IV

Mohamed había reunido 400 000 hombres, pero no se atrevió a salir al encuentro de los mongoles y jugarse el reino en una batalla a campo raso. Las noticias que le trajeron sus espías eran, de por sí, bastante terribles:

Su ejército es tan numeroso como las hormigas y las langostas. Sus guerreros son valientes como leones; la fatiga y las privaciones de la guerra no les afectan en nada. Ignoran el descanso y la tregua; no huyen ni se retiran. Cuando levantan el campo se llevan todo lo que puede serles útil. Se contentan con carne seca y leche agria; no se preocupan de las carnes que son permitidas o prohibidas, sino que, por el contrario, comen la de todos los animales, incluso perros y cerdos. Abren las venas de sus monturas y beben la sangre. Sus caballos no necesitan paja ni avena: escarban la nieve con las patas y comen la hierba que hay debajo, o escarban la tierra y se contentan con las raíces de las plantas. Cuando salen victoriosos no dejan a nadie con vida; viejos y jóvenes, todos son pasados a cuchillo; incluso abren el vientre de las mujeres encintas. Ninguna montaña ni río los detiene. Atraviesan cualquier desfiladero; nadando, pasan los ríos, cogidos a las crines o a la cola de sus caballos…

Desde el Irtysch hasta el Sir-Daria había más de 1500 kilómetros, y cada división tenía que abrirse camino a través de montañas, espesas selvas y ríos. Luego venía la terrible estepa del hambre, un desierto carente de agua, a través del cual querían pasar los mongoles su enorme contingente de hombres y caballos. Mohamed decidió esperar pacientemente. Cuando llegaran al Sir-Daria, agotados por las penalidades sufridas, se encontrarían ante una serie de excelentes fortalezas, cuya guarnición aumentó. Y si, por casualidad, Gengis lograba atravesar aquella cadena de fortificaciones, Mohamed había reunido todas sus reservas en los alrededores de Samarcanda para lanzarse sobre el enemigo en el Sir-Daria.

Dschutschi bajó a la fértil llanura de Fergana, donde tomó una ciudad tras otra; y, por último, sitió la formidable fortaleza de Chodschent. Tschagatai y Ugedei llegaron al Sir-Daria, cercaron otras fortalezas y se apoderaron de muchas de menor importancia. No obstante, las dos fortalezas principales eran lo bastante fuertes para obligar a los mongoles a detenerse durante largos meses ante sus muros.

Mohamed permaneció a la espera del día en que Gengis Kan en persona se decidiera a atacar.

Pero he aquí que llegaron mensajeros del sur: en el curso superior del Amu-Daria, a unos 400 kilómetros más al sur, los mongoles habían invadido el país, devastando y saqueando cuanto encontraban a su paso.

Se trataba de los hombres de Dschebe, quien, con su pequeño ejército, había atravesado el Pamir; pero el sha desconocía la verdadera fuerza de aquel ejército. Oyó hablar de pueblos y ciudades incendiados. Si el enemigo tomaba el camino del Amu-Daria, se interrumpirían las vías de comunicación con el sur de su reino, Afganistán y Choresm, donde sus hijos reunían nuevos ejércitos. Mohamed envió contra aquella tropa buena parte de sus reservas.

Tras su marcha, se difundió una terrible noticia: Gengis Kan, de quien se aseguraba que se hallaba en el este, se acercaba por el lado opuesto, por el oeste, hacia Buchara y Samarcanda. ¡Era imposible! ¡En el oeste no podía haber enemigo alguno! ¿Cómo iba el jefe nómada a llegar hasta el interior del país de Mohamed? No obstante, los fugitivos de los pueblos y ciudades incendiados confirmaban la fabulosa noticia.

Con 50 000 hombres, Gengis Kan se dirigió hacia el norte, atravesó el Sir-Daria por un lugar solitario, el desierto de arena Kisil-Kum, de unos 600 kilómetros, considerado infranqueable (600 años después, en la guerra de Rusia contra Chiwa, la caballería rusa perdió todos sus caballos), y se presentó de pronto, como un peligro mortal, en el curso inferior del Amu-Daria, a espaldas de Mohamed.

Con Gengis Kan en el oeste, Tschagatai y Ugedei en el norte, Dschutschi en el este y Dschebe en el sur, el sha se encontraba a punto de caer en una trampa. Lanzó el resto de su ejército hacia Samarcanda y Buchara. Como los mongoles habían cerrado el camino del noroeste que conducía a Choresm, al borde del lago Aral, su país de origen, se apresuró a dirigirse hacia el sur antes de que Dschebe le cerrase la última puerta de salida.