndolo. No nos gustan las historias revolucionarias, ignoramos lo que significan y no las queremos. Pero si hemos de escoger entre dejarnos oprimir por los chinos o por los japoneses, no elegiremos ni a unos ni a otros, sino que volveremos a Mongolia Exterior, pues preferimos ser oprimidos por los mongoles». Mongolia Exterior, el único dominio con una población puramente mongola y bajo un gobierno de mongoles, que reinó, invisible, sin dar cuentas a nadie, conservó una gran fuerza como centro nacional. Incluso los conflictos de intereses entre mongoles y chinos no eran tan importantes como creían en el Manchukuo. Cuando China envió sus tropas contra el príncipe Teh, los demás príncipes mongoles se declararon en favor de China y ayudaron a expulsarlo, primero, de Suiyuan y, después, de Chahar. Con la ocupación de Chahar por las tropas chinas en 1936, las tres potencias en litigio hicieron tanteos en el centro de Mongolia y la lucha entró en su fase decisiva.