La magnanimidad demostrada a los naimanos no llegó a convertirse en su norma de conducta. Con quienes le ofrecieron resistencia siempre procedió de forma despiadada.
Envió a Dschutschi, junto a algunos de sus oerlok, contra las últimas tribus tártaras, razón por la cual hubo el primer roce entre padres e hijos, ya que Dschutschi, por amor a su esposa, quería salvar al enemigo; tan sólo después de una severa reprimenda de Temudschin se decidió a aniquilarlos y a incorporar a su ejército a los que quedaran.
Tuchta-Beg huyó con sus merkitas de las tropas enemigas que le perseguían y se refugió en la espesura de las selvas.
Gutschluk, el hijo de Baibuka-Taiang, que se había unido a Tuchta-Beg, huyó a los montes de Altai, buscando la protección de su tío Buiruk-Kan.
Altan y Kutschar, los dos parientes rebeldes de Temudschin, fueron apresados y ajusticiados.
Y, por último, a Dschamugha también le alcanzó el destino. Su tribu, perseguida y acosada, decidió salvarse mediante la traición y lo entregaron a los guerreros de Temudschin. Pero cuando éste supo cómo Dschamugha había caído en sus manos, mandó exterminar hasta el último hombre de la tribu, hijos y nietos incluidos. «¡Cómo es posible dejar con vida y fiarse de una gente que ataca por sorpresa a su propio príncipe!», exclamó encolerizado. En cambio, no vertió la sangre de su andah. Permitió a Dschamugha que muriese sin derramarla, en la cual, según la creencia de los mongoles, mora el alma.