II

Los caballos de que disponían los jinetes de las estepas eran rápidos, pero más rauda voló la noticia: ¡Temudschin, al frente del ejército keraito! ¡Temudschin, hijo adoptivo del poderoso Toghrul Kan!

La situación había cambiado como por encanto. De todas partes acudían a él parientes mongoles.

Unos vinieron para hacer olvidar que hacía cinco años le abandonaron desdeñosamente. Otros veían en el hijo de Yessughei una protección contra las ambiciones siempre crecientes de Targutai, el jefe de los tai-eschutos. Y, por último, estaban aquellos que querían participar en la expedición contra los merkitas con la esperanza de obtener un fácil botín.

Hasta Dschamugha-Setschen, el jefe de los dschurjatas, con quien, siendo niño, había jugado en el hielo del río Onón, se apresuró a acudir en su ayuda con toda su tribu.

La «saga mongola» dice de esta expedición de castigo que los trescientos hombres que llegaron al monte Burkan-Kaldun y lo rodearon fueron pasados a cuchillo. De sus mujeres, las que estaban en edad de concebir, fueron fecundadas; las que servían para esclavas, ése fue su destino.

En la tienda del jefe encontró Temudschin a Burte. Esta llevaba en sus brazos a su hijo recién nacido. Como no sabía si aquel primogénito era realmente suyo, le llamó Dschutschi (el huésped).

Poco después, la expedición emprendió el regreso. Temudschin declaró: «¡Hallé lo que buscaba!», y devolvió a Toghrul sus tropas, añadiendo, como regalo, su parte del botín.

Los mongoles no comprendieron su decisión. Muchas tribus merkitas poblaban los alrededores y, con la ayuda de sus poderosos aliados, era fácil asaltarlos o sorprenderlos y apoderarse de un rico botín. Los aliados también se mostraban descontentos al no permitírseles adentrarse mas en el país de los merkitas y atacar, tal vez, a Tuchta-Beg, su príncipe, antiguo enemigo de Toghrul.

A nadie se le ocurrió pensar que, al obrar así, el joven jefe de los mongoles, taciturno y de mirada velada, seguía una idea fija. Su deseo era no romper el equilibrio de las fuerzas de Mongolia mientras no se sintiese suficientemente fuerte para inclinar el platillo de la balanza en su favor. Prefería alejar cuanto antes a los keraitos de sus territorios y saber que Tuchta-Beg se encontraba, sin merma alguna en sus fuerzas, cerca de las fronteras del reino de Toghrul y también en las proximidades de sus propios límites, en el caso de que Targutai y sus tai-eschutos volviesen a hacer acto de presencia. En aquel país, donde los vecinos luchaban los unos contra los otros, los enemigos de ayer eran con frecuencia andah (hermanos de elección), mientras los confederados se atacaban mutuamente en el momento de repartir el botín.