«Ya que el cielo me ha destinado a reinar sobre todos los pueblos, ordeno que del turnan, de las divisiones de mil hombres y de las centurias, se elijan 10 000 hombres para mi guardia personal. Esos hombres, que siempre estarán cerca de mí, tienen que ser altos, fuertes y hábiles, y deberán ser hijos de jefes, dignatarios o guerreros libres», dispuso Gengis Kan, seleccionando esta guardia entre la masa del ejército. «El oficial de mi guardia mandará mil hombres».
Pero este oficial no podía castigar a los keschiktos (soldados de la guardia). Todos estaban bajo la justicia del gran kan, que no solamente creaba con ellos una tropa selecta, sino que constituía de este modo una masa de guerreros cuya habilidad y cualidades conocía a la perfección y con los cuales podía cubrir cualquier puesto. Unió a su persona y a su familia aquella aristocracia de las estepas, tan indomable y orgullosa de su independencia. Mientras aquellos hijos de jefes y príncipes estuvieran a sus órdenes, eran rehenes de sus padres, y cuando regresaban al ordu de su progenitor eran, ante todo, oficiales del gran kan. De este modo, convirtió a la nobleza —la causa de incesantes perturbaciones dentro del reino nómada, tan desunido— en una nobleza cortesana, sobre la cual tenía intención de basar en su ordu el principio aristocrático.
Y de entre los diez mil guerreros eligió mil para su guardia permanente. «Vosotros, mi guardia personal, que vigiláis el reposo de mi cuerpo y de mi espíritu, tanto en las noches lluviosas y nevadas como en las serenas, en tiempo de paz y en el de la lucha con nuestros enemigos, constituiréis un recuerdo de mi vida, y mis sucesores deberán ocuparse de la guardia regia».
Zagan-Noion mandó la guardia. Era un targutai criado por Burte como si fuese su propio hijo y que nunca se separaba de Gengis Kan. Hasta los príncipes le debían obediencia; aunque no porque tuvieran miedo de él.
El reino de Gengis era un imperio en expansión. Los nómadas no estaban acostumbrados a obedecer a una sola voluntad ni a que una palabra fuese ley para ellos. Se forjaron intrigas para obtener un puesto en el mando, sobre todo por parte de un hombre tan listo como el propio Gengis, es decir, el chamán Goktschu-Teb-Tengri, el conocedor del cielo, ante el cual todos se inclinaban, atemorizados, y quien luchó astutamente para asegurarse su influencia.
Hasta el gran kan se sentía atemorizado ante el chamán, pues sospechaba que era peligroso. Para todas las actividades de la vida diaria había nombrado funcionarios. Sólo con la espiritualidad había hecho una excepción.
Todos consideraban a Goktschu el jefe supremo de los chamanes. Goktschu-Teb-Tengri, quien trasmitía los mensajes celestes y había otorgado al gran kan el nombre de Gengis, aún no había obtenido la confirmación de su cargo.
Sin embargo, Goktschu-Teb-Tengri no estaba preocupado. El intermediario entre el cielo y la tierra se consideraba el primer consejero del emperador. No se atenía a ningún protocolo y hablaba en el kuriltai aun antes de que los oerlok y los jefes lo hubieran hecho. Los hijos y hermanos del gran kan notaban con preocupación cómo el rostro de éste se ensombrecía durante los consejos.
Pronto reinó entre Goktschu y la familia de Gengis una abierta hostilidad. Temugu, el hermano menor del gran kan, replicó un día duramente al chamán, y éste, en presencia de los reunidos, le dirigió una dura reprimenda. Y el gran kan guardó silencio.
El chamán hablaba, incluso, antes de que los parientes más cercanos de Gengis hiciesen uso de la palabra. Y el pueblo entero callaba…
Las tensión aumentaba de día en día, pero la lucha parecía estar decidida. Goktschu entró en la tienda de Gengis y le anunció:
—Mientras viva Kassar, tu poder no estará asegurado, pues el cielo ha decidido que, primero, reinará Gengis sobre los pueblos y, luego, su hermano Kassar será el emperador.
El gran kan no respondió. Callaba, pues prefería guardar su desconfianza en el corazón. Pero, secretamente, observó la conducta de su hermano. Un día vio que éste cogía la mano de Chulan Chatun, a la que él amaba.
Gengis Kan estaba sentado, sombrío, en su tienda, cuando Goktschu entró después de finalizada una fiesta. En su demacrado rostro de asceta brillaba una sonrisa de triunfo.
—¿Has visto —le dijo— cómo Kassar cogía la mano de tu mujer Chulan?
Aquello lo decidió todo: a medianoche Gengis llamó al oficial de su guardia personal y lo envió con sus hombres a la tienda de su hermano, con orden de quitar a éste su manto y su cinturón, signos del mongol libre, y maniatarlo.
Entonces, Gengis procedió al interrogatorio.
Llorando, las mujeres de Kassar corrieron hacia Oelon-Eke. Esta saltó de la cama y, cogiendo un cuchillo, corrió a la tienda de Kassar.
La guardia quiso impedirle la entrada, pero ninguno se atrevió a poner la mano sobre la madre del gran kan.
Sombrío y amenazador, Gengis se hallaba ante su hermano maniatado, quien, orgulloso, yacía a sus pies.
Oelon-Eke se puso entre ambos y cortó las ligaduras de Kassar, le devolvió su manto y su cinturón y rasgó su vestido a la altura del pecho.
—De estos pechos habéis mamado los dos. ¿Por qué matas a tu propia carne y sangre? ¿Qué crimen ha cometido Kassar? ¡Siempre alejó de ti a tus enemigos! ¡Pero ahora que los has aniquilado, ya no lo necesitas!
Silencioso e irritado, Temudschin dejó obrar a su madre.
De pronto, dio media vuelta y se marchó.
En su tienda, Burte le esperaba, y le dijo:
—¿Qué clase de orden reina aquí? ¡Ni siquiera tus hermanos tienen la vida asegurada! ¿Qué gran kan eres, si te rebajas a dar crédito al chamán? Si ahora apenas te teme, ¿qué hará cuando mueras? ¿Quién, entonces, obedecerá a tus hijos? ¿Para quién has creado este imperio, para tu raza o para la de Goktschu?
Y aquella misma noche, Gengis mandó llamar a Temugu, su hermano menor, y le dijo:
—Mañana, cuando se presente Goktschu y empiece a obrar según su costumbre, haz con él lo que te plazca.
La primera noticia que Gengis recibió a la mañana siguiente fue que Kassar y los suyos se habían marchado. Llamó a Subutai y le mandó en pos de su hermano. Subutai alcanzó a Kassar.
—¡Podrás conseguir partidarios —le dijo—, pero no amigos de sangre! ¡Podrás ganar súbditos, pero no hermanos!
Y Kassar regresó.
Entretanto, Goktschu, con su padre y sus seis hermanos, había ido a ver a Gengis.
Temugu se permitió cierta observación.
Una vez más, Goktschu le contestó con soberbia.
Temugu dio un salto y lo agarró por el cuello.
Empezaron a luchar.
—¡En presencia del kan no se pelea! —ordenó Gengis—. ¡Salid!
En cuanto salieron de la tienda, varios hombres se arrojaron sobre Goktschu y le rompieron la espina dorsal.
—¡Allí está y no se mueve! —exclamó Temugu al volver.
El semblante de los hermanos de Goktschu no presagiaba nada bueno.
—¡Vamos a ver! —contestó Gengis.
Fuera estaba la guardia del kan y cualquier amenaza hubiera significado la muerte para los hermanos de Goktschu. Estos, silenciosos, levantaron el cuerpo del chamán y se lo llevaron.
Munlik, su padre, entró con Gengis en la tienda y dijo:
—¡Oh, kan! Siempre fui compañero tuyo… hasta hoy.
Irritado, Gengis exclamó:
—¡Mientes, Munlik! Viniste porque tenías miedo de cuanto pudiera sucederte si no acudías ante mí. Sin embargo, yo te recibí sin una sola palabra de reproche y te di un puesto de honor. A tus hijos les di empleos y altas funciones, pero tú no les enseñaste discreción ni subordinación. Goktschu quiso elevarse por encima de mis hijos y hermanos. ¡Es más, hasta quiso competir conmigo! ¡Y tú también! Tú, cerca del agua fangosa, me juraste fidelidad… ¿Y ahora quieres faltar a tu palabra? ¿Es posible que por la tarde faltes a la palabra dada por la mañana? ¡No hablemos más de esto!
Munlik no volvió a hacer reproche alguno a Gengis Kan, ni éste volvió a mencionar lo ocurrido. Munlik permaneció en el consejo de los oerlok y sus hijos conservaron sus altos puestos en el ejército. Pero, en la siguiente reunión, Tatatungo anunció una nueva ley de la Yassa: pena de muerte para todos los príncipes y dignatarios que, con cualquier pretexto, se relacionaran, sin que el kan lo supiese, con príncipes extranjeros.
Cuando se extendió entre el pueblo la noticia de que Goktschu-Teb-Tengri, el mediador entre el cielo y la tierra, había muerto y cundió el rumor de que debió de ir al cielo, puesto que su cuerpo había desaparecido, Temudschin mandó publicar que «el chamán calumniaba a los hermanos de Gengis Kan y que, en castigo, el cielo le había quitado la vida y el cuerpo, pues el cielo protegía al gran kan y a su raza, y aniquilaba a todo aquel, sea quien fuere, que cometiese una falta contra ellos…». Tras su muerte, nombró al anciano Ussun (un beg de otra línea de su familia) jefe de todos los chamanes, y le ordenó vestir de blanco, montar un caballo blanco y sentarse en un sitio de honor.