En el ordu, emplazado al pie del monte Burkan-Kaldun, reinaban la despreocupación y la arrogancia. La juventud pasaba el tiempo cazando o celebrando festines. Alegre era el día y despreocupada la noche. Los espías no cruzaban las selvas; ningún centinela vigilaba el sueño de sus compañeros.
De pronto, un griterío salvaje perturbó la paz nocturna. Gente forastera asaltaba el campamento, arrojando antorchas encendidas sobre las tiendas y llevándose el ganado.
Temudschin se despertó. ¿Acaso Targutai y sus tai-eschutos le perseguían de nuevo? Cogió el arco y las flechas, se puso su abrigo de cebellina, saltó a su caballo y, a galope tendido, corrió a esconderse en los boscosos desfiladeros. Algunos de sus compañeros le siguieron en la huida. Sus hermanos, y también los demás, huyeron cada cual por su lado. Era el sálvese quien pueda: todos escapaban precipitadamente.
Transcurrieron un par de días en la incertidumbre. Desde los escondrijos veían a muchos guerreros cruzar la montaña en su busca. Luego se hizo el silencio y Temudschin envió unos escuchas al campamento.
El lugar estaba vacío.
Las mujeres, tiendas, carros y la mayor parte del rebaño habían desaparecido. Y las huellas del enemigo no iban en dirección este, hacia los pastos de los tai-eschutos, sino hacia el norte, hacia la selva.
Poco a poco se reunieron los diseminados. Muchos habían visto de cerca al enemigo. Hombres del norte, cazadores salvajes y peligrosos, pertenecientes al pueblo que hacía veinte años había raptado a Oelon-Eke, la esposa de Yessughei. Si Temudschin hubiese caído en sus manos, se hubiera visto obligado a reconocer la soberanía de Targutai, a fuer de ser condenado a esclavitud o a muerte.
Subió hasta la cumbre del Burkan-Kaldun, se colgó el cinturón al cuello, en señal de humildad, hizo nueve genuflexiones, vertió en el suelo un poco de kumys (leche de yegua) y dio gracias al Eterno Cielo Azul (Menke Koko Tengri) por su milagrosa salvación.
Conmovido, exclamó: «El monte Burkan-Kaldun ha salvado por dos veces mi miserable vida. ¡De hoy en adelante le haré ofrendas y mandaré a mis hijos y nietos que le traigan las suyas!».
Luego se puso el gorro, se ciñó de nuevo el cinturón, tal como conviene a un mongol libre, y bajó de la montaña.
Al pie de ésta se habían reunido todos los que lograron salvarse de aquel ataque por sorpresa; pero Burte no estaba entre ellos. Acostumbrada a la segura vigilancia del ordu de su padre, no supo huir a tiempo. Algunos afirmaban haber visto cómo los merkitas se la llevaban, después de sorprender el campamento, huyendo con precipitación por las selvas con su botín, antes de que llegasen otras tribus mongolas.
Temudschin no mostró queja ni aflicción. Era culpa suya. Su ligereza había deparado a Burte aquel destino. E hizo lo que en los peores años, en los de mayor apuro, no hubiese hecho: dominó su orgullo y se puso en camino para solicitar ayuda. Cabalgó cientos de kilómetros hacia el oeste, al país donde moraban los keraitos.
Aquel pueblo era el más importante de Mongolia. Sus pastos se encontraban entre los ríos Tula y Orchon, pero también poseía lugares de residencia fija. A través de su territorio pasaban las rutas de las caravanas que salían de China para dirigirse hacia las tierras de los naimanos y ujguros, que habitaban los territorios del Altai y de la Dkungaria. Entre los keraitos había muchos cristianos nestorianos y musulmanes.
Su príncipe, el poderoso Toghrul Kan, era andah (un hermano de elección) de Yessughei, padre de Temudschin. Hacía tiempo que Temudschin podía haber acudido a él, pero tan sólo ahora, tratándose de Burte, se decidió a hacerlo. Y aun así no se presentó con las manos vacías, sino que le llevó lo más preciado que poseía: el magnífico abrigo de cebellina, un regalo regio. Recordó al kan de los keraitos que fue hermano de elección de su padre y le pidió permiso para llamarse su hijo adoptivo.
Toghrul Kan había sido informado del ataque de los merkitas. Eran sus vecinos y casi siempre estaba en pugna con ellos. La sumisión del hijo de su amigo halagó al kan, pero aún más le gustó el hermoso regalo. Recordó que Yessughei le había ayudado a luchar contra sus parientes y puso a disposición de Temudschin una tropa numerosa.