III

El estado mayor de Gengis Kan se puso manos a la obra. Todos los oficiales y jefes de tribu debían reunirse en su ordu. «Aquel que permanezca en su residencia, en lugar de venir a recibir mis instrucciones, será como una piedra que cae en el agua: desaparecerá», dictó Gengis Kan a su guardasellos Tatatungo, y una ley elevó el curso de preparación militar del siglo XIII a la categoría de una institución periódica. Después de poner a su pueblo en armas, Gengis Kan formó el cuerpo de oficiales, cuya educación militar había de ser continua y progresiva, debiendo estar en condiciones de adaptarse a todas las circunstancias y de no conocer dificultades. Con esto elevaba a sus mongoles-koko por encima de todos los pueblos del mundo.

Este ejército de 600 000 hombres que su nieto Batu, 300 años después de la institución de este curso, pudo, en calidad de kan, presentar como «La Horda de Oro», estaba formada tan sólo por una cuarta parte de los mongoles, que ocuparon todos los puestos de mando, desde los más altos hasta el escalafón más bajo. Sus generales resolvieron sin dificultad la difícil tarea de hacer operar al ejército en el reino gigantesco que se extendía desde Polonia hasta los Balcanes, desde el Dniéper hasta el Adriático y, no obstante, tenerlos reunidos en la batalla decisiva, hazaña que ningún general europeo de aquella época hubiera sido capaz de realizar.

El primer curso de la academia militar mongola servía tan sólo para enseñar el arte del asedio, el uso de escaleras de asalto y de sacos de arena, la confección y empleo de gigantescos escudos bajo cuya protección podían acercarse a las fortalezas. Cada tribu debía fabricar material de asedio, que había de ser guardado en arsenales especiales bajo la vigilancia de oficiales especialmente encargados de su custodia y que tan sólo distribuían cuando el ejército se ponía en marcha para la guerra.

Mientras, en Mongolia, en las tribus bajo el mando de los oficiales que habían regresado de la guerra, empezaban los ejercicios en el nuevo arte militar, Gengis envió un ejército al mando de su primogénito Dschutschi, a quien acompañaban sus mejores oerlok, Subutai y Dschebe. El ejército se dirigía al noroeste, para entablar batalla con los últimos perturbadores, más allá de Mongolia. Ya no necesitaba encargarse de cada acción guerrera. Una nueva generación había crecido y debía aprender, al lado de los generales, a mandar las tropas. Él ya era el emperador que con sus palabras escritas enardecía a los guerreros que emprendían la campaña.

«¡Vosotros, mis fieles generales, cada cual destacándose como la luna al frente del ejército! ¡Vosotros, piedras preciosas de mi corona! ¡Vosotros, punto central de la tierra! ¡Vosotros, inconmovibles como la roca! ¡Y tú, mi ejército, que me rodeas cual una muralla, formando hileras como en un juncar, escucha mis palabras! ¡Uníos como los dedos de la mano y sed, en el momento del ataque, como halcones arrojándose sobre su presa; en el tiempo de juego y diversión, revolotead como mosquitos; pero, en el momento del combate, caed sobre el enemigo como sobre su presa las águilas!».

Subutai contestó por el ejército: «Lo que podemos o no, el porvenir lo demostrará; que lo ejecutemos o no, lo sabrá el genio tutelar de nuestro emperador».

El genio tutelar estaba con ellos.

Atravesaron el país de los naimanos y redujeron a obediencia a las últimas tribus recalcitrantes; encontraron un paso para atravesar el Altai y llegaron a un país de estepas habitado por los kirgisos, nómadas como ellos, pero poco guerreros, que en el acto se sometieron espontáneamente. Luego, el ejército viró en redondo y cruzó los montes Sajan para coger por la espalda a los merkitas, que, a cada ataque, se retiraban a las selvas. Allí encontraron, en primer lugar, a los oiratos, que, a su vez, sufrieron los ataques de los merkitas. Este pueblo se mostró dispuesto a aceptar el vasallaje de los mongoles y prestar al ejército servicios de guía, de modo que el emperador merkita, Tuchta-Beg, antiguo enemigo de Gengis Kan, se vio obligado a aceptar una batalla decisiva en la que fue derrotado y muerto.

A pesar de que aún vivía uno de sus antiguos enemigos, Gutschluk, hijo del emperador naimano Baibuka-Taiang, que había conseguido refugiarse en la corte del emperador de Kara-Chitan, Gengis estaba satisfecho de los resultados obtenidos por Dschutschi. Le preparó una brillante recepción e incluso le concedió una vida independiente.

—Tú eres el mayor de mis hijos —dijo—. Por primera vez has ido solo a la guerra y, sin cansar al ejército, has sometido a los pueblos que viven en las selvas. ¡Te regalo esos pueblos!

Con esta ofrenda, Gengis Kan creó una dinastía. Dschutschi fundó el reino de Kiptschak, en el oeste, el Imperio de La Horda de Oro. Los descendientes de Dschutschi fueron los kanes gracias a cuyo favor reinaban los príncipes rusos. Durante siglos se dirigieron a la corte de estos kanes para jurarles fidelidad y recibir los títulos que les daban derecho a gobernar. El título que el zar ruso tuvo durante muchos años en los pueblos de Asia, zar blanco, demuestra que se le consideraba heredero directo del Imperio del oeste, pues el color blanco era entre los mongoles (que diferenciaban los cuatro puntos cardinales mediante colores) el del oeste.