Muchuli continuaba la guerra con Chin, y un numeroso contingente permaneció en Mongolia para contener las veleidades de Hsi-Hsia; no obstante, Gengis Kan reunió un ejército de unos 250 000 hombres.
Pero más importante aún que el número era la organización y el equipo. Ningún ejército del mundo estaba en condiciones de hacerle frente. Toda la experiencia adquirida por los mongoles durante los cinco años de lucha con Chin había sido aplicada de forma sistemática. Las artes de los médicos extranjeros, los artesanos y los técnicos completaban la combatividad del ejército. Todas las posibilidades se estudiaron hasta en sus detalles más nimios y se previeron todos los incidentes.
Cada soldado debía llevar consigo no solamente todo lo que necesitaba en la guerra, desde la aguja con hilo hasta la lima para afilar las flechas, sino también una camisa de seda cruda; pues la seda, en vez de rasgarse al recibir un flechazo, penetraba con el arma en la herida, y los médicos chinos sabían sacar la punta de las flechas rotas tirando de la seda.
Un poderoso cuerpo de artillería acompañaba a la caballería. A lomos de yaks o de camellos se llevaban, cuidadosamente desmontadas, las máquinas para lanzar proyectiles —décadas antes de que Bertoldo Schivarz inventase la pólvora—, el ho-pao y el chin-tien-lei; lanzadores de fuego y cañones, para incendiar las torres de madera y rociar a los defensores de las fortificaciones con una granizada de piedras y hierro. Ingenieros chinos seguían al ejército para construir puentes —durante una marcha hacia el Sir-Daria, el ejército del príncipe Tschagatai construyó nada menos que ochenta puentes— y para desviar los ríos o provocar inundaciones durante los asedios.
Oficiales especializados cuidaban del armamento y equipo de cada tropa, y si faltaba algo, no solamente se castigaba al soldado en cuestión, sino a su superior inmediato. Ciertos sargentos de caballería debían determinar en la vanguardia el lugar en que acamparía cada división. Otros se cuidaban de que ningún objeto quedase olvidado en el lugar donde acampaban, cuando la tropa emprendía la marcha. Otros, finalmente, eran los encargados de distribuir el botín con equidad.
Cada jinete tenía dos o tres caballos de reserva. Las armas estaban calculadas para el combate a distancia y la lucha cuerpo a cuerpo: un arco y dos carcajes con distintas clases de flechas; uno, constantemente dispuesto para ser empleado, y el otro, de reserva, envuelto en una tela impermeable; una jabalina, una lanza de tope con un gancho para arrancar al enemigo de la silla, sables curvos o un hacha de combate, y, por ultimo, el lazo, que los mongoles manejaban con extraordinaria habilidad. (Aun en la época de las guerras napoleónicas, un regimiento de calmucos —descendientes de los mongoles— al servicio de Rusia sembró el pánico entre las filas enemigas, pues a galope tendido y durante los ataques de la caballería lanzaban el lazo y, dando media vuelta, arrastraban tras de ellos a sus víctimas; como corría el rumor entre los franceses de que algunos soldados del ejército ruso eran caníbales, estaban convencidos de que sus desgraciados compañeros eran arrastrados directamente a la caldera).