Cuando Dschutschi salió de Kaschgar, la distancia hasta el ordu de Gengis Kan era de 3000 kilómetros; ahora, partiendo del lugar de reunión de los ejércitos en el Irtysch, no había más que 2000; pero para llegar a
las agrestes montañas, a los desiertos de arena y piedra, había que atravesar los terribles pasos de Kisil-Art y Terek-Dawan. Sin embargo, ni un solo instante interrumpió la comunicación con su padre: los mensajeros «flechas» no temían a la naturaleza ni a los obstáculos; nada podía detener su carrera.
El gran kan fue informado de la batalla en el valle de Fergana y, al saber el resultado, dio orden a su hijo de avanzar y envió a Dschebe 5000 hombres más, con la consigna de avanzar hacia el sur, hasta el curso superior del Amu-Daria y, entonces, seguir río abajo.
«Hacia el sur…». Eso ya no significaba escalar un paso para ir de una meseta a otra; quería decir atravesar en línea recta la cadena de montañas del Altai, con alturas de 6000 a 7000 metros; ir de una a otra hasta llegar a la región del Amu-Daria.
Dschebe se puso en camino inmediatamente.
Entretanto, en el norte, Gengis Kan había dividido su ejército en varias secciones y emprendido la marcha por el desierto país de los Siete Ríos. Una de dichas secciones estaba dirigida por Tschagatai; otra, por Ugedei. Gengis conservó consigo a su cuarto hijo, Tuli. El Yurt-Dschi (estado mayor) también acompañaba a su sección.
Yeliu-Tschutsai iba con ellos. La fiabilidad de sus predicciones ganó la confianza del soberano. Cierto día, unos zahoríes llegados del oeste predijeron que la luna se oscurecería, pero Yeliu-Tschutsai negó con la cabeza e indicó otro día para el fenómeno, y durante el día prefijado por los astrólogos la luna permaneció clara y brillante, como siempre, mientras que a la hora prefijada por Yeliu-Tschutsai se oscureció. A partir de entonces, Gengis creyó en él más que en todos los augures y chamanes juntos. Sus consejos eran tan inteligentes y prácticos que el gran kan decidió solicitar su opinión en toda clase de asuntos.
La ascensión del sabio chino como primer consejero despertó la envidia de los nobles mongoles. Y como el sabio también formaba parte del séquito del soberano, un miembro del séquito, famoso por su habilidad en la confección de arcos y que también disfrutaba de un favor especial, irritado, preguntó:
—¿Qué puede hacer durante la guerra una polilla que se alimenta de papel?
—Bien, ¿qué piensas tú de eso? —preguntó Gengis a su consejero.
—Cuando se desea fabricar arcos es preciso tener artesanos que conozcan el oficio —contestó Yeliu-Tschutsai sonriendo con tranquilidad—. Cuando se intenta conquistar un reino, ¿por qué prescindir de hombres que conocen el arte de gobernar…?
Estaba decidido. Yeliu-Tschutsai les acompañaría.
Chulan Chatun, la favorita de Gengis, podía ver el mundo de Occidente, mientras que Burte, como heredera del ordu, había de permanecer en Mongolia.
Cuando todas las divisiones se pusieron en marcha, era pleno verano, a pesar de lo cual, al disponerse a atravesar una cordillera, se desencadenó una tempestad de nieve y todo se cubrió de un blanco sudario.
Gengis ordenó el alto de inmediato. Quería saber lo que semejante fenómeno significaba. Si el cielo no quería permitir aquella guerra, estaba dispuesto a retroceder. Yeliu-Tschutsai explicó el fenómeno:
—El poder del rey Invierno ha hecho irrupción en el reino del Verano. Esto significa, pues, que el rey del Norte vencerá al rey del Sur. El cielo predice el triunfo de Gengis Kan y la derrota del sha.
La explicación era favorable, buena y clara; pero, tratándose de interpretar la voluntad de los dioses, nunca se era bastante prudente. Gengis Kan intentó convencerse, a su vez: quemó, según la antigua costumbre mongol, el omóplato de una oveja, pronunció las antiguas plegarias, mientras el fuego consumía el hueso, haciéndolo estallar; examinó las grietas producidas: la línea de la vida era buena y había muchas rajas en ángulo recto, lo que anunciaba la muerte de muchos príncipes, nobles y miembros de la tribu, pero aún más pronunciadas eran las líneas de la suerte.
Gengis Kan tomó una decisión: el ejército reanudó la marcha.