El Imperio Kara-Chitan era grande y poderoso, pues poseía numerosas ciudades densamente pobladas. Sus ejércitos estaban dotados de un excelente espíritu militar y se habían medido bastante a menudo con las hordas nómadas del este y del norte, habiéndose batido, también victoriosamente, con los guerreros del islam. Contra este imperio, y sus excelentes guerreros, con un territorio que se extendía en veinte grados de longitud, tenía que luchar Dschebe con la ayuda de 20 000 caballeros mongoles.
Gengis Kan, gracias a los emisarios de su Yurt-Dschi (estado mayor), estaba al corriente de todos los sucesos que durante la guerra china habían tenido lugar en Kara-Chitan.
Gutschluk, el príncipe de los naimanos, se había casado, después de huir de los mongoles, con una nieta del emperador de Kara-Chitan. Inmediatamente, con ayuda del soberano, reunió a su alrededor los naimanos que habían sobrevivido. Con ese ejército atacó por sorpresa al emperador y lo hizo prisionero. Al principio reinó en su nombre; luego, al morir el cautivo, se apresuró a subir al trono. Gobernaba con rudeza y crueldad. Por amor a su mujer abandonó la religión nestoriana para abrazar la fe lamaica, persiguiendo constantemente a los mahometanos, que constituían la mayor parte de la población. Cerró las mezquitas, confiscó sus bienes y emplazó fuertes guarniciones en las ciudades, que se mantenían a expensas del pueblo.
Cuando Gengis Kan dio a Dschebe las dos tuman para luchar contra Kara-Chitan, también contaba con el descontento, y aunque, como de costumbre, le concedió carta blanca en la manera de conducir la guerra, le comunicó una orden, a saber: que tan pronto atravesara la frontera abriese todas las mezquitas y anunciase a los cuatro vientos que no combatía contra los pacíficos ciudadanos, sino tan sólo contra Gutschluk, el opresor. El nómada adepto del culto de los chamanes, que tan pronto invocaba a los malos espíritus como a los buenos, para quien todas las religiones venían a ser lo mismo, y en cuyo séquito había sacerdotes de todas las religiones (chamanes, lamas, budistas, maniqueos, nestorianos), recitando sus plegarias el uno al lado del otro, se erigía de pronto en protector de las ciudades y del islamismo. Parece ser que conocía perfectamente la fuerza e importancia del fanatismo religioso y sabía explotarlo para economizar guerreros.
La orden que diera Dschebe de abrir las mezquitas se extendió con la velocidad del relámpago. Bastaba con que los caballeros mongoles se presentasen ante una ciudad para que estallase la revolución en el interior, y la guarnición, si no tenía la suerte de huir, era asesinada.
Todas las puertas se abrían ante Dschebe, todos los mahometanos le saludaban como su libertador; y, como tropas admirablemente disciplinadas, que no se entregaban al pillaje ni robaban, el este del imperio, con las ciudades más importantes, como Chami, Chotan, Kaschgar, etc., cayó pronto en sus manos.
La súbita aparición de los mongoles, la rapidez con que avanzaban, la pérdida de las mejores fortalezas de su reino, desconcertaron a Gutschluk. No obstante, aún intentó entablar una batalla decisiva con el enemigo; pero su ejército estaba tan desanimado que ni siquiera las divisiones musulmanas se aprestaron a luchar. Así pues, fue derrotado y tuvo que huir a las montañas del Pamir.
Los caballeros de Dschebe recorrieron todo el «techo del mundo» persiguiendo sin descanso a Gutschluk hasta que su tropa lo abandonó. Con unos cuantos fieles, buscó refugio en las salvajes quebradas y torrenteras próximas a la frontera de Badachschan. El emperador vencido ni siquiera valía el sudor de un caballero mongol. Así pues, mientras los vencedores se entretenían cazando los célebres caballos de morro blanco, Dschebe ordenó a los cazadores indígenas la persecución del fugitivo, quienes lo acorralaron en un recóndito escondrijo y lo entregaron al general mongol, recibiendo, a cambio, la recompensa prometida.
Con la cabeza del enemigo, Dschebe-Noion envió al gran kan un hato de 1000 caballos «celestes» con el morro blanco.
Gengis Kan escribió a su oerlok: «¡No te enorgullezcas! Recuerda que el orgullo fue la perdición de todos, de Wang-Chan, de Baibuka-Taiang y del emperador Chin». Pero se sentía satisfecho.
Había alcanzado el pináculo de su poder. Desde las montañas que se perdían en el cielo, hasta el océano, donde terminaba el mundo, su palabra era ley. En el este, el fiel Muchuli trabajaba despacio, pero incansablemente, en la definitiva sumisión del Imperio de los Chin. En el oeste, Dschebe cabalgaba a través de los llanos, los valles y las gargantas del Pamir, para comprobar si existía en algún sitio una tribu que aún no fuese vasalla de su soberano.
Por su parte, Dschutschi había cumplido su misión: terminar la obra que el joven Temudschin no se atrevió a concluir treinta y cinco años antes (cuando, con ayuda ajena, fue en busca de Burte, que había sido raptada), por temor a romper el equilibrio entre los pueblos de Mongolia. Su venganza sobre los merkitas fue tardía, pero no por eso menos completa. Recorrió las selvas en todas direcciones y destruyó por completo una tribu tras otra.
Únicamente tenía intención de perdonar a un solo hombre, un hijo de Tuchta-Beg. La magnífica puntería del príncipe de los merkitas entusiasmaba a los mongoles, que, sin embargo, eran los mejores arqueros del mundo. Dschutschi pidió que se conmutara la pena a su prisionero, como un favor especial.
Gengis Kan sabía por experiencia que ser condescendiente con los antiguos enemigos sólo conllevaba el inicio de una nueva guerra, y rechazó la petición.
«El pueblo merkita es el más abyecto de todos los pueblos. El hijo de Tuchta es una hormiga que, con el tiempo, se convertirá en serpiente y en enemigo de nuestro imperio. Después de haber dado muerte a tantos reyes y ejércitos, ¿qué significa un hombre más?».
Esta respuesta disgustó a Dschutschi, pero no se atrevió a exponerse a la cólera de Gengis Kan. El príncipe merkita murió, y Dschutschi se dirigió a Kiptschak para desahogar su cólera con los pueblos de las estepas pertenecientes a su uluss, los kirgisos y los tumatos, que desde hacía bastante tiempo habían olvidado ser vasallos de Gengis Kan.