Temudschin dejó transcurrir cuatro años antes de ponerse en marcha, acompañado por su medio hermano Belgutei, hacia el campamento de Dai-Setschen en busca de Burte, su prometida. Estaba seguro de que ella le esperaba. Ni un solo instante dudó de que Dai-Setschen no cumpliría la palabra dada. Evidentemente, las circunstancias habían cambiado mucho desde que su padre contrajo el compromiso, pues en aquel entonces era jefe de 40 000 tiendas. Pero él seguía siendo el heredero y, a pesar de los cuatro años transcurridos, estaba seguro de que el jefe de los chungiratos no se volvería atrás. Sin embargo, era demasiado orgulloso para, en su actual situación, exigir el cumplimiento de la palabra empeñada y solía decir: «Nadie aprecia al que se presenta como pedigüeño».
Pero ya que su nombre se había hecho famoso, podía presentarse sin valiosos regalos ni un numeroso séquito; tampoco tenía que avergonzarse de llevar a su tienda a la rica prometida.
Fue recibido con risas y bromas afectuosas.
«¡Es un milagro que vuelvas y te muestres tan animado! —exclamó Dai-Setschen—. ¡No lo puedo creer! ¡Tenías tantos enemigos!».
Lleno de satisfacción, Temudschin supo que la noticia de sus aventuras habían llegado hasta allí. Todos le admiraban.
Durante aquellos cuatro años, tan duros para él, se había hecho un hombre. Sus hombros eran anchos, y sus rasgados ojos de gato no habían perdido ni un ápice en cuanto a atención y escrutinio; aun al contrario, su mirada era más dura y velada. Hablaba menos que antes, mas lo poco que decía había sido bien meditado.
Los festejos duraron muchos días y fueron magníficos. Se celebraron con el mismo esplendor que si, en lugar de venir acompañado tan sólo por su medio hermano, hubiese llegado acompañado de una numerosa escolta. Como regalo de boda recibió un magnífico abrigo de cebellina gris oscuro. Aquel presente valía por sí solo más que todo cuanto poseía. Cuando emprendió con Burte el camino del regreso, no iba solo. Un gran número de amigos y amigas de su esposa les seguían hacia el río Onón. La esposa de un jefe tenía derecho a poseer tienda y séquito propios, y Burte hizo valer ese derecho.
De la noche a la mañana, el ordu de Temudschin se vio densamente poblado. Había una característica que lo distinguía del resto: todos sus guerreros eran tan jóvenes como él.