Dos años habían transcurrido desde la guerra de Hsi-Hsia cuando llegó al Onón la noticia del fallecimiento del anciano emperador Chin, Tschang-tsung, y que el príncipe Yun-chi (el mismo a quien Gengis, en el kuriltai a orillas del Onón, había tratado con tan poca atención) le sucedía en el trono.
Había llegado el momento de decidirse, y Gengis Kan creyó estar dispuesto. Sin embargo, prefirió, una vez más, probar sus fuerzas antes de emprender la lucha definitiva. Los tributos, que el año anterior habían llegado puntualmente de Hsi-Hsia, no le habían sido pagados aquel año. Esto significaba que el emperador tanguta se consideraba suficientemente preparado; de otro modo, no se hubiera atrevido a quedarse con los «regalos».
Así pues, Gengis Kan invadió Hsi-Hsia, derrotó al ejército mandado contra él y tomó Wolohai, nuevamente reconstruida. Asaltó y se apoderó de una segunda fortaleza, y traspasó la Gran Muralla. Allí un nuevo ejército bajo el mando del príncipe heredero de Hsi-Hsia le ofreció resistencia. También éste fue derrotado, y huyó hacia Hoang-hsing-fu (la actual Ning-Hsia), capital del país sobre el Huang-ho superior. Gengis persiguió al ejército en derrota y cercó la ciudad.
Y, una vez más, se demostró la incapacidad de su ejército de jinetes. Desde luego, los mongoles estaban en condiciones de tomar por asalto fortalezas más pequeñas, pero no de quebrantar la resistencia de una gran ciudad, muy poblada y bien defendida.
Gengis Kan no podía perder el tiempo. En todas sus empresas pensaba en Chin. Una vez decidido a obrar, no podía quedarse allí. Había oído hablar del método de los chinos de cortar el agua a las ciudades asediadas, y ordenó que los tangutas fuesen empujados desde todas partes hacia un solo lugar. Quería construir un inmenso dique para desviar las aguas del Huang-ho de la ciudad. Pero cuando el dique estaba a medio hacer se rompió, y el agua, en lugar de inundar la ciudad, anegó la llanura donde se encontraban los campamentos de los mongoles. Gengis Kan no sólo se vio obligado a levantar el asedio, sino también a retirarse a las montañas a marchas forzadas.
A pesar de todo, la situación de los tangutas no había mejorado. Los mongoles estaban en su país que, desprovisto de tropas, era objeto de sus devastaciones y robos. El derrotado ejército, encerrado en Hoang-hsing-fu, no podía ofrecerles en campo abierto ninguna resistencia. ¿Y cuánto tiempo duraría aquella tregua para la ciudad…?
El rey de Hsi-Hsia respiró aliviado cuando los parlamentarios de Gengis Kan se presentaron ante él para ofrecerle sus condiciones de paz. Pero en esta ocasión, eran más duras. No solamente estaba obligado a pagar un tributo, sino a prestar ayuda para futuras empresas guerreras. Como prueba de su buena voluntad, debía entregar a su hija a Gengis Kan. Como no podía elegir, se limitó a acceder.
El tratado de paz definitivo y la nueva amistad fueron celebradas con gran esplendor. La boda se celebró bajo entrega mutua de magníficos regalos. Tras la ceremonia, Gengis Kan, que no quería perder más tiempo del necesario, pues pensaba constantemente en Chin, emprendió la marcha con su nueva esposa y su ejército.