II

A pesar de que los mongoles lucharon desesperadamente y que no fueron ellos, sino los keraitos, quienes abandonaron primero el campo de batalla, el resultado del encuentro no dejaba lugar a dudas: Temudschin había sido vencido.

Las consecuencias de la derrota no tardaron en hacerse notar: las tribus que debían acudir en su ayuda se negaron a hacerlo.

De repente, sus vasallos declararon que había transgredido sus derechos de kan. No podía darles semejantes órdenes por medio de mensajeros, sino que era necesario deliberar entre todos las cuestiones de guerra y paz. Tan sólo debían obedecerle cuando se decidiera por unanimidad la conveniencia de iniciar una batalla. Además, ¿para qué iban a luchar los jefes? En las numerosas expediciones guerreras habían reunido más botín que nunca; tenían mujeres, esclavos y rebaños; poseían buenos pastos; ¿para qué, pues, abandonar todo esto y correr nuevos peligros y penalidades? Si se mantenían inactivos, nada les pasaría; pero si, en cambio, acudían en ayuda de Temudschin, estaban seguros de que Toghrul, que los perseguía, se vengaría en sus mujeres e hijos y les robaría sus rebaños y enseres. Aquella lucha era una cuestión personal de Temudschin. Si era derrotado, de nuevo serían jefes libres… ¡Y entonces reflexionarían sobre la conveniencia de elegir un nuevo kan!

Para Temudschin y los suyos aquella retirada era terrible. No podían esperar ayuda de nadie. Se veían obligados a evitar las pobladas y hermosas praderas y los buenos caminos, para que nadie se diese cuenta de su presencia. Llegaron a lugares donde los hombres y el ganado sólo podían saciar su sed en pantanos nauseabundos; y, una vez allí, hasta las pocas tribus que les habían seguido también los abandonaron porque se sentían sin fuerzas para seguir resistiendo.

Temudschin y sus últimos fieles juraron compartir lo bueno y lo malo y no abandonarse jamás. Ante aquellas hediondas aguas juraron que quien faltase a la palabra dada se volviese como ellas. Allí instituyó Temudschin la dignidad de los terchanos, que excluía a sus poseedores de la obligación de pagar tributo al kan y les daba en todo momento libre acceso a su tienda. Podían conservar íntegro el botín conseguido en la batalla, y nueve veces podían cometer impunemente actos castigados con pena de muerte. Esta dignidad la concedía a sus fieles.

Durante aquella retirada, los mechones de pelo rojizo de las sienes de Temudschin empezaron a encanecer.

Cuando sus oerlok lo vieron, le preguntaron por la razón de aquellos cabellos grises, puesto que sus años no habían alcanzado todavía el comienzo de la vejez. Sin reflexionar siquiera, contestó:

—Como el cielo me ha destinado ser emperador, me ha conferido este indicio de madurez, que es señal de dignidad.

No consultaba con nadie, ni con nadie discutía acerca de la situación; pero envió mensajeros a Toghrul para contarle todos los servicios y ayuda prestada, y recordarle el solemne convenio de no creer a nadie y zanjar entre sí cualquier litigio. Hizo que los mensajeros aprendieran de memoria las palabras que debían decirle:

«¡Oh kan, padre mío! ¿Por qué te has irritado contra mí? ¿Por qué me has asustado? Si en algo te he ofendido, puedes regañarme sin necesidad de destrozar mi país y mi posesión. ¿Es que acaso me temes? ¿Por qué no gozas de paz y buena vida, en lugar de hacerme la guerra? ¡Oh kan, padre mío! En nombre de la paz, envíame tus embajadores. Que también Andah Sengun y Andah Dschamugha y mis parientes me manden cada uno su mensajero, para que podamos discutirlo todo».

Asimismo, envió delegados a Altan, Kutschar y Daaritai, para recordarles que les había ofrecido la dignidad de kan y prefirieron elegirlo a él. También les repitió sus juramentos. No recordaba haberles faltado, puesto que cumplió con todos los deberes jurados y los condujo victoriosamente contra los enemigos, les preparó cacerías y empujó las fieras hacia ellos. En cambio, ellos le faltaron a la obediencia cuando les ordenó levantarse en armas. No obstante, no les guardaba rencor y, si accedían a enviarle sus delegados, trataría con ellos las condiciones de paz.

La respuesta fue aplastante, y Sengun se la comunicó en nombre de todos: «¡Guerra!».

La situación de Temudschin era desesperada. Se vio obligado a dejar su territorio y retirarse cada vez más hacia el sur; hasta que, cerca de la frontera de Manchuria, en la región pantanosa del lago Baldschun, se perdieron sus huellas.

Y allí fue donde encontró ayuda. Las tribus del este, atemorizadas por las noticias de las devastaciones y el pillaje llevados a cabo por Toghrul en las regiones que atravesaba, se unieron a Temudschin. Después llegaron guerreros de las tribus que le habían abandonado ante los keraitos.

Y, por último, un hecho inesperado: se presentó Daaritai, tío de Temudschin, que se había separado de Wang-Chan.

Algo importante debía de haber ocurrido…

Por las indicaciones de Daaritai y por lo que su gente le comunicó, Temudschin pudo formarse enseguida una idea de los últimos acontecimientos del campamento keraito: Toghrul se había nombrado emperador de los mongoles; Dschamugha y parte de los vasallos que se independizaron consideraban que Toghrul no repartía todo el botín entre ellos; creían que Temudschin estaba derrotado, por lo que ya no era un peligro. En vista de todo esto, Temudschin y los suyos concibieron un plan para atacar a Toghrul por sorpresa, matarlo y reemprender la vida de príncipes libres e independientes que habían llevado hasta ahora. Pero alguien reveló su plan y Toghrul se volvió contra ellos, los atacó, los desvalijó y los amenazó con penas severísimas. Altan, Kutschar y Dschamugha se salvaron y huyeron hacia el oeste, al país de los naimanos, mientras Daaritai, confiando en el último mensaje de Temudschin, fue a su encuentro.

Sin embargo, aun después de la defección de estos jefes, Wang-Chan era demasiado poderoso para que se atreviese a atacarlo abiertamente. Temudschin esperaba refuerzos, que debía traerle su hermano Kassar, pues éste estaba en camino con todo su ordu. Pero el ejército de Wang-Chan alcanzó la tribu de Kassar y la derrotó.

Cuando Kassar, agotado y hambriento, llegó hasta él con los pocos hombres que habían logrado salvarse, Temudschin se decidió a actuar, jugándose el todo por el todo. Estaba muy entrado el otoño y tenía la convicción de que, en su actual estado, le sería imposible resistir el terrible invierno mongol. Era necesario recurrir a una estratagema: dos acompañantes de su hermano, de toda confianza debían, cansados y hambrientos como estaban, cabalgar con sus reventados caballos hasta donde se hallaba Toghrul y ofrecerle sumisión en nombre de Kassar. El lamentable aspecto de ambos sería prueba de la desesperada situación de su jefe.

Toghrul no tenía motivo alguno para dudar de la veracidad del mensaje. Conocía a los dos hombres, gracias a las emigraciones realizadas en común, y Kassar no se atrevería a jugarle ninguna trastada, puesto que sus mujeres e hijos, tiendas y caballos, estaban en su poder como rehenes; además, sus emisarios le comunicaron que no era posible encontrar a Temudschin en ninguna parte. Por lo demás, ¿no sería un aviso, para los últimos mongoles que permanecían todavía fieles al joven kan, el hecho de que su propio hermano se pasase al bando contrario? Así pues, juró sobre un cuerno, en el que dejó caer unas gotas de su sangre, no hacer daño alguno a Kassar y admitirle como vasallo. Luego envió con el mensajero un delegado a Kassar, para que éste vertiese ante él un poco de su sangre en el cuerno y jurase fidelidad a su nuevo jefe.

Entretanto, los keraitos empezaron los preparativos para celebrar con grandes festejos la llegada del nuevo vasallo, considerando este acto una señal de su definitiva victoria sobre los mongoles.

El delegado se sorprendió cuando, en lugar de Kassar, vio ante sí a Temudschin. El kan de los mongoles ni siquiera se molestó en interrogarle. Dio a sus tropas la orden de marcha y las obligó a cabalgar día y noche. Los informes que le interesaba saber de los keraitos los conocería durante el camino por boca de su delegado, que, al mismo tiempo, les serviría de guía.

El confiado ejército de Wang-Chan fue atacado en el campamento, dispuesto ya para los festejos. Fue una de esas batallas que decidían de un solo golpe la suerte de los heterogéneos reinos nómadas. Todo conato de resistencia fue ahogado por los furiosos mongoles. Para no ser aniquilados, divisiones enteras se pasaron al bando contrario. Toghrul y su hijo Sengun huyeron y su ejército quedó diezmado.

Temudschin, hasta ayer fugitivo y perseguido, empujado hasta el límite de su territorio, se convirtió, de pronto, no sólo en el dueño de todo su país, sino que también vio abierto el reino de los keraitos. Además de recuperar lo que le habían robado, se apoderó de todos los bienes que su enemigo llevaba consigo durante la campaña. Bienes que regaló a sus fieles, con la condición de ayudarle a perseguir a sus enemigos.

Sengun huía hacia el oeste, hacia el país habitado por los ujguros, pueblo de raza turca, pero fuertemente mezclado con elementos indogermanos, que muchos siglos antes habían reinado sobre Mongolia y parte del Turkestán, tratando casi de igual a igual al emperador chino. Vencidos por nuevas hordas nómadas, huyeron hacia el Asia central, donde se convirtieron en vasallos del emperador Kara-Chitan. Aunque políticamente impotentes, conservaban su importancia cultural entre los estados guerreros de más bajo nivel. Su idioma seguía siendo el idioma mercantil empleado en el Asia central y poseían una escritura cuyos signos derivaban del arameo. En su país había grandes ciudades comerciales y agricultura. Sengun, con sus hordas nómadas, se dedicaba a robar el ganado a los pacíficos agricultores, hasta que fue capturado y ajusticiado.

Toghrul, por su parte, huyó hacia las tierras vecinas, habitadas por los ujguros, y sus anteriores enemigos, los naimanos. Cayó en manos de dos jefes a quienes, años antes, había atacado y robado, y lo mataron. Con la esperanza de obtener una recompensa, enviaron su cabeza al kan de los naimanos, Baibuka-Taiang, y se sorprendieron ante la severa reprimenda que recibieron como contestación: debían haber llevado vivo a Wang-Chan.